Córdoba

Edurne Pasaban Vivir en las alturas

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Apenas podía mover los pies. Dentro de la tienda de campaña, los compañeros la rodeaban, intentando anestesiar con palabras un dolor intenso. Debían calentarle los pies con agua. Hacía ya largos minutos que no los sentía. Se los sumergiría­n y esperarían a que volviesen a recuperar su forma, hinchados como estaban. Era crucial para que Edurne Pasaban caminase. Horas antes había coronado el K2, la montaña más peligrosa de la tierra, la más majestuosa. Pero en las alturas tocar la cima es solo una estación del riesgo. Muchos han sido los que ha perdido la vida en el descenso y no hay romanticis­mo en dejar de vivir. La montaña exige precisión. En el vídeo de Al filo de lo imposible, a Edurne Pasaban le sumergen los pies porque no puede moverlos. Todos temen que pueda perderlos, y a siete mil metros de altura eso significa la muerte. Hay gente que entra y sale de la tienda. En el rostro de la alpinista se reconoce el cansancio y el dolor.

Ocurrió en 2004. Aquel descenso provocó varias heridas imposibles de borrar de la fisionomía del cuerpo. Han quedado como fotografía­s de los rigores de la montaña. A Edurne Pasaban le amputaron dos falanges de los pies. A otros miembros de la expedición, como Juanito Oiarzabal, las diez. Pero todos lograron bajar a las ciudades, al mundo de los atascos, de las citas puntuales, donde se reúnen los vivos. Para Pasaban era su séptimo ochomil, el más difícil de todos. Escalar la montaña endiablada, la que más víctimas ha dejado a su paso por número de escaladore­s le había dejado secuelas, pero la satisfacci­ón de la vida. La culminació­n de una hazaña a la mano de muy pocos en el mundo. Su objetivo sería alcanzar los catorce ochomiles. La primera mujer en hacerlo. Disputar a los dioses de las alturas su terreno.

Todo empezó en los Pirineos, en los veranos de la infancia, subiendo y bajando montañas. La niñez convirtió el noble arte de escalar en un juego de niños. Con la adolescenc­ia llegaron el Mont Blanc y los principale­s picos de los Alpes. Después el Chimborazo, el volcán ecuatorian­o, a más de seis mil metros de altura. Todo ello sin haber cumplido los dieciocho años. De ahí al sur de los Andes, la espina dorsal de América, haciendo de la escalada una forma de vida, una filosofía viajera que consiste en establecer en las alturas una especie de hogar. Tomar aire a más de seis mil metros de altura, descansar del mundo en la cumbre del cielo. Hasta que llegó la hora del Himalaya.

Los catorce ochomiles están reunidos en el Himalaya y el Karakórum. Es una región sagrada para el amante de la montaña. Inaccesibl­e para el resto de los mortales. Catorce puntos que rascan el cielo y que el ser humano ha terminado de conquistar a finales del siglo XX. Poco antes de la Luna, una expedición china encabezada por Hsu Ching coronaba el Shisha Pangma, a 8.027. Eso habla más de la dificultad de llegar a todos los rincones de nuestro planeta de la tecnología necesaria para salir de él. Amstrong y Hsu Ching son dos caras de la misma moneda. Dos grandes pasos para la humanidad. No queda atrás el empuje de Edurne Pasaban ni la tenacidad demostrada precisamen­te con el Shisha Pangma, su última montaña en coronar, la que más veces se le había resistido.

El Shisha Pangma se localiza en el Tíbet, una región bajo control chino. Eso dificultad los acceso incluso para los escaladore­s. Edurne Pasaban intentó su primer ascenso en 2007, pero fracasó porque las condicione­s climática no eran las idóneas. Fueron cuatro los intentos que acabaron en fracaso. El clima era adverso. Parecía que la montaña quería privar a la alpinista de Tolosa de coronar su cumbre. Antes había llegado el Everest, en 2001, su primer pico por encima de los ochomil metros. Después el Makalu y el Cho Oyu. Así, fueron desfilando uno a uno durante diez años todas las alturas del planeta. Expedición tras expedición, las dificultad­es fueron remitiendo gracias al empuje y la tenacidad de una deportista que quería ser la primera mujer en alcanzar todos los ochomiles.

Edurne Pasaban tuvo que luchar contra el clima, la dureza de las alturas y una depresión que la dejó un año fuera del alpinismo. En el mes de mayo de 2010 la expedición en la que formaba parte tenía como meta alcanzar la cima de Shisha Pangma.

Era la quinta vez que intentaba el ascenso. Durante el camino, diez años de escalada en los que había perdido amigos, compañeros de dolores y confidenci­as en la montaña, dos falanges. Un tiempo en los que había renunciado a la vida de los mortales para alcanzar durante unos segundos la majestuosi­dad de las cimas del mundo.

Fue el 17 de mayo cuando el Shisha Pangma fue coronado. Había logrado los catorce ochomiles con tan solo 37 años. En la cima, no le salían las palabras. Solo lágrimas y después agradecimi­entos a los vivos y a los muertos, los que se han quedado en el camino. Abajo, el mundo. Sobre ella, solamente el cielo.

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Edurne Pasaban haciendo cima.

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