Póngale usted el nombre
Lo habitual, por la fuerza de la costumbre y porque la tendencia a lo hiperbólico forma parte del fútbol, es llamar «finales» a partidos que no lo son. Como los que lleva jugando el Córdoba CF desde hace algunas semanas. Las finales se juegan para ganar y tienen carácter definitivo. En el caso del equipo blanquiverde, el asunto tiene otro tinte: se trata de no perder la posibilidad de seguir aspirando al ascenso, que viene a ser -junto a las permanenciasel título de los clubs modestos o históricos en apuros. El Córdoba se enmarca más en el segundo epígrafe, lo que le convierte en un enemigo ideal para sus competidores. Cuando le ganan, el triunfo vale doble; si no lo hacen, hallan consuelo en la diferencia de rango.
Al Córdoba le ocurre lo contrario: todo lo que no sea ganar es un drama. Esa es su cruz. Esa es su presión. Esas son sus finales: partidos con el cuchillo entre los dientes para sobrevivir y seguir peleando. Ganarle al Córdoba da brillo, todos quieren morderle. Así que más le vale al equipo de Pablo Alfaro sacar a relucir su perfil más aguerrido para combatir a rivales que, seguramente, no cuentan con tanta calidad individual pero exprimen su vigor físico y su motivación al límite.
El Córdoba CF tiene que darle peso a su nombre y a su objetivo en sitios como el que le acoge hoy: la Ciudad Deportiva del Sevilla, hogar del filial. Si no es una final, póngale usted el nombre.
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