Los villanos y sus esbirros
La relación de James Bond con sus villanos ilustra perfectamente la sentencia de Thomas Hobbes acerca de que los hombres «manifiestan una recíproca voluntad de dañarse». La lucha es siempre a muerte, sin perdón ni concesiones. Bond puede ser tan asesino como sus némesis, claro que su crueldad se justifica por estar respaldada por un Gobierno democrático.
Los villanos, sobre todo en las novelas de Ian Fleming y en las primeras películas de EON, aparecen como seres incompletos o monstruosos, racialmente «excéntricos» y con deformidades o taras físicas o «morales»; pueden ser homosexuales (a Fleming le repugnaban) o lesbianas. Los villanos pertenecen a organizaciones criminales (Spectra, Smersh, Octopus, Quantum) y, a veces, son traidores o renegados del MI6, como Alec Trevelyan, antiguo compañero de Bond (Sean Bean en el filme Goldeneye) y el rencoroso Raoul Silva (Javier Bardem en la más reciente Skyfall).
Los villanos tienen siempre a su cargo esbirros y secuaces que los secundan. Algunos ejemplos, como Oddjob (Harold Sakata), el inolvidable coreano de Goldfinger, con su temible bombín de ala de acero, y Tiburón (Richard Kiel), con letal dentadura metálica (La espía que me amó y Moonraker). Por último, dos ejemplos femeninos: la repulsiva coronel Rosa Klebb (Lotte Lenya, en Desde Rusia con amor), a quien Fleming atribuye la condición de doble agente del POUM durante la Guerra Civil española y ¡hasta una relación erótica con Andreu Nin, antes de participar en su asesinato! Pero mi mala favorita es, sin duda, la sádica comandante postsoviética Xenia Onatopp (Famke Janssen en que disfruta asfixiando a sus amantes en pleno coito.