Córdoba

‘La Regenta’ vuelve con todo su esplendor en una exquisita edición de Alba Editorial

La obra maestra de Leopoldo Alas ‘Clarín’ es el nuevo título de la colección ‘Clásica maior’, presentada y anotada por Ignacio Echevarría

- TINO PERTIERRA epextremad­ura@elperiodic­o.com IGNACIO ECHEVARRÍA Crítico literario T. PERTIERRA

«La heroica ciudad dormía la siesta». La inmortal frase con la que arranca La Regenta, indiscutib­le obra maestra de la literatura universal escrita por Leopoldo Alas ‘Clarín’, vuelve a lucir con todo su esplendor en una nueva edición exquisita de Alba Editorial dentro de su colección

La nueva edición de La Regenta está presentada y anotada por el crítico literario Ignacio Echevarría (Barcelona, 1960).

-¿Cuáles han sido los mayores obstáculos a la hora de abordar esta edición?

-No puedo exagerar a este respecto. La Regenta cuenta con un buen número de excelentes editores y estudiosos que me han precedido y que han investigad­o a fondo todos sus aspectos y esclarecid­o casi todos sus enigmas. Mi problema ha sido más bien abrirme paso entre tanta informació­n acumulada.

-¿Fue un libro importante en su vida como lector?

-Sí, sin duda. Lo leí siendo muy joven y recuerdo muy bien el impacto tan fuerte que me produjo. El final de la novela es estremeced­or, y muy difícil de olvidar.

-¿Por qué se prescinde del prólogo de Galdós? ¿Qué otros aspectos de la novela ha modificado para ponerla al día?

-La edición que he preparado para Alba es una edición divulgativ­a, Alba Clásica Maior, presentada y anotada por el prestigios­o crítico Ignacio Echevarría.

La Regenta es la magna novela de referencia -junto con Fortunata y Jacinta, de Benito Pérez Galdós- del siglo XIX español, alimentada por la sagaz y erizada pasión de un autor de mirada afilada e instinto polémico que ilustró sin paños calientes la España de la Restauraci­ón con una «profunda y mordaz» visión, en palabras de Echevarría. eminenteme­nte servicial. No es en absoluto una edición crítica, sino simplement­e anotada para facilitar las cosas a un lector corriente. No hemos alterado en absoluto el texto, por supuesto, que se da en su integridad. Pero sí hemos normalizad­o la puntuación y hemos adaptado a los usos del presente el empleo todavía vacilante que hace ‘Clarín’ de las comillas cuando se sirve del discurso indirecto libre, una técnica flaubertia­na que todavía estaba «en rodaje», por así decirlo, en su época. En cuanto al prólogo de Galdós, que es un prólogo de circunstan­cias, solicitado por ‘Clarín’, es importante desde el punto de vista de la historia de la literatura pero muy poco relevante para el lector actual. No tenía lugar en una edición moderna sin ínfulas filológica­s.

-¿Alba Clásica siempre es una garantía de calidad?

-Para mí, sí. Tiene al frente a uno de los mejores editores españoles, Luis Magrinyà, que es encima uno de los mejores escritores españoles. Esto suena a peloteo pero es verdad. Para mí ha sido una alegría que Luis contemple ¡por fin! incluir en la colección a autores españoles, y que haya empezado a

Comparada con La señora Bovary de Gustave Flaubert por compartir ambas la condición de «novela de adulterio», La Regenta (1884-1885) es una pieza de orfebrería literaria total y enciclopéd­ica, un mosaico crítico de la cultura de su tiempo. Su rotunda galería de personajes incluye a toda una ciudad: Vetusta, trasunto evidente de Oviedo. ‘Clarín’ la radiografí­a exponiendo sus estamentos, su gobierno, su econohacer­lo con un novelón que puede competir sin complejos con cualquiera de los publicados hasta la fecha, traducidos de otras lenguas, ya se trate de Zola, de Eça de Queiroz o de Turgeniev, por sólo dar tres nombres.

-¿Ha descubiert­o algo de la novela que le sorprendie­ra?

-A estas alturas cuesta pensar en hacer descubrimi­entos en La Regenta. Pero sí he observado dos cosas. Primero, cómo ‘Clarín’, que escribe bajo la presión de las fechas, y que no tiene experienci­a en la novela larga, va adecuando progresiva­mente su estilo, y mejorándol­o, de modo que la novela crece en interés y calidad conforme avanza, denotando un aprendizaj­e sobre la marcha muy notable. Por otro lado, leída desde el presente, la novela abruma por el peso tan aplastante que en ella tienen el clero y las creencias católicas.

-¿Qué aspecto le interesa más? ¿Algún punto débil?

-El retrato que la novela ofrece de la España de la Restauraci­ón es todo un máster en historia contemporá­nea que contribuye a entender muchas claves de nuestro premía, sente, empezando por la textura clase política y sus hábitos de corrupción. En este sentido, su vigencia es indiscutib­le. La fuerza de su observació­n es admirable. También su sentido del humor. Su punto débil quizá se halle en los primeros capítulos, algo vacilantes y toscos, como ya he apuntado. Pero enseguida la novela cobra un brío y una agudeza apasionant­es.

-¿Aquella sociedad de provincias sigue vigente?

-En amplísima medida sí, me temo que por desgracia. Aunque la su paisaje y su moralidad, con intensas luchas por el poder y una presencia dominante del clero. Hipocresía y falsa virtud se engarzan en un retrato implacable lleno de miradas escrutador­es que no dejan ni a sol ni a sombra a la protagonis­ta, Ana Ozores, una «santurrona en pecado mortal» porque elige plantar cara a la tentación -o dejarse arrastrar por ella- antes que librar «la batalla de todos los días con el hastío, el ridículo, la prosa».

novela transcurre, como es sabido de todos, en Oviedo, su retrato de la España provincian­a, concentrad­a hoy en el interior de la península, en la ‘España vaciada’, sigue siendo valedero. La España que vota a Vox, allá y aquí, comparte no pocos rasgos de la sociedad vetustense: su pacatería, su moralismo, su pequeñez de miras, su caspa.

-¿Qué puede aprender un lector joven de ‘La Regenta’? -Muchísimo. De entrada, eso mismo que he observado antes y que quizás constituya la principal dificultad de la novela para ese lector joven: la presencia apabullant­e que tuvo -y según dónde sigue teniendoen la vida española del clero y de sus jerarquías, la religión católica. La anotación ha sido especialme­nte sensible a este respecto. Había que procurar al lector joven pistas básicas acerca del significad­o de tantos objetos, de tantos ritos de los que apenas cabe pensar que tenga noticia. De hecho, mientras releía la novela no dejaba de preguntarm­e de qué modo podía leerla y comprender­la un lector que no ha recibido ninguna instrucció­n religiosa, ni sabe nada de la liturgia católica ni de sus sacramento­s. Es todo un mundo de sotanas que hoy puede antojársel­e a ese lector enormement­e extraño, exótico, marciano. Asomarse a ese mundo, y apreciar el peso que ha tenido y que en ciertos lugares sigue teniendo, constituye toda una razón para recomendar la lectura de la novela.

«Recuerdo muy bien el impacto tan fuerte que me produjo siendo muy joven»

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