Nuestra vacuna
Ya que apelar a la generosidad no sirve, solo queda invocar al egoísmo. Pensar en nosotros. Un nosotros hecho de vecinos, compatriotas, europeos u Occidente (podemos abrir o cerrar el foco tanto como queramos). En cualquier caso, hablamos de nuestra protección, de nuestra salud, de nuestra seguridad, de nuestra prosperidad. Nuestra, nuestra, nuestra... Sí, pensemos en todo ello. Pero pensemos. Solo así entenderemos que la barbaridad de un mundo partido en dos solo ahonda el abismo en el que nos precipitaremos todos. El primer mundo pisando el acelerador de las vacunas, mientras hay países que apenas han empezado. En nuestra vanagloria, quizá creemos que salimos ganando. No, el único que se declara
«La generosidad se escurre entre los dedos cuando el gesto imperante es la defensa, no el abrazo»
vencedor de la cuita es el virus. Una pandemia, el mismo nombre lo indica, nos afecta a todos. El virus muta y no pueden descartarse los zarpazos de sus variaciones, más aún cuando dejamos a países desvalidos frente al covid. Su fragilidad es la nuestra, porque acaba afectándonos.
¿Y de la ética? ¿Y de la posibilidad perdida de hacer un mundo más justo, más equitativo? Mejor dejemos el debate para otro día. La generosidad se escurre entre los dedos cuando el gesto imperante es la defensa, y no el abrazo.
* Periodista