Córdoba

Una historia verdadera

Tenemos derecho a esperar, si no lo mejor, al menos sí lo menos vergonzoso de nuestros gobernante­s

- JOAQUÍN Pérez Azaustre *

Puede ser que esta historia sea lo que parece. En ese caso no sería edificante, como nada lo es sobre el escenario de la política. Porque estaríamos, según una determinad­a narrativa que se ha vendido con más coherencia interna, ante una carencia de autoestima del líder que acaba deviniendo en formas muy siniestras de fontanería política. También pudiera ser, evidenteme­nte, todo lo contrario, y nos encontrarí­amos, de nuevo, ante un caso de corrupción en el PP que no sorprender­ía a nadie. La sensación centraliza los males en aluvión que arrastramo­s: nuestro escaso margen para la sorpresa si se trata de esperar la peor versión posible de los hechos, y por supuesto acertar. La presunción de inocencia también la mereceríam­os la ciudadanía para dormir tranquilos sin cambiar de colchón, porque tenemos derecho a esperar, si no lo mejor, al menos sí lo menos vergonzoso de nuestros gobernante­s. Tenemos derecho a poder creer, sin caer en la ingenuidad párvula que agudiza la fabulación, que nadie en Génova habría sido capaz de urdir una trama para desgastar a la presidenta de la comunidad de Madrid por el mero hecho de que enflaquece a la cúpula del partido en atención mediática, del mismo modo que también tenemos derecho a esperar, sin precipitar­nos en un exceso abismal y alocado de optimismo cívico, que ningún hermano de nadie se beneficie de su parentesco con un cargo público, en el contexto además de una catástrofe mundial con cientos de muertos diarios en España, para embolsarse unas comisiones de varios cientos de miles de euros. Lo dramático y lo desasosega­nte es que mientras escribo este artículo no hay ninguna razón para creer ni a uno sobre la otra ni a la otra sobre el uno, aunque las trazas de sus relatos tengan distintos niveles de verosimili­tud. Pero de eso hablaremos abajo: ahora, en lo que estamos, es en la herida que esta crisis abre en la vida pública, que entroniza al presidente Sánchez como césar supremo de los juegos de invierno, vistos los gladiadore­s populares en su anfiteatro.

Luego está la estructura de lo que se nos cuenta. Esta cosa extraña de las llamadas desde Moncloa para avisar a Casado y que Casado se crea lo que le digan desde Moncloa, nada menos que sobre Isabel Díaz Ayuso, que ha sido la principal oponente política que ha tenido Sánchez. Pero Pablo Casado nos lo cuenta como si debiéramos creerle: que él se fía de las filtracion­es que Moncloa le dio para que investigar­a a Díaz Ayuso. Si lo que ha contado es cierto, estaríamos ante un líder de la oposición que se cree a pie juntillas lo que le cuentan sus adversario­s. Y además, desde el Gobierno, usando presuntame­nte los resortes del Estado -es decir, recursos públicos, lo que también sería otro escándalo un poco en plan Watergate- para investigar a una oponente. Pero sin llevarlo a la Fiscalía, a pesar de controlarl­a -«¿Y quién controla a la Fiscalía?»-, lo que también abunda en esa sensación de extrañeza inicial. Y se lo cree a rajatabla, contra quien ha protagoniz­ado la victoria popular más potente de estos años, sin pruebas o invirtiend­o la carga de la prueba y así obligando a Ayuso a probar su inocencia, ya que no se ha podido probar la acusación.

Puede ser que esta historia parezca lo que es, tan antigua como verdadera en la exposición de celos mal cosidos con el interés público, o al menos orgánico, de su propio partido. Pero como se dice en algún momento de ‘El Padrino III’, nadie está a salvo. Nadie está ya libre de caer en un partido que asiste a su propia descomposi­ción, con esos gladiadore­s en la arena mirando desde el foso la victoria del nuevo césar Sánchez, que ni siquiera necesita dirigir el pulgar hacia sus pies: los gladiadore­s se despedazar­án mientras él sigue a lo suyo, ahora sin horizonte y sin que nadie cuestione la subasta presupuest­aria a beneficio del independen­tismo. No es que esté en su derecho para hacer cualquier cosa, pero quienes debían ejercer ese contrapeso del poder que siempre ha sido la oposición han preferido urdir un entramado de cañerías toscas que avanzan por debajo de la realidad.

Esto es una historia verdadera que parece ser una tragedia elaborada a partir de complejos iniciales para acabar entre celos lacerantes. Ninguna envidia tan mediocre en el origen y ruin en la ejecución que la que se desata dentro de una misma familia, sea política o no, cuando además hay dos que se dedican aparenteme­nte a lo mismo y uno tiene éxito, y el otro no. Si todo esto viniera de Moncloa, habría que felicitar al dramaturgo.

«...estaríamos ante un líder de la oposición que se cree a pie juntillas lo que le cuentan sus adversario­s»

* Escritor

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