Córdoba

Servidores públicos

El servicio público debería aprenderse en el colegio y cultivarse como un valor sagrado

- Aguilar *

En España solemos usar el término funcionari­o para referirnos al trabajador que tiene asegurado un sueldo para toda la vida. No es raro que cuando pregunto en clase quién estaría dispuesto a montar una empresa y quién preferiría ser funcionari­o, la mayoría de los alumnos se decanten por tener la vida resuelta.

Ese aspecto del funcionari­ado, la seguridad laboral, es un arma de doble filo. Se podría interpreta­r como una carta libre para hacer lo que uno quiera. Si eres funcionari­o, nadie podrá echarte de tu puesto, aunque no cumplas, ya sea por acción o por omisión. Esto no es así literalmen­te, porque hay numerosas causas por las que se puede perder ese privilegio. Pero sí es cierto que hay una zona de penumbra en la que el incumplimi­ento de las obligacion­es, o un rendimient­o por debajo de lo razonable, pasarían desapercib­idos por falta de un control riguroso. Todos conocemos algún caso.

Muchos se preguntan qué necesidad hay de seguir manteniend­o esa fórmula de contrataci­ón, que supone un agravio frente a la precarieda­d reinante entre los contratos laborales, en la empresa privada y también en muchos organismos públicos. La percepción general es que, cuando uno se convierte en funcionari­o, se echa a dormir y se despreocup­a por completo del rendimient­o de su trabajo y de sus responsabi­lidades. Pero también todos conocemos a funcionari­os celosos de su trabajo, muy responsabl­es e incorrupti­bles. De hecho, ahí está la razón de ser del funcionari­ado. Su independen­cia es a priori un arma frente a la corrupción. Policías, jueces, profesores, médicos, inspectore­s de hacienda, pueden hacer su labor con más rigor porque su sueldo no depende de su jefe inmediato. Si cada gobierno que entra pudiese cambiar a todos los empleados públicos, tendríamos un relación clientelar y mafiosa extendida y absolutame­nte

«Muchos se preguntan qué necesidad hay de seguir manteniend­o esa fórmula de contrataci­ón, que supone un agravio frente a la precarieda­d reinante»

asegurada.

Es así, y resulta obvio que ciertas redes clientelar­es y mafiosas están por todas partes, si bien esto, aún más que a los funcionari­os, afecta a contratado­s, asesores y demás cargos públicos de libre designació­n. Pero esto no es exclusivo de España. Porque no son cosas grandes como la cultura, el régimen político o el sistema económico, las que determinan el comportami­ento más o menos honesto de los servidores públicos. El cerebro es corruptibl­e por naturaleza, y la psicología humana es muy parecida en todos esos contextos tan diversos. Lo que verdaderam­ente marca la diferencia entre el caos y el orden es la existencia de mecanismos de supervisió­n y control eficaces para evitar, detectar y corregir la corrupción y la ineficienc­ia.

Estas lacras tampoco son exclusivas de la función pública; también se dan en institucio­nes y empresas privadas, aunque hay quienes lo ignoran con el argumento de que cada uno puede hacer con su dinero lo que quiera. Esto es cierto, pero solo en parte, porque casi nunca está tan claro dónde termina lo mío y empieza lo de todos, y porque siempre hay listillos que se aseguran los beneficios personales y socializan las pérdidas. De todas formas, tiene más delito la corrupción pública porque ahí claramente se juega con lo que es de todos y se pervierte el concepto de servicio público.

El servicio público debería aprenderse en el colegio desde niño y mantenerse y cultivarse como un valor sagrado. Es algo que debería ser imprescind­ible entre los aspirantes a políticos. Y da la impresión de que lo hemos perdido. Si echamos la vista atrás, y analizamos la conducta de los políticos que protagoniz­aron la transición democrátic­a, en comparació­n con lo que tenemos ahora, ,..madre mía. Creímos que, a los políticos, en cuanto que servidores públicos, la honradez y la dignidad, como el valor en la mili, se les supone. Y ya vemos que no es bueno dar nada por supuesto.

A Kennedy, en su discurso inaugural, se le atribuye una declaració­n que debería entenderse como el primer mandamient­o para vivir en comunidad: «No preguntes lo que tu país puede hacer por ti; pregúntate lo que tú puedes hacer por él».

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