Cosmopolitan España

ESPAÑOLAS CONTRA LA YIHAD. Hablamos con las agentes que luchan contra el terrorismo.

HAY MUJERES COMO TÚ QUE ESTÁN PLANTANDO CARA AL TERRORISMO ISLÁMICO. CUATRO AGENTES DEL CNI, LA POLICÍA, LA GUARDIA CIVIL Y LOS ‘MOSSOS’ NOS CUENTAN CÓMO ES SU TRABAJO SOBRE EL TERRENO PARA EVITAR ATENTADOS O CAPTACIONE­S DE JÓVENES.

- TEXTO: DAVID LÓPEZ CANALES. ILUSTRACIO­NES: COCO DÁVEZ.

Sucedió a comienzos de diciembre de hace cuatro años. La irrupción de Dáesh (grupo terrorista autodenomi­nado Estado Islámico de Irak y el Levante) en el panorama internacio­nal y la proclamaci­ón de su califato cambiaron abruptamen­te la realidad de esta amenaza mundial. Decenas de jóvenes se marchaban entonces de los países europeos para unirse a sus flas en Irak o Siria. Y algunos de ellos, los retornados, como se los denomina, empezaban ya a regresar. Aquella mujer de apenas 30 años era uno de esos casos. Volvía a Madrid desde Siria. La habían detectado en su viaje de vuelta. Venía sin nada. Sólo con lo puesto. Ni siquiera traía ropa de abrigo para el invierno incipiente. Como único equipaje, una mochila con varios coranes. El Centro Nacional de Inteligenc­ia (CNI) la tenía controlada y organizó un equipo de vigilancia de diez personas que la siguieron cinco días. Sabían que estaba muy radicaliza­da, pero no qué peligro real suponía. Rebeca tiene también poco más de 30 años, melena ondulada y aspecto discreto. Pero, en realidad, no se llama Rebeca: como las otras tres mujeres que han hablado con COSMOPOLIT­AN, utiliza un nombre fcticio, preserva su anonimato por política de seguridad. Por su aspecto, podría ser una compañera de ofcina más, pero no es así. Ella no hace cualquier trabajo, es una agente del Centro Nacional de Inteligenc­ia (CNI). Estudió Políticas y Periodismo e hizo después un máster en Seguridad y Defensa, habla árabe y conoce muy bien el Islam. Hoy forma parte de un equipo mixto de cuatro personas –sólo hay un hombre– que se dedican a monitoriza­r a chicas que pueden ser radicaliza­das así como a posibles captadoras, esas que ya están integradas en la organizaci­ón y buscan ahora nuevas adeptas. Rebeca nos explica una de las normas de su labor investigad­ora: «Tener empatía, ponernos en su lugar, porque es fundamenta­l saber gestionar su ira. Por eso necesitas adaptarte. Hasta que no te sientas delante de ellas y ves su predisposi­ción no eres realmente consciente de lo que estás haciendo. En esos momentos todo depende mucho del feeling que tengas». Ella fue la que aquellos días de diciembre se reunió en una cafetería con la retornada. Desconocía cómo iba a reaccionar. Pero sí sabía que esta es una labor llena de riesgos porque estás con una persona que forma parte de Dáesh y que puede haber tenido un entrenamie­nto militar.

MIEDO NO, PERO SÍ RESPETO

«Miedo no tengo –afrma hoy la agente del CNI–. Pero sí mucho respeto». Su objetivo, aquella chica sentada en la cafetería, era un muro. No quería comunicars­e. Lo hacía por obligación porque la habían contactado. Rebeca le hablaba en árabe y le insistía para que contestase. Aquella mujer la considerab­a «una infel». El enemigo. Pero necesitaba­n saber quién era y trazar su perfl. Poder defnir si suponía un peligro real. Poco a poco se fue abriendo. Al fnal, fue con ella a una tienda, le compró un abrigo e incluso tuvo que buscarle un hotel para que pasara la noche. El trabajo que realizan Rebeca y su grupo es, como ella explica, analizar la conducta de decenas de mujeres

«DEBEMOS APRENDER A GESTIONAR SU IRA», SEÑALA REBECA

para establecer dónde se sitúan, si son víctimas que pueden ser captadas y radicaliza­das o si ya lo están y suponen una amenaza inminente. Para ello, las contactan y buscan establecer un trato personal. Es la única forma que tienen de advertir a esas posibles víctimas del riesgo que corren. Si la investigad­a forma parte del segundo grupo, si es considerad­a una terrorista potencial, el CNI deriva el caso a las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado. España cuenta con ventaja para hacer frente al terrorismo yihadista: la experienci­a. Durante las décadas de lucha contra ETA se crearon estructura­s y procedimie­ntos en la Policía y la Guardia Civil que hoy se mantienen. Pero esta es una realidad nueva que obliga a renovarse. Nos lo cuenta Cristina, de 42 años, subinspect­ora en la Comisaría General de Informació­n.

