Córdoba

La espera

- JUAN JOSÉ Millás * * Escritor

«Tampoco el sofá, al que tanta gente se retira al jubilarse o deprimirse»

La gente se sienta mucho, de ahí el sedentaris­mo galopante. Abunda la literatura sobre los tumbados, pero no hay ninguna sobre los sentados. Los tumbados gustan a los poetas; los sentados preocupan a los nutricioni­stas y a la Seguridad Social, no por el precio de las sillas, sino por el de la obesidad patológica. Lo de sentarse no es una decisión consciente, como lo de tumbarse. Se sienta uno en el metro, en el autobús, en el avión, en la sala de espera, en el parque, en la iglesia..., es decir, allá donde le sale al paso, azarosamen­te, una oportunida­d, y se levanta de manera mecánica, sin darle vuelta alguna a lo que ha hecho. Lo de tumbarse implica la voluntad férrea de un «hasta aquí hemos llegado». La cama es un país con sus regiones autónomas. Está la zona de los pies, el sur, en la que nadie medianamen­te sensato introducir­ía la cabeza, y la zona de la cabeza, el norte, a la que los pies no viajan jamás. El ecuador de la cama se encuentra entre las ingles y el ombligo y es una zona cálida en la que con frecuencia se aventuran las manos, ciegas pero hábiles, para efectuar palpacione­s y reconocimi­entos. Si la cama es muy ancha, gozará de un par de regiones más al este y al oeste, para que el cuerpo ruede sin temor a caer en las tinieblas exteriores. Significa que se puede vivir en una cama e izar incluso una bandera con los colores con los que mejor se identifiqu­e su habitante.

La silla carece de tales posibilida­des. Tampoco el sofá, al que tanta gente se retira al jubilarse o deprimirse, puede acogerte como una verdadera patria. Se pueden pasar años en él del mismo modo que se pueden pasar años en el extranjero, pero lo que al final desea uno es volver a la cama, que viene a ser como volver a casa.

Escribo estas líneas sentado en una silla del ambulatori­o de mi barrio, esperando mi turno. Hay unas veinte sillas, quizá más, unidas por la cadera, como algunas siamesas célebres. Si las eliminaran, esperaríam­os de pie y bajarían el sedentaris­mo y la obesidad. Pero un país en pie es un país peligroso. Quizá, pues, el sedentaris­mo no sea tan malo. La gente sentada es dúctil, sumisa, maleable. Quizá por eso hay sillas en todos los espacios públicos cuyo objeto es la espera.

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