El Canal Estambul, el megaproyecto de Erdogan
El presidente turco activa la construcción de un nuevo paso para barcos Una localidad afectada es Baklali y sus vecinos se quejan de falta de información
Miray dice que no sabe, que puede que pase por aquí, o por allá, detrás del monte, o a través del cementerio, pero que no lo sabe aunque le gustaría saberlo porque estar así, sin saber, esperando, no es fácil. Esta joven habitante de Baklali, al noroeste de Estambul, se refiere al proyecto más ambicioso de la historia de la República de Turquía: el Canal Estambul (Kanal Istambul).
Cuando el presidente Recep Tayyip Erdogan lo anunció en 2011 lo calificó de «su proyecto loco». El canal circulará a 30 kilómetros de distancia del centro de Estambul –del estrecho del Bósforo– y tendrá en total 45 kilómetros de longitud. A lo largo de sus orillas se construirán dos ciudades de lujo, con villas, resorts, centros comerciales, salones de convenciones, galerías de arte y hoteles. La tierra que se excave en los terrenos se aprovechará para hacer un par de islas artificiales en el mar de Mármara. Cuando el canal sea una realidad, la península histórica de Estambul, la antigua Constantinopla, dejará de ser una península.
Ante la falta de información sobre cómo les va a afectar, en Baklali tan solo pueden esperar. «Es lo único que podemos hacer. Nos dicen que no nos echarán, pero luego nos dicen que sí, y que el agua pasará justo por encima nuestro. Luego nos dicen lo contrario, y ya no tenemos nada que hacer, ni sabemos nada. Lo que tengo claro es que no vendrá nada bueno», añade Miray, de 23 años, que mantiene la mirada irónica.
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QUE NO MOLESTEN Desde que el proyecto se hizo público todo ha sido una incógnita: no se sabía si Erdogan lo haría o no. Pero este 2021, con la crisis del covid y ante la necesidad de marcar perfil económico, el presidente se ha decidido. El carguero varado en el canal de Suez sirvió como excusa y la primera semana del pasado junio anunció que a finales de este mes empezarán las obras. «Construiremos dos ciudades en las dos riberas del canal, y si hay gente a la que le molesta el proyecto, que así sea y que no molesten; no nos pararán», dijo Erdogan.
Miray, ganadera, cuya familia ha vivido en Baklali desde hace cuatro generaciones, se lo cree. «Hay gente que duda, yo no. Normalmente, cuando Erdogan dice que hará algo lo hace. Aparta a la gente que se opone y hace lo que quiere. Pero nosotros pensamos resistir», anuncia mientras pasea 33 por su granja de animales. «Este proyecto es un canal de hormigón, de construcción de inmuebles. Está politizado y no hay transparencia. Al Gobierno solo le importa una cosa: money, money, money», aseguró en una rueda de prensa el mes pasado el actual alcalde de Estambul, el opositor Ekrem Imamoglu.
El Gobierno turco justifica el proyecto con una idea simple: el estrecho del Bósforo, que divide Estambul por la mitad, está demasiado lleno. En 2019 lo cruzaron 41.112 barcos; o lo que es lo mismo, 113 al día. El nuevo canal, asegura Ankara, serviría para aligerar el tráfico y reducir el riesto de accidentes.
Los expertos, sin embargo, dudan. «Hemos hablado con algunos capitanes y no esperan que haya mucho cambio porque los cargueros no preferirán esa vía alternativa. No será ni más corta ni más segura que el Bósforo», afirma la ecologista Duygu Dag, miembro del Centro para la Justicia Espacial.
Según la experta, el canal no cambiará el tráfico marítimo; sí todo lo demás. «Significa la destrucción total de la ecología de Estambul. Dañará muchos ecosistemas, la parte norte de la ciudad, donde están los bosques y los recursos de agua dulce. Las zonas agrícolas, los ecosistemas marinos, la costa», vaticina. «Estambul es una ciudad que tiene que importar agua potable porque las fuentes de agua dulce no son suficientes. Y este canal pasará por una de estas fuentes, la presa de Sazlibosna, que se convertirá en agua salada. Sazlibosna son cerca de 25 días de suministro de agua para toda la ciudad. Lo estamos regalando a la nada», añade.
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SIN ALTERNATIVA Miray no sabe qué es mejor. Si vender la granja, abandonar y buscar otro sitio o aguantar y tener la posibilidad de perderlo todo: «Si vendo mis tierras, ¿qué trabajo voy a hacer? ¿Adónde voy? Nuestra familia está en Baklali desde el abuelo de mi abuelo. Toda nuestra vida hemos trabajado con los animales. Este es nuestro sustento». El Gobierno no les da ninguna alternativa.
La duda le carcome a ella y a sus vecinos. Dos ellos, dos hombres apuran un par de tés mientras la llamada a la oración les reclama en la mezquita. A diferencia de las obras, que deben empezar ya, estos dos lugareños no parecen tener mucha prisa. «Nadie nos ha dicho absolutamente nada. Nos enteramos de las cosas por la televisión, por lo que dice Erdogan. De hecho, no sé si lo del canal acabará siendo bueno o malo. Si el canal pasa por aquí, ¿nos dejarán quedarnos?», pregunta el de edad avanzada. «No, no. Claro que no. Es imposible», contesta el otro, más joven, antes de continuar: «Yo lo que tengo claro es que quiero que termine todo esto. Si tiene que pasar, que pase; y si no tiene que pasar, que no pase. Pero estar así, sin saber nada, es horrible».
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