Córdoba

La Orquesta, la mejor escuela

- C. CRESPO GARCÍA

El primer confinamie­nto, el que nos quitó la movilidad, el que nos obligó a encerrarno­s en casa y descubrir un concierto inacabable de pájaros nunca escuchados de esa manera, nos privó de unos Cuadros de una Exposición de Mussorgski-ravel con la Orquesta Córdoba con el refuerzo de la Orquesta Joven de Córdoba. Preciosa iniciativa, que ya tiene su tradición, y que resume el principio capital de juntar experienci­a y bisoñez como la mejor escuela y el secreto para la continuida­d orgánica de cualquier cosa viva, incluido el arte. Un año más tarde, en esta extraña normalidad en la que andamos instalados, la iniciativa volvió transmutad­a en la dupla, precisamen­te, maestro/alumno, Haydn/beethoven.

Carlos Domínguez-nieto, nada más aparecer, fue saludado por el público con unos aplausos que sonaban a «qué nos gusta verte por aquí». Fue un gusto volver a un Haydn de los de antes, porque, y no puede ser ya de otra manera, el historicis­mo o la tercera vía se han revelado como las prácticas interpreta­tivas de estas músicas que sacan los colores originales de estas músicas. Pero en melomanía, si hay un placer compartido, es el disfrute de la variedad de enfoques. Éste fue un Haydn ágil, mas no atropellad­o, cantarín, marcial en su justa medida, sin espesuras románticas pero rubateado. De menos a más, con un centrado Andante y un chispeante Allegro con Spirito final. De los cuatro solistas de la Orquesta Joven, destacó Gonzalo Lucien Vauthey al violín, que lideró el cuarteto solista por seguridad, entonación y volumen. Ajustado oboe el de Ignacio Cano. Y meritorio esfuerzo de Antonio Abad y Marina Ureña por hacerse oír en una sala, la del Gran Teatro, que es una trampa mortal acústica para cualquier música sin amplificac­ión. Orquesta Joven y Orquesta senior volvieron mezcladas en atriles para una Primera de Beethoven que no miró a Haydn, sino al Beethoven que todos tenemos en mente. Y el contraste nos alumbró que si la Sinfonía Concertant­e de Haydn sonaba perfectame­nte de su tiempo, el primer opus sinfónico del músico de Bonn transmite, desde el primer compás, la sensación de que algo nuevo se está explorando. No es que Beethoven anticipe el porvenir, sino que, como Caravaggio en pintura, o Kubrick con el lenguaje cinematogr­áfico, lo determina, no lo mira. Hará que el porvenir lo mire a él. La mezcla de orquestas obligó a una interpreta­ción medida y controlada, sin impedir que emergiera el concepto nítido que de la obra tiene Domínguez-nieto. Claro que hubo leves accidentes, despistes, entradas a destiempo... pero, ante la vida, ante lo orgánico, ¡qué más da!

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