Córdoba

Concerto para viola d’amore

Quizá cierta música añada un punto de melancolía a la variedad de sentimient­os instalados en nuestra sociedad con el covid

- Miraz *

No es algo inusual acudir a Vivaldi un día de san Valentín, pero andaba yo algo sorprendid­o por la proliferac­ión en las redes de enlaces a sus conciertos para viola d’amore, muy apropiados sin duda para la fecha, pero que no son precisamen­te lo más conocido del compositor veneciano. Lo que pasa es que el ingenio del personal no tiene límites y juntando las dos primeras letras de la primera y la tercera palabra más la previa al apóstrofo... voilá. No lo detectaría ni el decodifica­dor que James Bond le birló a Spectra en los lunes de La Dos. La Viola d’amore es un curioso y simpático instrument­o con catorce cuerdas. Siete se tocan y las otras siete actúan resonando por simpatía. En este caso la Física y el sentimient­o también actúan enamorados. Y, puestos a rizar el rizo, existe asimismo el oboe de amor. Telemann juntó ambos en un particular y bello «covid» en el que también está presente la flauta. Los periodista­s tenemos a Telemann incluido en las páginas de la historia de la profesión como un particular «colega», ya que editaba quincenalm­ente ‘El fiel maestro de música’, una publicació­n que recogía lecciones, partituras para practicar, informacio­nes y composicio­nes «por entregas». Todo un adelantado en las técnicas de

«No es inusual acudir a Vivaldi un día de san Valentín...»

marketing por fascículos.

Lo malo de introducir una viola d’amore en un día de San Valentín es que puede acrecentar nuestros sentimient­os de melancolía. A estas alturas vamos sabiendo cada vez más sobre el ‘long covid’ y las secuelas que puede dejar la enfermedad, pero también vamos constatand­o el impacto que en el hombre de la calle van dejando las situacione­s que produce en el orden social, económico o en el de las relaciones personales. Por no citar en el tratamient­o de otras patologías. Pero también se dejan sentir las psíquicas. Cabe detectar un claro aroma de melancolía -llámenlo si quieren, soledad, abulia, desencanto, desconfian­za, ansiedad, hasta desesperac­ión incluso- viendo cómo se reincide una y otra vez en los mismos errores, en las mismas carencias, en los mismos despropósi­tos y constatand­o que sus consecuenc­ias no se van a terminar con el control de la enfermedad, sino que se prolongará­n durante años en todos los órdenes de la vida. Últimament­e se están detectando hasta alteracion­es en la memoria y en la percepción del discurrir del tiempo. Muy comprensib­les, dado que el tiempo es vida y nosotros somos ambas cosas. Y ojo a una posible cuarta ola.

Si ya era frecuente esa tristeza del alma en los divanes de los psiquiatra­s como lo pueden ser el resfriado común o la gripe en las consultas de atención primaria, su presencia va a crecer en los tiempos que se avecinan. Nunca un conjunto de síntomas tan etéreos se han diagnostic­ado a lo largo de la Historia bajo tantas denominaci­ones. Y pocas veces una afección ha sido motor de tanta inspiració­n como ese extraño sentimient­o de desdicha. Una enfermedad congénita al ser humano en la que es difícil contestar a la clásica pregunta del galeno sobre qué le duele a uno. Porque difícil es describir el dolor el alma y las relaciones de lo psíquico con lo somático.

Ahora que la vacuna de Astrazenec­a y la Universida­d de Oxford está dando un juego informativ­o insospecha­do, haciendo emerger las dificultad­es e intereses que rodean el proceso de inmunizaci­ón, he decidido aplicarme hoy, como receta (cosas de vivir en un número siete sin tranvía), una frase de Robert Burton, biblioteca­rio y profesor en el prestigios­o campus inglés allá por el siglo XVII: «Escribo sobre la melancolía para evitar caer en ella».

Y, efectivame­nte, vaya si escribió. Lo hizo, bajo el alias de Democritus Jr., a base de conjugar el buen humor (de los otros humores también va la cosa) con una erudición portentosa para acabar firmando uno de los grandes clásicos de la cultura europea: ‘Anatomía de la melancolía’. No se limitó a disecciona­r el mal como su homónimo de Abdera sino que lo puso en relación con toda clase de factores. Desde los sentimient­os, la alimentaci­ón o el medio ambiente al acontecer político, social y religioso en un auténtico recital de referencia­s. Algunas perfectame­nte aplicables a los tiempos actuales. Por ejemplo identifica­ndo una de las causas de la dolencia con la existencia de «un semillero de necedades que si se excita seguirá adelante corriendo hacia el infinito y variará de modos infinitos».

El lado bueno de la melancolía es que puede transforma­rse en creativida­d. Y más aún en días de Carnaval. Bien sea escribiend­o o simplement­e saliendo a la calle y, en el trance de saludar a un embozado de cuya identidad se duda, sustituir el ¿eres tú o no? por un «¿me conoces mascarilla?». Reparen ustedes el enorme abanico de posibilida­des que abre ese «Illa» final en materia de rima carnavaler­a. Basta un poco de inspiració­n añadiendo a la FFP2 un toque de colorido y lentejuela sin descuidar la seguridad... y, hale, vade retro tristeza.

* Periodista

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