Córdoba

El bien común

- JOSÉ Zafra Castro *

¿

Por qué hablar hoy del «bien común» mueve a risa? No a una risa franca y desinhibid­a, sino a una risilla oblicua, como la del hermano de diez años cuando oye al de seis hablar de los Reyes Magos. Parece que esa expresión encuentra hoy su hábitat más idóneo entre las páginas de los libros de filosofía, o bien en los discursos de los políticos profesiona­les, quienes la pronuncian desde la tribuna de un modo nada convincent­e. Pero si a uno se le ocurre mentarla entre iguales, ya sabe cuál será la respuesta: un silencio elocuente en el mejor de los casos; una mirada conmiserat­iva en el peor de ellos. «¿Tan tonto soy?», se pregunta uno entonces. «¿Tan poco he aprendido de la vida?».

Parece que «bien común» es la fórmula que usa uno cuando, buscando su propio bien, no desea manifestar­lo de un modo abierto, y recurre a esa hipócrita hoja de parra del adjetivo «común». Hace tiempo, sin

«Si solo hubiera en liza intereses particular­es, ¿por qué dirigimos esas críticas tan acerbas a los políticos venales?»

embargo, hubo gente persuadida de que, más allá del interés personal, subsistía uno compartido, al cual se supeditaba a veces incluso la propia vida. Hoy todos sospechan que ese interés supraindiv­idual no existe; que en realidad nunca existió, que siempre fue un engaño de los más «listos» (y poderosos) para lograr que los más «tontos» (y débiles) hicieran lo que ellos deseaban. La cuestión es que ahora que casi todo el mundo sabe ya esto, hablar del bien común se ha convertido en un rito que nadie toma en serio. Sucede como con los locutores de los noticiario­s que el Día de Reyes describen circunspec­tos (aunque con una sonrisilla dentro) el recorrido de Sus Majestades por las calles, vaya a que algún niño escuche el televisor. El problema con el bien común es que ya no hay niños a los que sea necesario ocultar nada: somos todos lo bastante lissus tos, ¿verdad?, como para saber que tal cosa no existe.

Ahora bien, si solo hubiera en liza intereses particular­es, ¿por qué dirigimos esas críticas tan acerbas a los políticos venales? ¿No deberíamos ver su comportami­ento –la persecució­n del propio interés– como la cosa más natural del mundo? Yo creo que si actuamos así es porque vivir en democracia requiere postular la existencia del bien común, aunque nos sintamos un poco ridículos al mentarlo en voz alta. Si no como una realidad empírica, sí al menos como lo que Kant llamaba una «idea regulativa», es decir, como un ideal inalcanzab­le, pero que debe modelar nuestra conducta cotidiana como si pudiera realmente conseguirs­e. Así, si un político roba dinero público, atenta contra el bien común; y si nosotros lo criticamos es porque, en el fondo, creemos en él. No ser cínico no significa necesariam­ente ser un tonto. Todavía queda espacio para la cordura.

* Escritor

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