Por un puñado de dólares: así malvendió España su patrimonio
Durante años, la desidia, la ignorancia y la codicia hicieron que miles de obras de arte fueran vendidas William Randolph Hearst acumuló piezas hispanas que no respetó y llegó a mutilar para sus intereses
Aprincipios del siglo XX, España experimentó un fenómeno insólito: miles de piezas artísticas, desde tapices, marfiles o artesonados hasta edificios completos, salieron del país y acabaron en otros lugares. «Se trató de ventas legales, autorizadas por acción u omisión por las autoridades de la época, en las que ambas partes, tanto vendedor como comprador, obtuvieron un beneficio», comenta el historiador José María Sadia, que ha acuñado un término para este fenómeno: el autoexpolio. «Aunque nadie arrebató nada a nadie, mucho menos con iniquidad o malas artes, las consecuencias y el daño causado al patrimonio son los mismos que en el expolio convencional. Además, al haber una pérdida causada por un país al completo -desde el Gobierno o la Iglesia hasta los propios ciudadanos, condicionados por su propia ignorancia del patrimonio-, el daño fue autoinfligido, de ahí el autoexpolio», explica Sadia, que ha abordado el tema en El autoexpolio del patrimonio español. Cuando España
malvendió su arte, un ensayo publicado por la editorial cordobesa Almuzara en el que repasa algunos de los casos más graves de este proceso y las causas que lo provocaron.
«La decadencia española, en particular la económica, está detrás de este fenómeno. En el siglo XIX, el Estado recurrió a las desamortizaciones de bienes eclesiásticos para obtener ingresos y ese fue el gran paso para el autoexpolio, porque acabó poniendo cientos de edificios históricos en manos de particulares que únicamente querían rentabilizar la compra. En ese sentido, resulta sorprendente y escandaloso hasta qué punto las autoridades políticas o la aristocracia colaboraron en la pérdida de nuestro patrimonio», explica el autor, que a pesar de todo es partidario de contextualizar la situación y no juzgarla únicamente según los criterios actuales. «Si viajáramos cien años atrás, creo que entenderíamos como algo relativamente normal este tipo de acciones y operaciones. Simplemente, España no estaba preparada ni concienciada para retener su patrimonio histórico y
artístico, su identidad», puntualiza Sadia, que recuerda cómo la administración de justicia también participó de esa dinámica.
«El caso más claro ocurrió el 24 de abril de 1925, cuando el juzgado Contencioso Administrativo habilitó a los vecinos de Casillas de Berlanga, en Soria, a vender los frescos de los muros de San Baudelio, una colección pictórica de valor incalculable y sin claros paralelos». Además de la coyuntura histórica y social de la España de finales del XIX y principios del XX,
el autoexpolio contó con unos insospechados aliados: los avances tecnológicos, desde la fotografía hasta el transporte marítimo.
⁄ LA FOTOGRAFÍA, FUNDAMENTAL
«Siempre digo que la fotografía fue fundamental para dar a conocer el patrimonio, pero la cara más amarga fue que puso nuestra herencia a la vista de anticuarios, agentes internacionales y grandes empresarios. En cuanto al transporte, se utilizaron todo tipo de medios como carros, camiones, trenes, barcos... y, cuando no existían, se inventaron. Así sucedió en el caso del pequeño tren construido específicamente para llevar las piedras de Santa María de Óvila, en Guadalajara, hasta orillas del río Tajo, donde eran transportadas en un ferry y finalmente trasladadas en camiones. Hubo otro factor más, la técnica del strappo,
que fue un método esencial para arrancar las pinturas de los muros de las iglesias, como en el caso del Valle de Bohí en Lleida o en el citado de San Baudelio», recuerda Sadia.
El destino principal de las piezas fue Estados Unidos, país que, como principal beneficiario de la revolución industrial, gozaba de una burguesía adinerada deseosa de mostrar su músculo económico. Además, la proliferación en diferentes ciudades estadounidenses de museos de reciente creación, hacía necesaria la compra de piezas que les proporcionasen un prestigio que, por entonces, no tenían.
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ENVIDIA A ESPAÑA «Norteamérica sentía una sana o insana envidia por el pasado español, debido a su mezcla de culturas y su historia forjada por las guerras, y ansiaba cubrir un hueco vacío en un pasado del que ellos carecían», relata José María Sadia, que presta especial atención en su libro al papel que en todo este proceso jugó el magnate de la prensa William Randolph Hearst: «Hearst fue un personaje capital en el fenómeno del autoexpolio. Fue un colaborador necesario, capaz de alentar la guerra entre EEUU y España por sus últimas colonias y, años más tarde, de reunir en sus propiedades la mayor colección de arte privado español de todo el país».
El ansia por acumular hizo que Hearst encargase a sus colaboradores adquirir en España fachadas de iglesias, claustros, esculturas, tapices, artesonados o cualquier otra pieza relevante. Tantas fueron las compras que, una vez trasladadas las piezas a Estados Unidos, en muchas ocasiones ni siquiera llegaron a ser desembaladas, lo que, dentro de la tragedia, no dejó de ser una buena noticia. En aquellos casos en los que remontó los edificios adquiridos, Hearst no fue demasiado respetuoso con las obras ni tuvo pudor alguno en crear falsos históricos, o mutilar obras para que encajasen con la distribución del edificio en el que quería colocarlas.
«El daño fue muy elevado. Se produjeron enormes pérdidas del material original, apunta Sadia. A veces ni siquiera se exportaron todos los elementos de un edificio, sino solo la piedra tallada, la de mayor valor. En otros casos, la venta a varios clientes obligó a cortar en pedacitos pinturas como las de San Baudelio o retablos como el de Nicolás Francés, que afortunadamente hoy se encuentra en el Prado, tras frustrarse su venta». Aunque Hearst fue la figura más importante de todos esos millonarios interesados en el arte español, hubo decenas de grandes empresarios que adquirieron piezas procedentes de España.
La editorial cordobesa Almuzara publica un libro de José María Sadía sobre el tema