La vida en el laberinto verde entre Santiago y San Pedro
En un dédalo de callejuelas en la parte más oriental del Casco Histórico se arraciman ocho patios que conforman la Ruta 4. Algunos fueron en su día casas de vecinos en las que llegaron a convivir hasta un centenar de almas compartiendo la cocina y los ser
Una de las cosas que más sorprende a los visitantes de los Patios de Córdoba es que los recintos sean viviendas particulares en las que vive gente. Piensan que, como son de acceso público, libre y gratuito, deben de ser instalaciones propiedad de alguna administración pública. Y eso que la declaración como Patrimonio de la Humanidad ya debería dar una pista: están en la categoría de Bienes Inmateriales, aunque un patio es claramente un objeto físico. Eso es porque la protección, más que al patio en sí, se otorgó al hecho de abrirlos voluntariamente a los extraños. Es un premio a la hospitalidad.
Jacinto, propietario junto a su esposa del patio de la calle Alfonso XII 29, así lo indica. «Lo que más me dice la gente es que se extrañan de que ésta sea nuestra casa y que vivamos aquí, porque piensan que los patios los pone el Ayuntamiento», declara en su pequeño y umbrío patio atestado de plantas y detalles en cada rincón.
Una de las características de este patio es que se encuentra permanentemente a la sombra, lo que hace que los ejemplares de la planta baja no desarrollen flores, ni siquiera los siempre exuberantes jazmines. El verde predomina en el patio de Jacinto, que muestra con orgullo un raro tiesto con una planta del incienso. En realidad, la especia bíblica se obtiene de un árbol, explica el propietario, pero este espécimen botánico tiene la particularidad de desprender el olor a iglesia católica cuando lo rozas. Huele como los templos de
Santiago y San Pedro, los barrios de esta ruta, en Semana Santa.
La ruta 4 de los Patios de Córdoba transita por la parte más oriental del Casco Histórico, entre callejuelas estrechas que forman un laberinto herencia del urbanismo árabe, en donde los anchos espacios públicos no tenían cabida más allá de los patios de abluciones de las mezquitas o las casas de baño. Algunos, como el de la Plaza de las Tazas, están tan ocultos en el dédalo de calles que es complicado encontrarlos hasta con el GPS, no digamos ya con un plano.
En la casa patio de la Plaza de las Tazas llegaron a vivir y convivir hasta un centenar de personas en 19 familias, como recuerdan su experto y simpático cuidador,
Juan, junto a la dueña de la vivienda, Cristina, siempre pendiente de atender a los visitantes en uno de los patios más grandes del concurso. Allí vivieron familias que emigraban desde los pueblos hasta los años 60 del pasado siglo, compartiendo una cocina y un solo cuarto de baño.
Muy cerca se sienta también en la umbría de su exuberante patio Ana, la propietaria de Tinte 5. Los cuidados con su vivienda le sirvieron para obtener en 2018 el premio Cordobeses del Año. «Cada vez viene más gente, con más colas», asegura con calma.