Los talibanes prohíben a los afganos acudir al aeropuerto de Kabul
El G-7 no convence a Biden, que mantiene la retirada para el día 31
El tiempo se acaba para evacuar a miles de personas de Afganistán. El regreso de los talibanes al poder ha activado una agónica cuenta atrás que finaliza el 31 de agosto. Ayer, los insurgentes fundamentalistas islámicos remarcaron que no prorrogarán esa fecha límite y que en los próximos días solo dejarán salir del país a ciudadanos extranjeros. Después, vuelta a la oscuridad.
La retirada militar de EEUU y las fuerzas aliadas ha desembocado en el caos en Kabul. Miles de afganos se apelotonaron la semana pasada en el aeropuerto de la capital intentando encontrar a la desesperada una forma de abandonar su hogar. Mientras que las tropas internacionales tendrán margen para ser evacuadas, los talibanes han prohibido a los ciudadanos del país acudir al aeródromo, como indicó su portavoz, Zabihulá Muyahid.
Afganistán será una cárcel para ellos. También para muchos afganos que en casi dos décadas arriesgaron sus vidas para colaborar con las fuerzas de la coalición. Aun así, el 31 es inamovible en el calendario. Los talibanes aseguraron que era una «línea roja» y que con cualquier intento de cambio «habrá consecuencias».
Washington no parece querer tensar la cuerda. A pesar de las presiones de sus aliados, el Pentágono se ajustará a la fecha pactada con los insurgentes. Aun así, el director de la CIA, William Burns, se habría reunido el lunes en Kabul con el líder talibán, Abdul Ghani Baradar. El encuentro diplomático entre ambos bandos – el de mayor rango celebrado desde la vuelta al poder de los insurgentes– podría haber sido un supuesto intento para negociar esa fecha límite, según avanzó ayer el Washington Post. Joe Biden ha pedido la elaboración de «planes de contingencia» para ampliar su estancia en el país de ser necesario, según Reuters.
Mientras tanto, los aliados intensifican sus maniobras de evacuación. La Comisión Europea aseguró que todo su personal y sus familias ya están fuera de Afganistán. El Pentágono explicó que hasta 21.600 personas han volado desde el aeropuerto de Kabul en 24 horas. No queda claro cuántos son ciudadanos occidentales y cuántos son afganos.
Tras reconquistar ⁄ la capital afgana, los talibanes han llevado a cabo una operación de márketing para presentarse como más moderados.
Sin embargo, Naciones Unidas aseguró ayer haber recibido informes creíbles que documentan violaciones de los derechos humanos en el país como las ejecuciones sumarias de militares y civiles afganos en territorios controlados por los insurgentes, así como la prohibición de que mujeres y niñas acudan a sus trabajos o al colegio.
El portavoz talibán explicó que ese bloqueo es una medida temporal. «Es por su seguridad, para prevenir cualquier maltrato», aseguró, insistiendo en que ninguna será despedida y que recibirán su salario. La semana pasada Muyahid sostuvo que el nuevo emirato fundamentalista islámico respetará los derechos de las mujeres así como de las minorías religiosas.
Ese tono conciliador contrasta con la realidad que se vive en las calles de la capital, donde los talibanes ya han eliminado carteles en los que aparecían mujeres. «La línea roja será el trato que los talibanes den a mujeres y niñas», según remarcó Michelle Bachelet, la alta representante en derechos humanos de Naciones Unidas.
En las últimas horas esa agónica cuenta atrás ha sumado otro factor más para aumentar la desesperación. La Organización Mundial de la Salud (OMS) confirmó que los bloqueos que se practican en el aeropuerto de Kabul han llevado a que tan solo le queden suministros médicos en Afganistán para aguantar una semana más. La mitad del país centroasiático, unos 18 millones de personas, necesitan asistencia humanitaria.
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Kamala Harris, en una mesa redonda en Singapur, ayer.
Estados Unidos protegerá a sus aliados de la belicosidad de Pekín en el mar del Sur de China. Lo ha prometido su vicepresidenta, Kamala Harris, durante un viaje a la región para fortalecer alianzas y vender la firme palabra de Washington. No acompaña el contexto. «Sabemos que Pekín continúa con las coerciones, intimidaciones y reclamaciones en la mayoría del mar del Sur de China. Sus acciones socavan el orden basado en la ley y amenazan la soberanía de las naciones», afirmó Harris en Singapur, primera etapa de una misión diplomática que también la llevará hasta Vietnam. EEUU, sostuvo, «se mantiene fiel a sus aliados y socios».
En el mar del Sur de China colecciona Pekín pleitos territoriales con media docena de países. El cuadro se ha agravado en los últimos años por la atosigante presencia militar estadounidense y la pulsión china de ocupar aguas en conflicto por la vía de los hechos consumados y levantar islas artificiales. Según China, favorecerán el tráfico internacional. Servirán de bases militares, según Washington.
La incubación del conflicto es larga. Barack Obama ordenó el giro al Pacífico tras años desangrándose en Oriente Próximo para contrarrestar la influencia china en la región. Fue efímero el
posterior repliegue de Donald Trump. Sus incrementos presupuestarios militares sin precedentes acabaron en la Marina y su destino natural fue el patio trasero chino. Desde entonces han frecuentado lo que Washington llama pomposamente ejercicios de libertad de navegación: paseos de sus barcos por las aguas que China considera propias para irritarla.
El resentimiento acumulado contra Pekín se utiliza por EEUU para acrecentar su influencia pero no encuentra la adhesión ciega. Contra Washington juega el riesgo de una confrontación militar que alcanza a todos y las dudas sobre sus promesas.
Las
⁄ ruedas de prensa de Harris no escaparon de la caótica retirada de las tropas de Afganistán, que trató de resolver aludiendo a la evacuación de ciudadanos estadounidenses y afganos como prueba de compromiso. El primer ministro singapurés, Lee Hsien Loong, respondió que el mundo juzgará a Washington por su respuesta en Afganistán.
Y es que Singapur mantiene un medido equilibrio entre Washington y Pekín que la segunda lamenta porque espera más de un país con mayoría étnica china. Su ministro de Exteriores, Vivian Balakrishnan, ahondó en la equidistancia: «Singapur será útil pero no se dejará usar».
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Naciones Unidas denuncia violaciones de los derechos humanos en el país