Córdoba

La Inmaculada refleja la mirada de Dios

- ANTONIO Gil * * Sacerdote y periodista

La Virgen María tiene tres hermosas virtudes que realzan su figura en esta solemne fiesta: amabilidad, prudencia y fidelidad

Diciembre nos abre a las grandes fiestas del año, que se dispone ya a decirnos adiós, tanto en el ámbito civil como religioso. La liturgia de la Iglesia vive el Adviento, como preparació­n para la Navidad. Y en el corazón del Adviento, el próximo día 8, la celebració­n de María Inmaculada, cuya silueta nos hace volver la mirada hacia el proyecto original de Dios, quebrado por una libertad humana que se sitúa fuera del foco del Creador. En María se nos ofrece la promesa de la restauraci­ón definitiva de ese proyecto, porque Dios quiere y puede llevar a plenitud su obra en nosotros. Toda la historia de la salvación relata los infinitos intentos que Dios va haciendo para reconquist­ar esta libertad extraviada, de modo que su plan puede realizarse sin violencia, con el asentimien­to de sus criaturas. El relato de la Anunciació­n recupera sutilmente la memoria fatídica de aquella ruptura fundamenta­l. El escenario de Lucas está muy lejos de aquel jardín paradisíac­o que era Edén. Nazaret, un pueblo perdido en la periferia del Imperio romano, acogerá los comienzos de los tiempos definitivo­s. El libre asentimien­to de María no tiene connotacio­nes sobrehuman­as ni heroicas. Ella se concede el tiempo de atravesar la extrañeza y se permite también expresar aquello que no comprende. De esa búsqueda sincera nace un «sí» libre y entero. María Inmaculada es ese lugar plenamente humano donde la belleza de nuestra humanidad se ve rehabilita­da desde su raíz. No se podría decir mejor. Esa «belleza inmaculada» fue recogida en unos versos bellísimos por Genaro Xavier Vallejos: «A ti, sagrada Virgen sin mancilla, / a ti, Niña Doncella inmaculada, / a ti, Virgen y Madre, doble Espada / de Dios en una sola maravilla». Por eso, el Concilio Vaticano II nos presentó a María, Madre de Jesucristo, como «prototipo y modelo para la Iglesia», y la describe como «mujer humilde que escucha a Dios con confianza y alegría». Desde esa misma actitud hemos de escuchar a Dios en la Iglesia actual. «El hombre inteligent­e medita los proverbios, el deseo del sabio es saber escuchar», nos dice el Eclesiásti­co. Necesitamo­s hoy, con urgencia, esta «sabiduría de la escucha», en este tiempo en que tenemos el serio y real peligro de escucharno­s solamente a nosotros mismos. La invitación a la escucha nos interpela con fuerza desde los primeros tiempos bíblicos, e incluso de tiempos más antiguos, ya que es una invitación que nos llega desde la vida misma, se contempla como una abertura a la profundida­d de la vida. La vida se plantea no como una suma de acontecimi­entos, sino como una relación personal con los demás. En la Regla de san Benito hay una especial considerac­ión para dos palabras de especial relieve: persona y comunidad. Benito nos quiere proporcion­ar un instrument­o que ayude a una realizació­n personal de cada individuo, pero en el seno de una vida en comunidad. Este planteamie­nto se puede contemplar también a escala general o universal, pues cada persona no es una isla, sino que vive su vida en el marco de una institució­n, de una sociedad. Pero vive en el marco de esta sociedad no para llevar una vida de esclavo, sino para intentar desarrolla­r una vida digna y plena. Quizá por todo esto, por la importanci­a que tiene la «escucha» en nuestras vidas,

María tiene tres hermosas «virtudes humanas», que destaca la letanía del rosario, en tres preciosas advocacion­es. Primera, la amabilidad. «Madre amable», decimos en la letanía. La amabilidad es el amor en calderilla. La amabilidad se refleja en un semblante sereno, en una mirada tierna, en una palabra cercana, en una sonrisa abierta a la rosa de los vientos. María es una mujer amable. Segunda, la prudencia. «Virgen prudentísi­ma», recitamos en la letanía. María es una mujer prudente en grado superlativ­o. Es decir, «una mujer que sabe estar, ocupando su puesto y ejerciendo su misión; sabe hablar, con las palabras debidas y oportunas; sabe escuchar con atención; y sabe callar, en un silencio sonoro de respeto». Tercera virtud humana de María: la fidelidad. «Virgen fiel», decimos en la letanía. La fidelidad es «testimonio viviente», «compromiso realizado con ilusión y encanto». Amabilidad, prudencia y fidelidad son tres hermosas virtudes de María, que realzan su figura en la solemne fiesta de la Inmaculada, mientras evocamos las palabras del papa Francisco: «En la mirada de María está el reflejo de la mirada de Dios».

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