Córdoba

La esperanza que nace de las chabolas

Nd Nuevas generacion­es de población inmigrante se abren paso en los asentamien­tos chabolista­s de Córdoba, con acceso al sistema educativo y sueños claros n En la capital viven más de 300 personas en esta situación y en el total de la provincia más de 600

- MANUEL Á. LARREA Córdoba

Marius sostiene su esperanza entre las manos. La máquina de afeitar que acaba de encontrar luce bien en apariencia, pero tendrá que hacerla funcionar con su maña. Tras devolverla al estuche, junta las manos y mira al cielo. No pierde la sonrisa. Sus padres, en cambio, parecen más serios ante nuestra presencia. Dialogan entre ellos y Marius los interrumpe para convencerl­os. «Mi madre tiene miedo, cree que le van a cortar la cabeza», dice antes de reírse a carcajadas por la exageració­n. Pese al primer recelo, Marius insiste. Él, desde el principio, lo tiene claro: quiere hablar de su sueño.

El joven, que luce una frondosa barba bien arreglada y un degradado, quiere ser peluquero. De vez en cuando, varios compatriot­as se acercan y los pela. Le dan cinco euros y, con eso, tiene para comer. En una ocasión, un conocido le regaló una batería solar por dos pelados. Gracias a ella, tiene luz para encender su altavoz, en un rincón de la chabola, y escuchar el flamenco que le gusta. Lo próximo será encontrar la forma de refrescar la habitación. El calor ya se hace notar en el asentamien­to.

Más de 300

Entre semana, su madre madruga para acompañar a su hijo menor al instituto, a media hora a pie tras cruzar parte de la autovía junto a la que se sitúa su hogar y el de otros tantos rumanos. Donde se ubicaba la antigua Choza del Cojo, conviven, al igual que en otros 19 puntos de la ciudad, distintas familias en hogares improvisad­os con tablones, plásticos y uralitas.

Según los datos que maneja el Ayuntamien­to de Córdoba, más de 300 personas de un centenar de familias viven en chabolas a lo largo de la ciudad. Así lo refleja en la Revisión del Plan Municipal de Vivienda y Suelo de Córdoba 20242029, aunque los datos se remontan a 2016. Aún así, desde el Consejo del Movimiento Ciudadano (CMC) explican que la población rumana en chabolas suele mantenerse en el tiempo entre las 300 y las 400 personas. Los poblados se abren paso también en localidade­s de la provincia como Priego, Palma del Río, Adamuz, Puente Genil, Rute o Baena.

La mujer, un poco más confiada tras oír a su hijo mayor, entabla conversaci­ón. «En Rumanía la vida es difícil, en España está bien», asegura. Al menos aquí tiene médico. Allí «necesitas mucho dinero». «Mucho dinero», repite Marius

mientras golpea su mano con su puño. «Aquí te ayudan también con los niños», afirma agradecida.

Los niños van a la escuela por las mañanas, mientras mujeres y hombres recorren la ciudad en busca de chatarra que puedan vender para vivir. No les deja mucho, lamentan, pero con eso y con la ayuda de entidades sociales como Cruz Roja o asociacion­es como Acisgru -para la integració­n de rumanos gitanos- consiguen pasar los días y alimentar el deseo de una vida mejor, como en el caso del joven que sueña con ser peluquero.

Jackson y Van Damme

Con la intención de dar un futuro a sus hijos, Tansa Coman llegó a Córdoba en autocar directamen­te desde Rumanía hace 17 años. A día de hoy, ella y otros cinco hermanos, con hijos y nietos, viven en el asentamien­to del

Cordel de Écija, que discurre paralelo al río Guadalquiv­ir en el sur de la capital.

«Ven aquí, no tengas vergüenza, ni que estuvieras robando», exclama a una familiar. Sus palabras y su expresión desprenden orgullo, pero en el fondo resulta apreciable una herida como la del estigma. A lo largo de sus vidas, han tenido que enfrentars­e al racismo, pero dejan claro que «los cordobeses se portan bien» con ellos. «Los médicos son buenos con nosotros, no hacen diferencia por que nosotros somos rumanos y vivimos en el campo», continúa contando.

Un servicio básico como la sanidad es imprescind­ible para ellos.

«En Rumanía la vida es difícil, en España está bien. Aquí te ayudan también con los niños»

Con apenas dos años y medio, uno de los pequeños será operado muy pronto de un problema no demasiado grave. A la propia Tansa, un cáncer de mama la ha apartado de la búsqueda de chatarra pero no de la vida en la chabola. Ella se encarga de tratar con todas las asociacion­es, es conocida y resulta admirable su fluidez en castellano. «Necesitamo­s trabajo», sentencia. Sobre todo los más jóvenes, algunos con sus estudios básicos acabados. Uno de sus hermanos trabajó ocho años en un picadero por 60 euros semanales, pero, ahora, con un cáncer y retirado de esa vida, «no está beneficiad­o de nada», lamenta la mujer. «Mi hermana también está operada de la cabeza, no tiene pensión ni nada, y tiene problemas

nd de todo», sigue contando.

Pese a los problemas de salud y a los pocos recursos que les deja la chatarra, los más mayores no pierden el vigor ni el sentido del humor. «¿Podemos sacar fotos?», preguntamo­s. «No pasa nada, no pasa nada. Yo soy Michael Jackson y ese es Van Damme, y ese es Jackie Chan», bromean, mientras se señalan y se golpean en el pecho haciéndolo sonar como una lata.

Sobrevivir al verano

De repente, Tansa se pone seria y muestra su indignació­n: un gran eucalipto cayó sobre una chabola y la aplastó. Pidieron ayuda pero nadie quita el árbol. Los temporales también se han notado allí, pero no es a lo que más le temen. El verano se acerca y los rostros se tornan serios cuando hablan del calor. Una de las cuñadas de Tansa sufre del corazón y en verano le resulta más difícil aguantar las temperatur­as. Los techados de uralita y plásticos no ayudan. Por la misma razón, Marius, en la otra punta de la ciudad, dispone mantas sobre el techo para aislar. Por las noches, duermen fuera. De día, mientras se buscan la vida, descansan en parques o bajo árboles, asegura el joven. Así, con el añadido de tener que vivir al día, sobreviven al largo y arduo verano cordobés.

«Tenemos una vida ni buena ni malísima», declara Tansa. La importanci­a que tiene la mujer en el asentamien­to del Cordel de Écija es apreciable. Es ella quien trata de reivindica­r a su gente y denunciar su situación: «Ya estamos cansados de tantos años en estas condicione­s, queremos una vivienda buena, tenemos miedo de que nos echen fuera de aquí también. Hace dos o tres años vino alguien y dijo que nos iba a echar fuera de aquí, que iban a hacer un proyecto grande». «Nosotros tenemos miedo, porque tenemos niños chicos y muchas familias, ¿a dónde nos vamos? No tenemos trabajo ni tenemos nada», insiste.

No será por falta de voluntad. Marius confía en poder trabajar como peluquero en un futuro. Futuro que sus padres vinieron buscando hace ya ocho años, como tantas otras familias rumanas a lo largo de las décadas. Nuevas generacion­es, con acceso al sistema educativo, se abren paso entre las chabolas con ímpetu. «¿Qué podemos hacer?», pregunta Tansa al pensar en su situación. Marius lo tiene claro: empezará por arreglar la máquina de pelar que sostiene con esperanza.

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Una madre y su pequeño de dos años en el asentamien­to del Cordel de Écija.
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Manuel Murillo Asentamien­todel Cordeldeéc­ija.
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bajos manuales en l asentamien­to.
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Cocina en una chabola.

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