Acostumbradas a la violencia
Rebecca Solnit utiliza su pasado como adolescente emancipada en ‘Recuerdos de mi inexistencia’ para reflexionar sobre el machismo y la fragilidad de las mujeres en la sociedad
Hace ya algunos años que Rebecca Solnit (San Francisco, 1961), cronista y autora de libros sobre la cultura occidental desde una óptica feminista, acuñó el término mansplaining, algo traducible como la «macho-explicación», una actitud condescendiente típicamente masculina, que ella echó a rodar en Los hombres me explican cosas a partir de una experiencia personal sobre un hombre dispuesto a darle una lección maestra sobre un libro que ella misma había escrito.
Ella misma, desde su domicilio de San Francisco, con un aspecto lánguido y elegante y un tono profundo y pausado, explica unas intenciones que se traslucen en prácticamente todos sus libros. Y se concretan en Recuerdos de mi inexistencia (Lumen), sus lúcidas memorias que es su último trabajo, como en La madre de todas las preguntas, los ensayos que recupera Capitán Swing.
«Lo que intento hacer es comprender el mundo de forma novedosa, deconstruir las viejas y anticuadas historias que nos ha contado el patriarcado y que nos impiden ver la realidad. Contar las cosas desde otra perspectiva», asegura afirmando que se siente como una descolonizadora frente a las historias silenciadas o desacreditadas.
Estas memorias dibujan a una Solnit recién salida de la adolescencia que acaba de alquilar su primer apartamento en un barrio marginal de población negra (aunque los peores acosos los sufrió en zonas más burguesas y blancas) desoyendo las voces que le recomendaban comprarse un arma y que asumían que la violencia contra las mujeres –esa inseguridad que sienten todas las mujeres cuando caminan solas por la calle– era algo institucional, algo inevitable que no puede cambiarse. «Hace mucho que escribo sobre a violencia contra las mujeres pero sentía que no había explorado a fondo el tema. Las mujeres vivimos en un océano de violencia como peces en el mar y eso tiene un impacto enorme en nuestras decisiones, socaba nuestra confianza y nuestra capacidad de participar en la vida social», explica, añadiendo que al cabo de los años esta situación desembocó en la convicción de que esta violencia está dirigida a negarle la voz a las mujeres. Como ejemplo, trae a colación el controvertido tuit de Alexandria Ocasio-cortez, que explicó su miedo real el pasado 6 de enero durante la testosterónica toma del Capitolio –ella estaba en un edificio anexo– por la multitud protrump y tuvo que enfrentarse a la acusación de «estar delirando» por parte de algunos republicanos.
El libro muestra a la Solnit del 2020 analizando a aquella joven estudiante a la que como tantas otras de su edad, incluso hoy, la sociedad insta a «no parar nunca e imaginar su asesinato», porque
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«ser una mujer joven significa enfrentarse a la propia aniquilación de multitud de formas, huir de ella o conocerla».
Algo que la realidad y las ficciones cinematográficas y televisivas están recordándonos hasta la náusea. ¿Cambiaría esto si logramos otro tipo de representación masiva de las mujeres? «En el 2016 –cuenta– escribí un atlas de Nueva York como ciudad de las mujeres en el que cambiamos buena parte del callejero de la ciudad, básicamente masculino, con nombres de mujer. Estuvo bien pero me hizo pensar mucho la pregunta que me hizo una alumna: ‘¿Si voy caminando por una avenida con nombre de mujer un hombre se atrevería a acosarme?’. Así que la solución es convencer a los hombres de que el problema es suyo. Lo contrario es como pensar que el racismo lo tienen que resolver las personas que no son blancas».
La obra Recuerdos de mi inexistencia es también una carta de amor a San Francisco, ciudad de la que la autora siempre se ha sentido muy orgullosa. Especialmente por la lección que supuso para ella como mujer heterosexual cómo se abordaban y conquistaban los derechos de gays y lesbianas, donde las mujeres trans, muchas veces sospechosas ante un cierto feminismo anticuado, «nunca fueron un problema».
«Crecí rodeada de homosexuales que me enseñaron que los hombres pueden ser cálidos, comprensivos y nada amenazantes. No hay nada malo en los hombres, lo que está mal es el patriarcado», dice.
Sin embargo, la ciudad multirracial se ha trasformado en los últimos años para dolor de la autora: «Nos ha atrapado la distopía tecnológica y nos ha absorbido Silicon Valley. Ese boom ha expulsado de Frisco a mucha gente pobre, a negros y latinos y eso ha hecho que pierda su alma. Sigue siendo un lugar agradable para los gays pero es demasiado caro y mucho menos amistoso de lo que fue antes. Ha perdido su alma».
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«San Francisco me enseñó que pueden existir hombres comprensivos y nada amenazantes»
«No hay nada malo en los hombres, lo que está mal es el patriarcado», señala la autora