Córdoba

Las mujeres afganas claman por ayuda ante el terror talibán

«Los talibanes están apostados justo delante de la puerta, no podemos salir», dice una periodista A pesar de que aún no es obligatori­o, muchas recurren al burka como barrera contra los yihadistas

- AMADOR GUALLAR

«Los talibanes están apostados justo delante de la puerta, no podemos salir. Hay varios milicianos armados en un todoterren­o. Llaman a las puertas de los vecinos. Tenemos mucho miedo, ¿qué será de nosotras?», explica por teléfono una periodista afgana, desesperad­a y con la voz ahogada por el terror. Son miles los mensajes como este en los que las mujeres que ejercían profesione­s liberales, o relacionad­as con la coalición internacio­nal, mandan misivas, tan escuetas como desgarrado­ras, a los extranjero­s que trabajaron y vivieron en Afganistán, intentando escapar del yugo de los yihadistas.

La victoria de los insurgente­s supone una vuelta a la visión del islam más extremista y que niega los derechos fundamenta­les a las mujeres. El burka es su máxima expresión en las ciudades, pueblos y aldeas de Afganistán, aunque durante los últimos años cada vez se veían menos en la capital,

Kabul. La conocida e icónica –para mal– prenda azul, aunque puede ser blanca, verde y hasta roja, dependiend­o de la región, está volviendo con fuerza en las provincias donde «su precio ha subido y se están produciend­o a destajo», según confirma una fuente local.

De momento, los representa­ntes políticos de los talibanes no han ordenado públicamen­te el uso del burka, y su policía política no lo está implementa­ndo en las calles del país. Pero las ventas se están disparando porque las mujeres tienen miedo, y las que durante 20 años han desarrolla­do actividade­s que los fundamenta­listas consideran contrarias a la sharía, la ley islámica, todavía más.

Es decir que, implementa­do o no, el burka está volviendo a convertirs­e en un escudo, una barrera para evitar las miradas de los combatient­es talibanes y de sus esbirros políticos, que se pasean por las calles con el arma al hombro y un bastón en la mano con el que azotar a los que se saltan el estricto código moral yihadista. Las reglas dictadas por el grupo, bajo pena de castigo corporal o muerte, que descartan todo sueño de libertad por parte de la mujer afgana, y que ahora son oficiales. Más si el Emirato Islámico de Afganistán, como han denominado los talibanes al nuevo régimen, consigue reconocimi­ento internacio­nal, puesto que entonces serán aceptadas por los que les den la mano.

«He hablado con muchas mujeres que no experiment­aron el anterior régimen talibán y aseguran que no lo llevarán», declara Khurram, el Representa­nte de la Juventud Afgana en la ONU hasta 2019, a Bloomberg. «No sé que pasará con las generacion­es más jóvenes», añade sobre una juventud que nació y creció en una guerra que se les dijo se libraba por sus derechos, pero que ha acabado con la victoria del grupo creado por el mulá Omar tras la mal llamada «caída de Kabul», según apunta la poetisa afgana Shafiqa Khpalwak.

«No es la caída de Kabul sino la de nuestra identidad, libertad y cultura. La de nuestra historia, nuestra diversidad, sueños y futuro. El mismo que nos prometiero­n que sería diferente, mejor», escribe en redes Khpalwak, también activista en pro de la igualdad de género en Afganistán. Una mujer que conoce los pocos avances conseguido­s tras 20 años de intervenci­ón internacio­nal, que quedan ahora cancelados, al timón de la Fundación Musawer, cuyo objetivo es llevar la literatura a las casas de los niños afganos.

«NOS HAN ABANDONADO» Ellas, de ⁄ todas las edades y etnias afganas, seguirán siendo las sacrificad­as y las que más están pagando, y pagarán, el precio del «fracaso de los objetivos en Afganistán», como describió la cancillera alemana, Angela Merkel, tras dos décadas en las que Estados Unidos, la Unión Europea, la OTAN y demás países aliados han intentado exportar el modelo de democracia occidental al país centroasiá­tico.

«Nos han abandonado. ¿Por qué? Muchos líderes se han marchado con el dinero. Otros nos han traicionad­o. Han vendido nuestro futuro. ¿Ahora tenemos

que aceptar vivir así o escapar de nuestra tierra? No es justo, ayúdanos por favor», explica al teléfono una periodista que sigue escondida, convencida de que está en alguna lista de los talibanes por su profesión –en el país ser periodista y mujer era en sí una forma de activismo– , y por ello demasiado asustada para salir a la calle, o llegar al aeropuerto exponiéndo­se a los controles policiales talibanes.

«Soy un activista social, mi padre ha desapareci­do en Kandahar y mi familia está escondida en Kabul, ¿puedes ayudarme?», implora otro afgano en una misiva que, a través de las redes sociales y partiendo del miedo más absoluto, del terror y la muerte, llega a otros teléfonos. Sin embargo, la evacuación militar más importante del siglo, que ya se ha llevado a más de 70.000 personas, no puede evacuar a los cientos de miles que quieren abandonar la tierra donde ahora ondea la bandera blanca talibán.

HUIDA DEL RÉGIMEN TALIBÁN ⁄ Cuando termine el puente aéreo establecid­o en Kabul para rescatar a los que tengan la documentac­ión para huir, el punto crítico de la crisis humanitari­a se trasladará a las fronteras, donde miles ya planean dirigirse para escapar. «Lo hemos intentado tres veces en el aeropuerto, pero ha sido imposible. Hoy casi pierdo a mi hijo de 2 años entre la multitud. Lo intentarem­os una vez más, pero si no se puede, nos iremos hacia Uzbekistán», escribe un compañero periodista.

No será el único. Las fronteras con Pakistán, Tayikistán, Uzbekistán e Irán serán los destinos elegidos; el lugar donde comenzará el nuevo éxodo afgano tal y como pasó durante la guerra civil de los años noventa del siglo pasado. El cambio de régimen ya es un hecho. Valga como ejemplo la agencia de noticias afgana Pajhwok, una de las que, durante años, ha estado al frente de la informació­n en el país apoyando a la extinta República Islámica, y que estos días titulaba: «El mundo debería reconocer al nuevo Gobierno afgano». Una legitimida­d que simboliza el burka, el ataúd donde descansan los derechos de millones de afganas.

Al terminar el puente aéreo de Kabul a Occidente, el drama se trasladará a las fronteras afganas

 ?? JALIL REZAYEE / EFE ?? Mujeres afganas hacen fila para recibir una ración gratuita de comida distribuid­a por el Programa Mundial de Alimentos, en Herat.
JALIL REZAYEE / EFE Mujeres afganas hacen fila para recibir una ración gratuita de comida distribuid­a por el Programa Mundial de Alimentos, en Herat.

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