LAS GUARDIANAS DEL CIBERESPACIO.
Hazte hacker y ayuda a cambiar el mundo.
Ni quieren destruir el mundo ni son personajes asociales y excéntricos, ocultos tras una capucha y que viven encerrados en un garaje. Esta es la imagen que el cine nos ha dado de los hackers, pero es sólo eso: ficción. El programador norteamericano Eric Raymond, gurú en este tema, cree incluso que tú podrías ser una de ellos. Según él, si piensas que el mundo está lleno de conflictos fascinantes que esperan una solución efectiva, si crees que ningún problema tendría que resolverse dos veces, y que el aburrimiento y el trabajo rutinario son perniciosos, respondes al perfil perfecto para dedicarte a este oficio. Otras dos máximas imprescindibles son que compartas la idea de que la libertad es buena y de que además de tener buena actitud hay que ser competente. De hecho, por concepto, y en su inmensa mayoría, se trata de expertos en seguridad informática que trabajan de forma colaborativa para arreglar los fallos de los diferentes softwares. Unos pocos, como en cualquier otro oficio, delinquen. Lo que sí es común a estos técnicos es que son personas intuitivas y fascinadas por ir más allá.
El término hacker nació en el MIT, el prestigioso Institute of Technology de Massachusetts, y tomó fuerza con el desarrollo de los movimientos de software libre (gratis y con código abierto), que permiten que la creación continúe. «Nosotros somos entusiastas de la tecnología. La amamos y, como la conocemos, encontramos sus pequeños fallos. En eso trabajamos», afirma María Isabel Rojo, hacker o arquitecta en seguridad, la forma políticamente correcta de referirse a ellas. Se deleitan investigando y poniendo en marcha cosas divertidas a partir de lo que saben hacer en internet. El color del sombrero
que llevan, metafóricamente hablando, es lo que distingue al tipo o tipa que te roba las claves de la tarjeta de crédito de quienes trabajan por la ciberseguridad. Los que entre ellos dicen portarlo blanco
son profesionales que trabajan para empresas o instituciones. Su misión: evitar que los malos, los del sombrero negro (también conocidos como crackers), entren por ejemplo en el Ministerio de Defensa y aireen sus secretos. En medio estarían los grises.
Estos no pretenderían tumbar el sistema de comunicación de un aeropuerto para causar el caos, pero sí esperarían algún beneficio a cambio si encuentran una brecha en su seguridad. Su información –y ellos lo saben– resulta muy valiosa para los gobiernos, servicios de inteligencia, fuerzas armadas o grandes empresas. Por eso este peculiar oficio no conoce el desempleo. «Lo nuestro no es una profesión de futuro, lo es del presente», afirma Yaiza Rubio, la primera hacker española en participar en DefCON y BlackHat, algo así como las olimpiadas más importantes de estos guardianes del ciberespacio. Se celebran una vez al año, ambas en Las Vegas, Estados Unidos. Y es que, de alguna forma, la comunidad hacker se mueve en el porvenir. En eso consiste, por lo menos, el trabajo de María Isabel Rojo, que todas las semanas recibe ofertas de empleo a través de su linkedin. Esta cotizada ingeniera cuenta que vive inmersa en las tecnologías dos años antes de que estas sean realidad. Inteligencia artificial (máquinas que piensan); internet de las cosas (por ejemplo, una nevera conectada a la red y programada para comprar los batidos que te gustan cuando coges el último del frigorífico); o blockchain (la tecnología que hace posible las criptomonedas) son los conceptos que más repite María Isabel. Y apunta otro aspecto interesante: ella y sus colegas son las profesionales mejor pagadas en el sector de las tecnologías de la información. Su sueldo anual oscila entre los 75.000 a 115.000 euros brutos anuales, señalan diversas consultoras. No sólo no hay paro, sino que se calcula que hacen falta unos seis millones de hackers.
Vestidas a su aire
Encima no tienen que seguir la moda ni contentar a nadie con su look. Aquí vale todo, tanto, que podríamos estar en el mundo de los frikis: no están sujetos a dictaduras de corbatas o convencionalismos. ¿Quién si no iba a pensar que Telefónica incluyese en su Comité de Dirección el año pasado a un tipo de pelos largos, gorro de lana y que se desestresa en monopatín? Es Chema Alonso, de 42 años, el jefe de Yaiza. Eso sí, si hubiese que hacer un retrato robot de la profesión, sin duda, habría que pintar a un hombre. Como en otras secciones del mundo tecnológico, el de la seguridad informática todavía hoy se conjuga en masculino. «En Estados Unidos y Europa sólo somos el 11%.
