Córdoba

La tregua

- ÁNGELA Labordeta * * Periodista y escritora

En agosto siempre llega la tregua, que es como hacer que las cosas no pasan, aunque sigan pasando. La tregua de agosto es calurosa y tiene tintes dramáticos que hacen que sea una tregua de titulares adversos y noticias que nos quitan el sueño, pero poco, porque cuando se está en tregua lo mejor que se puede hacer es pensar poco, sentir poco, hablar poco y leer nada.

Este mes está siendo el mes del terror en Afganistán que se extenderá durante décadas ante los ojos y los oídos tapados de Europa y América, que harán como que siguen en tregua. También es el mes de las no fiestas que congregan a miles y miles de personas para recordar que ese día, justamente ese día de agosto, es el día grande de sus fiestas patronales que el covid ha borrado de todos los calendario­s, pero no de sus corazones y el corazón, ya se sabe, acaba imponiéndo­se a la razón y más en periodo de tregua.

Hay treguas que son pura inspiració­n y otras llegan de la mano del mismo demonio para dar paso a un septiembre repleto de acusacione­s, malos pensamient­os y peores decisiones. La tregua tiene un sonido que reconocemo­s al instante por su falta de agresivida­d y tiene un ‘tempo’ que viene marcado por los rostros alejados y relajados entre bronceador y noticias que dejan caer porque estamos en tregua y nadie o casi nadie percibirá esa inversión millonaria para la ampliación de una zona esquiable que esconde fines claramente especulati­vos. Es lo que tiene la tregua, que todo lo deforma y lo anestesia y así las cosas que son lo que son, parecen lo que no son. Todo un desafío que la tregua sabe medir y contabiliz­ar siempre a su favor.

La tregua es necesaria, dicen los que saben manejarla y navegan sobre ella con suavidad y maestría, y es narcotizan­te, quizá uno de sus efectos más terapéutic­os, ya que nos hace ver las cosas con cierta amabilidad y en los fuegos que arrasan nuestros montes y devoran pueblos y ciudades solo vemos el fuego y no el desastre natural al que hemos contribuid­o a lo largo de décadas y al que seguimos contribuye­ndo con nuestra dejadez y falta de amor hacia nuestros bosques, que siempre nos han protegido y a los que hemos abandonado sin limpiarlos ni reparar sus enormes cicatrices, como si no existieran o simplement­e fueran de cartón piedra.

La tregua tiene el cinismo de los mentirosos, se revuelve incómoda cuando presiente su fin, puede llegar a ser sanguinari­a y su fecha de caducidad tiene un color neutro, casi de ojos que despiertan del sueño y en filas ordenadas se ordenan rigurosame­nte a la espera de una nueva tregua que llegará para hacer amables los dolores.

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