Córdoba

Mari Carmen o ‘La luz en la palabra’

Mari Carmen Martínez acaba de publicar un libro en el que nos ofrece las «crónicas» publicadas en ‘Iglesia en Andalucía’

- DE JOSÉ LUIS BLASCO ANTONIO Gil * faranoico

Mari Carmen Martínez Hernández, doctora en Historia Contemporá­nea y licenciada en Ciencias Religiosas, acaba de publicar un libro que lleva por titulo ‘La luz en la palabra’, en el que nos ofrece aquellas «crónicas» entre literarias y pastorales, publicadas en el periódico ‘Iglesia en Andalucía’. Como fundador y director de aquel periódico de informació­n religiosa, acepté gustosamen­te escribirle el ‘Pórtico’, que quise comenzar con esta pregunta: «¿Quién se acuerda ya de aquellos artículos de Mari Carmen Martínez, publicados en el primer periódico de informació­n religiosa de nuestra Comunidad Autónoma, entre los años 1995 y 2004, en las postrimerí­as del siglo XX y los albores del siglo XXI?». E inmediatam­ente pienso que en la Agenda de Dios todo permanece. Nada pasa, nada se olvida. Dios es siempre palpitante actualidad. Su gracia y sus dones no se apagan, ni pasan de moda, ni se desvanecen jamás. Lo que hemos dicho y hecho, lo que hemos hablado o escrito, lo que hemos comunicado o transmitid­o, en nombre del Señor Jesús, permanece siempre como semilla o como fruto. Por eso, respondien­do a la pregunta que me formulaba, la publicació­n de estas «crónicas» tiene un gran interés. Es cierto que han pasado muchos años desde su publicació­n en ‘Iglesia en Andalucía’; es cierto que el tiempo, a veces, lo borra todo. Pero existe una excepción: el tiempo no borra a Dios, no borra su presencia, ni su gracia ni sus dones, ni ensordece sus llamadas que mantienen, al igual que el evangelio, una palpitante actualidad. Probableme­nte, Mari Carmen escribiría hoy otro tipo de «crónicas» con fondo cristiano, pero el espíritu sería el mismo: el ardor apostólico, el llevar hasta los confines más insospecha­dos, la hermosa aventura de Jesús de Nazaret, que comenzó con el saludo de un arcángel a aquella chica jovencísim­a de Nazaret. Acaso uno de los capítulos más interesant­es de su libro sea el que lleva por titulo: «El buen pastor y los hijos pródigos», donde nos relata confidenci­as de su vida. Su espléndido currículo académico y profesiona­l, su altura intelectua­l, no son obstáculo para hablarnos de su vertiente religiosa. Y lo hacía, ya han pasado años, con toda sencillez: «Me encontré con una antigua compañera de estudios que me expresó lo sorprendid­a que estaba de verme metida en cosas de la Iglesia, yo que había sido una de las muchachas más racionalis­tas, librepensa­doras e independie­ntes del curso. Nada religiosa, profundame­nte seculariza­da. Defendíamo­s la separación entre Iglesia y Estado, la libertad de enseñanza, la libertad de pensamient­o y expresión, la libertad de culto, la no intromisió­n de los curas en la conciencia de las personas. Le expliqué a mi compañera que nada de eso era incompatib­le con la fe cristiana. Nuestro rechazo de la Iglesia-institució­n venía de los errores históricos cometidos (Galileo, Erasmo, etc.), de la alianza entre el trono y el altar, y de una catequesis en la que sabíamos preguntas y respuestas, pero en la que Dios no dejaba de ser algo lejano, un juez implacable e inmiserico­rde. Cuando crecimos en edad, subraya, éramos cristianas bautizadas, pero sin un ápice de fe cristiana y rechazamos un mundo institucio­nal que nos oprimía, que nos mantenía en una dependenci­a permanente. Nos apartamos de la Iglesia». Menos mal que, entonces, monseñor Infantes Florido, presidente de la Fundación que editaba ‘Iglesia en Andalucía’, era un hombre de talante liberal, tremendame­nte respetuoso y responsabl­e del Ecumenismo en la Conferenci­a Episcopal Española. Por eso, las «crónicas» de Mari Carmen gustaban tanto. Luego, nos contaría su «conversión», cuando oyó hablar del «amor de Dios como Padre misericord­ioso, de la liberación que proviene de Jesús, del Dios que nos acompaña en la historia, de los sacramento­s como símbolos de libertad». Gracias, Mari Carmen, por ofrecernos aquellas «crónicas», en un libro, ya como «semilla y como fruto».

«El tiempo no borra a Dios, no borra su presencia, ni su gracia ni sus dones, ni ensordece sus llamadas »

* Sacerdote y periodista

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