Córdoba

Calor en Córdoba, el infierno en la Tierra

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tomaban como la esencia del verano, aunque oliesen demasiado a cloro. Desde las ya cerradas históricas del Fontanar, de las Hermandade­s del Trabajo, hasta las de la calle Marbella, la Fuensanta y el Santuario, Las 2 columnas, Assuan o las del Figueroa, las piscinas de Córdoba ciudad han sido desde siempre esa frescura que había que proporcion­arle al cuerpo, excesivame­nte caldeado.

Los pueblos, esos espacios donde nacimos y de los que los padres nos enseñaron a prescindir si queríamos buscarnos la vida –de ahí sus tan descritas ausencias--, tienen un atractivo que engancha a quienes viven en otras regiones cuando el sol se pone pesado. Es el milagro de los espacios pequeños, condenados a ese malditismo, aunque poético, de la falta de trabajo, pero que conservan la autenticid­ad de las calles, puertas y casas de cuando vivíamos allí. Un pueblo con piscina municipal y con terrazas nocturnas donde aparca el aire fresco es un lujo para ese verano casi familiar donde reconoces tu juventud en la barra de los bares, aunque el coronaviru­s haya borrado este año todas las casetas de feria.

A estas horas, casi las diez de la noche, es hasta aconsejabl­e caminar por los jardines de Vallellano porque, a pesar de las críticas que hubo en su tiempo, ahora parecen un oasis que nace donde pisan los perros y sube hasta casi el firmamento, en medio de una verde estela de sombra llena de adelfas, cedros, eucaliptos, fresnos, magnolios, mimosas y yucas.

Me ha atraído el anuncio de cine de verano del C3A, esa construcci­ón contemporá­nea sobre el arrabal de Saqunda, al lado del futuro auditorio de Miraflores, donde iba a construirs­e el Palacio del Sur, en el que Córdoba ha demostrado que es fiel a su historia. Llevamos caretas, las sillas están tan separadas como el altar mayor de la Catedral de los fieles, pero el entorno nos concita: enfrente, la brisa del Guadalquiv­ir, y detrás, la Sierra y la Mezquita. Quizá no todo estaba inventado contra el calor.

«Las piscinas de Córdoba ciudad han sido desde siempre esa frescura que había que proporcion­arle al cuerpo»

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A.J. GONZÁLEZ jardines de Vallellano parecen ahora un oasis.
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