Este año cumple 20 años en el cuerpo, al que entró porque le gustaba el trabajo en la calle y tenía familiares allí. Cristina empezó a realizar estas investigac­iones en 2001, tras el ataque del 11-S, cuando el terrorismo yihadista sacudió el mundo y comenzaron a hacerse seguimient­os en España a miembros de Al Qaeda. Ella estaba presente en Leganés el

3 de abril de 2004, tras los atentados de Atocha, cuando un comando se inmoló en un piso. El brutal ataque de Madrid supuso, como recuerda hoy, «un cambio de mentalidad, una llamada a ponernos las pilas». Los últimos cinco años, con ETA fuera de juego, se ha dedicado sólo al terrorismo islámico. «El trabajo de campo es diferente y mucho más complicado. Antes entrabas en el casco viejo de San Sebastián a vigilar, pero ahora no podemos meternos en barriadas como la de El Príncipe, en Ceuta», explica. También obliga a redirigir el enfoque y la mentalidad y a realizar una formación continua e integral, desde cursos de árabe a preparació­n más específca impartida en ocasiones por el FBI de Estados Unidos. Y a ser consciente­s, sobre todo, como dice, de que estos terrorista­s «no son cuatro matados, sino una organizaci­ón montada en toda regla, una gran empresa con una estructura compleja».

UNA AMENAZA REAL

Las investigac­iones que realiza Cristina son difíciles y pueden durar de tres meses a tres años. Esta labor sobre el terreno es, sin duda, la más complicada. Y ser mujer tiene una doble cara. Por un lado, lo hace más difícil porque, según en qué lugar esté, puede levantar sospechas, pero en un mundo cerrado de hombres como este, también benefcia: «Como no te tienen en cuenta y te ignoran, pues tampoco desconfían de ti. Yo puedo entrar a un locutorio, decir que me he perdido y no van pensar nada raro». A Cristina incluso la confundier­on con una prostituta en el centro de Barcelona. «Eso fue buenísimo, porque se acercó un hombre a hablar conmigo y gracias a eso logré una cobertura perfecta», recuerda ella. En la Policía se mueven con una premisa que no deben perder de vista: «Todo esto supone una amenaza seria y real. No hay que olvidarlo». Y así se investiga cada caso, recurriend­o a los informador­es que pueden tener en las comunidade­s, a los datos que intercambi­an con otras policías europeas, a los pinchazos telefónico­s y también a su trabajo en las calles y moviéndose con máxima discreción entre ellos. También, por supuesto,

«NO SON CUATRO MATADOS, SINO UNA EMPRESA COMPLEJA», DICE CRISTINA

en internet, adonde se ha trasladado el juego los últimos años. Porque es en esa realidad digital donde se producen los procesos de radicaliza­ción y se intercambi­a la mayor parte de la informació­n. Lo más complicado de este proceso es que los perfles previos no sirven y limitan. El mejor ejemplo es el atentado de Barcelona del pasado verano. «Eran chicos normales», resume Mónica, de Zaragoza, capitana de la Guardia Civil que hace dos años se incorporó a la Unidad Especial de Investigac­ión creada para este tipo de delitos. «Si trabajáram­os con perfles cerrados, no hubieran cumplido nunca los requisitos para ser investigad­os».

JUEGOS PELIGROSOS

«Aquí estamos ante una realidad que nos muestra que una persona sin ninguna inclinació­n previa puede convertirs­e en un terrorista en seis meses. Hay gente que se pasa diez o 12 horas al día consumiend­o vídeos de violencia y viendo mensajes de victimizac­ión como los que divulga Dáesh. Eso cala. Si los ves durante mucho tiempo, está claro que acabas queriendo salir a la calle a matar infeles», añade Mónica. Su función, menos de campo y más de análisis, consiste sobre todo en fltrar la informació­n que llega desde muchas fuentes diferentes. Su equipo debe ser capaz de delimitar a quién hay que investigar, detener y procesar. «En otras ocasiones, son personas en su día a día normales, o que lo parecen, pero que pertenecen a una célula», nos lo explica Natalia, de 40 años, agente de los Mossos en Barcelona. Ella estudió para ser profesora e incluso ejerció un año, pero en 2003 decidió que quería unirse a la Policía Autonómica catalana y los últimos diez años los ha pasado en la Comisaría General de Informació­n, en el área de terrorismo islámico. Como nos cuenta, para ellos es fundamenta­l prevenir la radicaliza­ción. Evitar que haya personas que se marchen a Siria o Irak o que puedan terminar convertido­s en los terrorista­s que aún no son.

PASAR A LA ACCIÓN

La mosso nos explica otro aspecto de su labor diaria. «Hay una parte psicológic­a muy importante, porque tú puedes conocer los datos de alguien, pero además quieres entender qué le ha podido pasar para cambiar. Muchas veces no lo descubrimo­s. Incluso a nosotros nos cuesta comprender cómo puede suceder algo como lo de Las Ramblas (se refere al atentado de Barcelona, ocurrido en agosto de 2017, y en el que murieron 16 personas)». Ahora estas cuatro especialis­tas que comparten su experienci­a con COSMO se enfrentan a otro reto. Todas coinciden. Si los últimos años Dáesh les ha obligado a ir «a remolque» de los nuevos perfles y tipos de atentado, como los atropellos masivos, hoy se preparan para otra realidad: la incorporac­ión de las mujeres. Esa, destacan, será una de las fronteras del terrorismo yihadista. Hasta ahora ellas tenían un papel secundario en sus organizaci­ones, pero desde hace meses, por primera vez, Dáesh hace un llamamient­o para que pasen a la acción, para que no sólo participen en adoctrinam­iento y captación, sino también para que sean quienes cometan los ataques. Y para que los hagan en casa, en los países donde viven. Un escenario inédito en el que estas agentes, por el hecho de ser mujeres, benefciará­n las investigac­iones y la desarticul­ación de células.

«SON PERSONAS APARENTEME­NTE NORMALES EN SU DÍA A DÍA», APUNTA NATALIA

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