Mari Carmen o ‘La luz en la palabra’
Mari Carmen Martínez acaba de publicar un libro en el que nos ofrece las «crónicas» publicadas en ‘Iglesia en Andalucía’
Mari Carmen Martínez Hernández, doctora en Historia Contemporánea y licenciada en Ciencias Religiosas, acaba de publicar un libro que lleva por titulo ‘La luz en la palabra’, en el que nos ofrece aquellas «crónicas» entre literarias y pastorales, publicadas en el periódico ‘Iglesia en Andalucía’. Como fundador y director de aquel periódico de información religiosa, acepté gustosamente escribirle el ‘Pórtico’, que quise comenzar con esta pregunta: «¿Quién se acuerda ya de aquellos artículos de Mari Carmen Martínez, publicados en el primer periódico de información religiosa de nuestra Comunidad Autónoma, entre los años 1995 y 2004, en las postrimerías del siglo XX y los albores del siglo XXI?». E inmediatamente pienso que en la Agenda de Dios todo permanece. Nada pasa, nada se olvida. Dios es siempre palpitante actualidad. Su gracia y sus dones no se apagan, ni pasan de moda, ni se desvanecen jamás. Lo que hemos dicho y hecho, lo que hemos hablado o escrito, lo que hemos comunicado o transmitido, en nombre del Señor Jesús, permanece siempre como semilla o como fruto. Por eso, respondiendo a la pregunta que me formulaba, la publicación de estas «crónicas» tiene un gran interés. Es cierto que han pasado muchos años desde su publicación en ‘Iglesia en Andalucía’; es cierto que el tiempo, a veces, lo borra todo. Pero existe una excepción: el tiempo no borra a Dios, no borra su presencia, ni su gracia ni sus dones, ni ensordece sus llamadas que mantienen, al igual que el evangelio, una palpitante actualidad. Probablemente, Mari Carmen escribiría hoy otro tipo de «crónicas» con fondo cristiano, pero el espíritu sería el mismo: el ardor apostólico, el llevar hasta los confines más insospechados, la hermosa aventura de Jesús de Nazaret, que comenzó con el saludo de un arcángel a aquella chica jovencísima de Nazaret. Acaso uno de los capítulos más interesantes de su libro sea el que lleva por titulo: «El buen pastor y los hijos pródigos», donde nos relata confidencias de su vida. Su espléndido currículo académico y profesional, su altura intelectual, no son obstáculo para hablarnos de su vertiente religiosa. Y lo hacía, ya han pasado años, con toda sencillez: «Me encontré con una antigua compañera de estudios que me expresó lo sorprendida que estaba de verme metida en cosas de la Iglesia, yo que había sido una de las muchachas más racionalistas, librepensadoras e independientes del curso. Nada religiosa, profundamente secularizada. Defendíamos la separación entre Iglesia y Estado, la libertad de enseñanza, la libertad de pensamiento y expresión, la libertad de culto, la no intromisión de los curas en la conciencia de las personas. Le expliqué a mi compañera que nada de eso era incompatible con la fe cristiana. Nuestro rechazo de la Iglesia-institución venía de los errores históricos cometidos (Galileo, Erasmo, etc.), de la alianza entre el trono y el altar, y de una catequesis en la que sabíamos preguntas y respuestas, pero en la que Dios no dejaba de ser algo lejano, un juez implacable e inmisericorde. Cuando crecimos en edad, subraya, éramos cristianas bautizadas, pero sin un ápice de fe cristiana y rechazamos un mundo institucional que nos oprimía, que nos mantenía en una dependencia permanente. Nos apartamos de la Iglesia». Menos mal que, entonces, monseñor Infantes Florido, presidente de la Fundación que editaba ‘Iglesia en Andalucía’, era un hombre de talante liberal, tremendamente respetuoso y responsable del Ecumenismo en la Conferencia Episcopal Española. Por eso, las «crónicas» de Mari Carmen gustaban tanto. Luego, nos contaría su «conversión», cuando oyó hablar del «amor de Dios como Padre misericordioso, de la liberación que proviene de Jesús, del Dios que nos acompaña en la historia, de los sacramentos como símbolos de libertad». Gracias, Mari Carmen, por ofrecernos aquellas «crónicas», en un libro, ya como «semilla y como fruto».
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«El tiempo no borra a Dios, no borra su presencia, ni su gracia ni sus dones, ni ensordece sus llamadas »
* Sacerdote y periodista