Córdoba

La Gioconda sin sonrisa

María Teresa López, ‘La Chiquita piconera’, triunfa en el Thyssen como homenaje a Julio Romero de Torres en el 150 aniversari­o del nacimiento del pintor

- ROSA LUQUE

Así, como una «Gioconda sin sonrisa», definía Guillermo Solana, director artístico del Thyssen-bornemisza, a la Chiquita Piconera, nuestra Chiquita Piconera, porque es patrimonio cordobés como puedan serlo la Mezquita o los patios Y mientras, la joven enigmática de hombro desnudo y tacones como para ir de fiesta, la que mueve eternament­e el brasero escuchaba serena desde su cuadro, el más conocido de Julio Romero de Torres, los elogios dedicados al retrato y a su autor. Ocurrió al presentarl­o con todos los honores antes de exponerlo hasta el 28 de julio en el museo madrileño. Allí, como prólogo al programa municipal en torno al 150 aniversari­o del nacimiento del artista cordobés, convivirá el famoso lienzo -último que dejó acabado y el que mejor resume su obracon los de otros grandes de su época. Será la reivindica­ción definitiva de un pintor inmenso en el que los expertos, aparte de compararlo con Da Vinci, quieren ver ahora su influencia surrealist­a sobre Dalí y Buñuel. Llegó el triunfo final e indiscutib­le del Julio Romero que durante demasiado tiempo quedó arrinconad­o entre coplas y mitología popular como parte del folclore patrio.

Una victoria de la que participa María Teresa López González, la mujer seria del cuadro a la que, según me contó en varias entrevista­s, la vida le ofreció pocas oportunida­des de sonreír. Era apenas una niña cuando, poco después de llegar a Córdoba con la familia – emigrantes cordobeses que hicieron cierta fortuna- desde su Buenos Aires natal, empezó a pintarla un Julio Romero ya enfermo, de cuya muerte se cumplen mañana 94 años. De él siempre se rumoreó, entre la maledicenc­ia y la leyenda, que se enamoró al primer golpe de vista de la cara bonita y los ojazos negros de aquella «chiquita buena», como la llamaba; la muchacha que posaba para él quietecita y un poco asustada a cambio de tres pesetas por sesión

nd cada vez que el maestro, una celebridad en la villa y corte, volvía a Córdoba para ver a la familia y buscar inspiració­n. Sea verdad o mentira esa atracción fatal del pintor –ella la dejó escrita a mano en una especie de memorias cuya copia conservo-, lo cierto es que haber sido modelo de Romero de Torres hizo de su existencia un infierno. Criticada por sus propios padres, a los que sin embargo cuidó en la vejez, malcasada y sola –tuvo una hija que murió recién nacida-, María Teresa sufrió acosada por los chismes hasta el último suspiro, cuando ya su mente nublada evitaba con manía persecutor­ia a los otros ancianos de la residencia de Palma del Río donde acabó sus días otro mes de mayo, en 2003.

El caso es que con lo que se le vino encima al convertirs­e en la morena de la copla, María Teresa renegó siempre del archiafama­do lienzo. Julio Romero la pintó otras ocho veces, entre 1926 y 1930; la primera en ‘Bendición’, siendo una niña de 12 años que dormía sobre dos sillas cuando se cansaba de posar. Otras obras fueron ‘Ángeles’, de 1928 – de pequeño formato como la anterior-; ‘Carmen’, en la que aparece lánguida y pensativa; ‘Mujer de Córdoba’ y ‘La niña de la jarra’, fechada también en 1928. Un año después protagoniz­a ‘Fuensanta’, tabla que sirvió para los billetes de cien pesetas que el Banco de España emitió en 1953. Romero de Torres la pintó además con espiritual­idad y misterio en ‘La Mantilla’, el cuadro favorito de María Teresa junto a ‘La monja’; en ambos sostiene el mismo breviario, inacabado en esta última pieza. Por suerte, sí que pudo terminar ‘La Chiquita piconera’, la única pintura donde luce su carnalidad envuelta en medias de seda y, tal vez por eso, la que más penas le causó.

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ENTRE VISILLOS
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Por Pablo García

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