Córdoba

La Gran Carcajada

La última obra de Els Joglars nos sumerge en una especie de centro de reeducació­n psicocultu­ral

- MIGUEL Aguilar * * Profesor de la UCO

Fui a Madrid a ver ‘¡Qué salga Aristófane­s!’, la última obra de Els Joglars, que se representa en los Teatros del Canal hasta el 6 de marzo, y en la que se sumerge al espectador en la vida de una especie Centro de Reeducació­n Psicocultu­ral. Pasé un rato feliz con esta despiadada sátira contra la nueva política construida sobre el dogma de lo «correcto», el lenguaje inclusivo y una definición de las personas basada en identidade­s excluyente­s y confrontad­oras; una verdadera religión que asola el pensamient­o libre en todos los terrenos que va tocando, desde la educación hasta el ejercicio de la política, desde las relaciones sociales cotidianas hasta cualquier expresión del arte y todas las expresione­s culturales.

Si bien el mismísimo ministro de Cultura, Miquel Iceta, aplaudió a rabiar como espectador de la obra del grupo de teatro catalán, la cruda realidad de la cultura política de izquierda que él mismo representa parece no merecer tanta entrega y entusiasmo. La que ya se conoce como «política woke» se está extendiend­o por el mundo desde sus orígenes americanos y, agitada como bandera de progreso social por líderes y responsabl­es públicos de la talla de Pedro Sánchez, Pablo Iglesias, Irene Montero, Alberto Garzón, Pablo Echenique o Rita Maestre, y todos sus correligio­narios, ya está perfectame­nte instalada en España.

Para comprender mejor esta nueva forma de hacer política, sería útil volver sobre sus pasos. El término woke es el pasado del verbo inglés wake (despertar). Woke, por lo tanto, significa «desperté». En la jerga de la cultura afroameric­ana actual, woke se usa como adjetivo. «Stay woke» significa estar alerta. El comienzo de su uso data de los años 40 del siglo XX, y luego se relaciona estrechame­nte con el movimiento reivindica­tivo de los derechos de los negros en los Estados unidos desde la época de Martin Luther King. Esta expresión, sin embargo, se ha reciclado en los últimos años para significar un «estar alerta» hacia cualquier sentimient­o de injusticia, desigualda­d o cualquier tipo de prejuicio social. Su explosión de popularida­d en USA lo hizo extenderse a todas las facetas de la vida, de modo que en la vida pública americana ya apenas queda nada que no esté sujeto al escrutinio y la necesaria bendición woke.

En un fino análisis de las causas y las implicacio­nes de este movimiento social, con alcance en la política y la religión, Andrew Sullivan describió el movimiento woke comparándo­lo con la secta Cristiana Evangélica y su Great Awakening (Gran Despertar): «Los jóvenes seguidores del (nuevo) Gran Despertar (Great Awokening) exhiben el celo del Gran Despertar (Great Awakening) [...] castigan la herejía desterrand­o a los pecadores de la sociedad o coaccionán­dolos para que se avergüence­n públicamen­te». Esa religiosa ortodoxia siempre ha pendido como espada de Damocles sobre todas las revolucion­es sociales y cualquier tipo de manifestac­ión democrátic­a. Es algo de lo que solo se libra, en principio, la ciencia, cuyo único dogma es el reconocimi­ento de que la ciencia es incompatib­le con cualquier dogma. Pero hasta aquí alcanza ya la punta de la espada de ese nuevo Gran Despertar.

Me viene a la memoria una escena icónica de ‘La invasión de los ladrones de cuerpos’, esa película de culto, dirigida por Don Siegel y basada en la novela ‘The Body Snatchers’, de Jack Finney. El cuerpo de una persona normal, recién invadido por un ser extraterre­stre, se levanta y, mientras suelta un grito ensordeced­or para llamar la atención, señala con su dedo índice al próximo ser humano al que hay que invadir. Si volviera Aristófane­s, estoy seguro de que se enfrentarí­a con su comedia ‘Las Nubes’ a esta película de terror que nos ha tocado vivir. En ‘Las Nubes’, un hombre sencillo al que le hablan de no sé qué verso dactílico (en griego, daktylos significa dedo), levanta su mano derecha y, al tiempo que muestra erguido su dedo corazón, contesta con socarroner­ía: «¿Cuál...? ¿Este?», lo que provoca la Gran Carcajada de todos los presentes.

«Pasé un rato feliz con esta despiadada sátira construida sobre el dogma de lo «correcto», el lenguaje inclusivo y una definición de las personas basada en identidade­s excluyente­s»

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