Córdoba

Corinna va a terapia

Nadie ve de nuevo a Juan Carlos I en La Zarzuela, a tiro de piedra del trono y su actual ocupante

- DE JOSÉ LUIS BLASCO PILAR Garcés * sobrecagar

La examiga entrañable del rey Juan Carlos I, Corinna Larsen, se ha visto en la necesidad de buscar ayuda profesiona­l para paliar el estrés y la ansiedad que le provoca el presunto asedio del anterior jefe del Estado, hoy jubilado y desterrado en Abu Dabi. Me imagino la cara de póker de su psicólogo o psicóloga londinense cuando la dama se tiende en el diván y empieza su doliente relato. «Yo hubiera podido ser la reina de España. Me llamaba diez veces al día por teléfono. Ese hombre incluso le pidió mi mano a mi padre, y le aseguró que se iba a divorciar. Yo nunca me he movido por el dinero, pero ahora me pide que le devuelva los 65 millones que se empeñó en regalarme y no llevo suelto». Gracias a las nuevas tecnología­s, al profesiona­l que ya estaba diagnostic­ando delirios de grandeza, no le costará googlear discretame­nte el nombre de la dama en el móvil y darse cuenta de que todo lo que dice está ya escrito en titulares de la prensa seria, y grabado por la BBC. «El jefe del espionaje español se reunió conmigo para presionarm­e. Mencionó a mi hijo. Me vigilan con coches y me han pinchado los teléfonos y los ordenadore­s. No puedo dormir. Yo, que estuve a su lado en el hospital cuando le operaron cogiéndole la mano... Ahora quieren destruir mi buen nombre. Hasta he tenido que contratar un relaciones públicas que defienda mi honor, cosa nada barata». Lejos de achantarse y firmarle un cheque con la generosa dádiva de su amigo saudí de vuelta, Corinna Larsen ha demandado al monarca emérito por acoso y espionaje, ha solicitado a la justicia británica una orden de alejamient­o contra él y contra el CNI para que no se puedan acercar a menos de 150 metros de sus residencia­s, y ha exigido el reintegro del dinero que ha invertido en su salud mental y en la reparación de su reputación, tan castigada. La gran pregunta es si los sufridos súbditos contribuye­ntes hispanos acabaremos pagando también esta factura.

Desde luego, si Juan Carlos de Borbón se aburre en su exilio de seis estrellas es porque quiere, pues quehaceres para entretener­se no le faltan, empezando por su propia defensa en los distintos fangales en los que se halla metido. No guardo ninguna empatía para la examante del padre de Felipe VI y sus tribulacio­nes con el espionaje español, pero la considero una enemiga muy a tener en cuenta. La cuestión es que gotean las opiniones doctas que plantean la convenienc­ia de que el anterior jefe del Estado regrese por estos pagos, y finalice el ostracismo impuesto por el Gobierno y su propio hijo, los primeros en descartar cualquier presunción de inocencia, pues entienden que la imagen que proyecta de la jefatura del Estado resulta internacio­nalmente penosa. Que retorne, en atención a la deuda de gratitud que el país tiene con él, sostienen los más recalcitra­ntes. Que regrese y si hace falta afronte los procesos judiciales que toquen, plantean otros que solo pueden ser calificado­s como ilusos, a tenor del ritmo que llevan las investigac­iones. Nadie le ve de nuevo en La Zarzuela, a tiro de piedra del trono y su actual ocupante, pero cuidado con quienes le enviarían a lugares remotos en la era de internet. Si ha de buscársele acomodo, cabe recordar las palabras de la presidenta Isabel Díaz Ayuso sobre el único lugar donde se puede vivir durante años sin encontrart­e con tu ex. Madrid, siempre la villa y corte.

* Periodista

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