Es un tema cultural. No contamos con referentes», apunta Soledad Antelada, una argentina criada en Málaga que trabaja para el Departamento de Energía de Estados Unidos. Harta de ser siempre la única o de las pocas chicas en lo suyo creó el movimiento
Girls Can Hack, un nombre que lo dice todo: ¡claro que podemos! Lo hace convencida de que incorporar el punto de vista femenino mejoraría una profesión que requiere de creatividad, tesón y rapidez en la gestión y respuesta de incidentes. Para resolver el gap entre unos y otras, esta ingeniera apuesta por las cuotas, por lo menos hasta que haya cierta paridad. Yaiza Rubio, por su parte, incide en la necesidad de romper estereotipos entre las generaciones anteriores, padres y profesores, empeñados en ligar la tecnología y las carreras técnicas a los hombres. Preguntadas por el lado oscuro de su día a día, las tres dicen estar absolutamente lejos de cualquier cosa parecida a delinquir y afirman que duermen muy tranquilas cuando se van a la cama. No quieren ni pensar en
acabar en un calabozo. Y ahora entremos en la (a veces) difusa frontera de la ley ante ciertos comportamientos hackers. Porque, ¿es malo Julian Assange, el hombre que hizo públicas las trampas que efectuaban los estados? El presunto delito de este famoso ciberactivista y máximo responsable de Wikileaks es haber desvelado los secretos más oscuros de gobiernos y empresas poderosas, algo que es totalmente ilegal, pero también un acto que pone el dedo en la llaga sobre los asuntos ilícitos que cometen aquellos que se creen intocables.
Ciberactivistas
El ex agente de la CIA Edward Snowden, que sacó a la luz los disparates legales de los estados, sería otro hacker, otro fuera de la ley. Su perfil, según los expertos de sombreros blancos, sí corresponde claramente a un activista. Y a eso precisamente se dedica F. T., una mujer que prefiere proteger un identidad tras estas dos siglas y que pertenece a la comunidad transhackfeminista. «El anonimato es un derecho y hay que defenderlo. Porque en muchas circunstancias puede significar la diferencia entre la vida y la muerte. No pensemos en un contexto europeo de garantía de derechos humanos. Imagínate hacer campaña por los derechos sexuales y reproductivos en un país donde el aborto está penalizado; o señalar la corrupción policial en un lugar con ejecuciones extrajudiciales; o denunciar a empresas extractivas que usan fuerzas de choque contra los ecologistas. O hablar libremente de la sexualidad disidente en países que criminalizan la homosexualidad. Esconder la identidad muchas veces está relacionado con la seguridad y la libertad, por eso hay que defenderlo», apunta vía twitter F.T. sin querer dar ninguna otra pista sobre ella: se la juega. Y sí, es cierto, Reporteros Sin Fronteras publica anualmente un informe llamado Enemigos de internet en el que recomienda usar Tor, el navegador por excelencia de los hackers, un espacio en el que no se deja rastro de ninguna operación. Hablamos de una tecnología premiada en 2011 por la Free Sofware Foundation por permitir que millones de personas en el mundo tengan libertad de acceso y expresión en la red gracias a hacerlo con un nombre falso. Pero claro, en esa plataforma también están quienes se dedican al tráfico de personas, drogas, armas, pornografía infantil, blanqueo de dinero, terrorismo y la más absoluta depravación. De ahí la necesidad de ese ejército de sombreros blancos que por fuerza deben actuar a la defensiva, explica María Isabel Rojo.
Identidades falsas
En la Guardia Civil hay una unidad que lucha contra estos delitos. Dos de sus componentes son mujeres. Tampoco ellas pueden dar sus nombres. La agente A. trabaja contra la pornografía infantil y dice no considerarse una hacker, aunque según la Real Academia Española, lo son todas aquellas personas expertas en el manejo de computadoras, que se ocupan de la seguridad de los sistemas y de su mejora. En su día a día debe aprender a pensar como los delincuentes e incluso hacerse pasar por ellos bajo identidades falsas. «Según el caso y de dónde provenga, hay diferentes vías de investigación. Lo común es tirar del hilo de servicios de investigación anteriores y buscar perfiles. Porque ellos van hablando entre sí. Se forman tribus y necesitas que te acojan», apunta la agente A. Preguntada sobre dónde estarían los límites o si Assange es o no un criminal, zanja contudente el tema: «Como guardia civil no puedo opinar. Mi trabajo es respetar la ley».
NO SON DELINCUENTES Y TODAS ASEGURAN QUE DUERMEN TRANQUILAS Y NUNCA SE HAN PLANTEADO ACABAR EN EL CALABOZO