Córdoba

Digitaliza­r la educación (I)

- ENRIQUE * Economista | @ebpal

Hay un intenso debate en las redes sobre el modelo educativo. La nueva Ley, la Lomloe, apuesta por las competenci­as del alumnado, en sintonía casi perfecta con las recomendac­iones y postulados de la OCDE. La pretensión es que nadie se quede atrás, y el razonamien­to subyacente es que un estudiante muy bueno en, por ejemplo, matemática­s, no debería salir del sistema educativo, o tan siquiera repetir curso, si no aprueba lengua o filosofía.

Esto puede parecer razonable, pero no lo es. Una cosa es la idea y otra muy diferente el mensaje que captan los alumnos. Si se puede pasar de curso con una asignatura suspensa, entonces para qué estudiar esa asignatura que nos cuesta, que no nos gusta, o que imparte un profesor que no nos cae bien. De esta manera, el resultado real es menos esfuerzo y menos dedicación a esas materias que se complican, sean de ciencias o de letras.

El debate sobre los contenidos puede enlazarse bien con el uso de nuevas herramient­as pedagógica­s en el aula, sean formales (como la llamada gamificaci­ón), o instrument­ales, como la creciente utilizació­n de herramient­as digitales. España cuenta con un plan de Competenci­as Digitales Educativas, desarrolla­do por el Instituto Nacional de Tecnología­s Educativas y Formación del profesorad­o (Intef). Cada vez más padres y madres parecen estar conformes con la digitaliza­ción de las aulas, sin entrar a valorar sus bondades y consecuenc­ias.

La digitaliza­ción de la educación debería ser objeto de un debate mucho más amplio. Sin discutir la inmersión que todos vivimos en el mundo digital, una cosa es la herramient­a, y otra los contenidos. Hay profesores, como Andreu Navarra (autor de libros tan recomendab­les como ‘Devaluació­n continua’ o ‘Prohibido aprender’) que cuestionan el nuevo foco en las competenci­as, en detrimento de los contenidos, del conocimien­to. Sin la necesaria educación para comprender el mundo en que vivimos, seríamos simplement­e ejecutores de las decisiones que otros toman.

Este debate sobre las competenci­as, las herramient­as digitales o la tendencia a educar para el mercado de trabajo esconde algunas trampas. En cierta medida recuerda el nunca evaluado asunto del bilingüism­o. Tanto poner el foco en impartir las materias en otro idioma (inglés, francés o alemán), que los alumnos han acabado por ignorar sus contenidos más elementale­s, al tiempo que su dominio de otras lenguas tampoco es ahora superlativ­o. Sin verdadero conocimien­to, no es posible hablar de educación.

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