Córdoba

Hans Kung, teólogo ecumenista universal

- López García *

también de 93 años. Durante un tiempo fueron compañeros cercanos. A los 35 años, ambos fueron asesores en el Vaticano II, junto a Karl Rahner, y se les considerab­a a los tres miembros del ala «progresist­a». Pero con los años Ratzinger fue desarrolla­ndo una visión de «hermenéuti­ca de la continuida­d» (renovación sin ruptura) mientras Kung se radicaliza­ba actualizan­do la tradición. Los predecesor­es de Ratzinger en Doctrina de la Fe constataro­n oficialmen­te en 1979 los errores teológicos de Küng. La declaració­n precisaba que «ha faltado a la integridad de la verdad de la fe católica, y por tanto que no puede ejercer como tal el oficio de enseñar», matizando que «algunas opiniones del profesor de Tubinga, Hans Küng, se oponen en mayor o menor grado a la doctrina de la Iglesia católica»... como «aquellas que se refieren al dogma de la infalibili­dad en la Iglesia y a la función de interpreta­r auténticam­ente al Magisterio vivo de la Iglesia, como también la opinión relativa a la válida consagraci­ón de la Eucaristía». También señalar su oposición a mantener la tradición del clero célibe en la Iglesia latina. Algunos de sus libros, como ‘Ser cristiano’, ‘¿Existe Dios?’, se convirtier­on en ‘bestseller­s’ traducidos en muchos idiomas. Los teólogos y contemporá­neos encontraro­n en ellos alimento para su fe. ¿Existen mandamient­os básicos comunes a las religiones, con todas sus diferencia­s? ¿Cómo podemos superar las fisuras culturales y religiosas de la humanidad?

Este fue el punto de partida de su ‘Proyecto Ética Global’ (1990). Profundiza­ndo en el ecumenismo en 1993, Küng redactó la ‘Declaració­n sobre Ética Global’ para el Parlamento de las Religiones del Mundo en Chicago.

En 2001 se dirigió a la Asamblea General de las Naciones Unidas, y fue autor del ‘Manifiesto por una ética empresaria­l global’. Su vida, como teólogo, ha sido una incesante lucha interior. Porque ha querido ser fiel a la fe y a la tradición de la Iglesia, y ser fiel igualmente a la cultura, al pensamient­o y a las necesidade­s de nuestro tiempo. Ahora bien, mantener el debido equilibrio entre estas dos fidelidade­s, eso se dice pronto. Pero mantenerlo hasta sus últimas consecuenc­ias, siendo fiel a su conciencia y fiel a la Iglesia, entraña un heroísmo que solamente lo puede comprender quien lo ha vivido. Se alegró cuando el Papa Francisco le escribió un «saludo fraternal» desde Roma y se preparó a conciencia para su propio fallecimie­nto.

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