La otra cara de Benito Pérez Galdós
plataformas llenas de gente; me gustaba ver las hojas arrancadas de los árboles por el viento y esparcidas por todo el paseo» (pág. 37). También de Madrid, de su provincia y sus alrededores, ha recopilado el antólogo varios fragmentos de enorme atractivo, como el dedicado a la Arganzuela: «Atraviesa la Ronda y se convierte en despeñadero, rodeado de casuchas que parecen hechas con amasada ceniza» (pág. 49).
La sociedad, la política, la religión, la economía y los ritos de una época, tienen cabida en esta antología prosística de Pérez Galdós, pues de todo habló en su obra. Es difícil, por tanto, mencionar o destacar del jugoso conjunto alguna pieza sobre otras, pues todas destellan como guijarros sobre el fondo de un arroyo que corre entre chopos de cristal. Aun así, podríamos reseñar este hermoso texto perteneciente al capítulo «Oficios y empleos», en el que Galdós habla de un buhonero: «No tengo familia ni ambición, y disfruto del local más ventilado y espacioso que puede imaginarse, que es el libre suelo de mi España querida. Total: que mi casa la barre el aire» (pág. 151). Así, con este fragmento sacado al azar de la antología, dejamos constancia del puro y diáfano paisaje, interior y exterior, que Galdós hizo inmortal y, ahora, un siglo más tarde de su muerte, ha recogido en un libro de obligada lectura el escritor Jesús Munárriz consiguiendo que los no lectores de Galdós hayamos podido, al fin, gozar sus prosas, olvidando el tono pedestre y garbancero que antaño tildó su modo de escribir y aquí se aligera adquiriendo intensidad.