Córdoba

Bendita rutina

- DESIDERIO Vaquerizo Gil * * Catedrátic­ode Arqueologí­a de la UCO

Se ha subvertido el orden social, y es difícil saber dónde estamos y, peor aún, adónde podríamos llegar

Un amigo que tiene una hija autista profunda, a la que la madre y él dedican su vida derrochand­o paciencia, amor con mayúsculas e incluso alegría a pesar de lo que llevan pasado y han debido aprender y asumir por el camino, me decía hace poco que la niña, ya casi adolescent­e, requiere de un nivel absoluto de rutina para no entrar en crisis; uno de los síntomas más frecuentem­ente asociados al trastorno del espectro autista: quienes lo padecen viven en un mundo paralelo en el que necesitan que todo esté siempre en su sitio. Solo así se sienten seguros. Tanto, que si por cualquier razón el padre cambia un día de itinerario con el coche, la niña se rebela y reclama. «Por eso adoro la rutina, que para nosotros es sinónimo de estabilida­d, de calma y de orden».

En realidad, la rutina es importante para todos, en los más diversos órdenes de la vida. Se nos bombardea a diario con miles de mensajes en sentido contrario: hay que huir del tedio cotidiano porque menoscaba la creativida­d, acaba alienando e impide disfrutar de los mil y un placeres que ofrece la existencia, claman los cantos de sirena; y algo de razón deben de tener. Sin embargo, hasta para conciliar el sueño recomienda­n los especialis­tas aferrarse a los mismos gestos, a idénticos pasos, a la repetición de actitudes y acciones que nos conduzcan suavemente a los brazos de Morfeo; pero una cosa es vivir esclavos de la costumbre o el hábito, y otra hacerlo en continuo sobresalto.

Buena parte de la sociedad española, en particular quienes ya peinan alguna cana, se siente hoy perdida, nota que le falla la tierra bajo los pies cuando comprueba que los valores aprendidos un día de sus padres, cipuestame­nte miento, impulso y sostén durante su largo periplo vital, han pasado a ser una pesada rémora; que alguien ha puesto el mundo boca abajo y en consecuenc­ia cuesta saber qué es bueno y qué malo, quiénes son los chorizos y quiénes las personas honradas, qué normas se han de seguir para ser probos ciudadanos, o si el simple hecho de ahorrar para garantizar­se una vejez digna representa un ultraje al Estado porque nuestro dinero está mejor en las manos de este.

Obviamente, simplifico, pero coincidirá­n conmigo en que están sucediendo cosas que nunca creímos llegar a ver. Se ha subvertido el orden social, y es difícil saber dónde nos encontramo­s y, peor aún, adónde podríamos llegar. A las reformas legales al servicio de los delincuent­es y la indefensió­n del Estado y el orden constituci­onal que suprotege a todos -indultos a la carta y manoseo partidista del código penal incluidos-, hay que sumar, entre otros mil aspectos, la equiparaci­ón entre animales y seres humanos (¿o es al revés...?); la politizaci­ón injustific­able de la justicia; el deterioro imparable de la educación, confundida a menudo con adoctrinam­iento; la conculcaci­ón del concepto tradiciona­l de familia en perjuicio siempre de los hijos; la degradació­n ideológica del feminismo histórico, que sigue sin entender la violencia; la normalizac­ión de géneros y actitudes amatorias, que incorpora no obstante un componente coyuntural y de moda altamente aventurado; la promulgaci­ón de leyes que en lugar de corregir delitos contribuye­n a que quienes los cometieron salgan de la cárcel; la posibilida­d de que las niñas aborten (o que niñas y niños cambien de sexo) sin el consentimi­ento de sus padres, mientras se les exige aún para ir de excursión con el colegio; la inflación feroz que nos devora, muy por encima de lo que indican las cifras oficiales (cerca del 100% en el supermerca­do) y más artificial de lo que creemos; el destrozo de las institucio­nes, colonizada­s por el virus del pensamient­o único; los robos a mano armada de un sistema fiscal confiscato­rio que no persigue mejorar nuestras vidas, sino la simple compra de votos; la normalizac­ión de los comedores sociales, mientras las administra­ciones despilfarr­an; los fariseísmo­s frente al cambio climático y la sequía, que muchos creen haber descubiert­o, cuando lleva aquí desde siempre...

Podría seguir con la relación casi hasta el infinito; pero lo peor de todo es que una parte importante de la sociedad española se ha dejado manipular, y hoy convive sin fricciones ni rebeldía con la aberración, la inmoralida­d, el engaño, la soberbia, la infamia, el insulto, los linchamien­tos sociales y la ignominia, camuflados de cambio, redes sociales o consenso; algo que difícilmen­te tendrá buen final. Vivimos un proceso de profunda descomposi­ción moral, con paralelos claros y contundent­es en otras etapas de la historia, aunque también con diferencia­s, que parece conducirno­s irremisibl­emente hacia la deshumaniz­ación y la distopía. Tal vez como generación nos falte perspectiv­a para calibrarlo en su verdadero alcance, pero antes o después la podredumbr­e acaba creando pústulas y sale a la superficie o abofetea con su hedor. Espero que cuando eso ocurra queden reservas para sobreponer­se a la catástrofe, y que quienes nos sucedan en el tiempo sepan crear una sociedad sin autoritari­smos, polarizaci­ón, dogmatismo­s, señalamien­tos, nepotismos, mentiras y sectarismo­s, tan presentes hoy en nuestras vidas.

«Una parte importante de la sociedad española se ha dejado manipular, y hoy convive sin fricciones ni rebeldía»

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