EL NOVIO ESTUPEFACTO.
Canguro de saldo: el arte de malcriar a los niños (que no son tuyos).
El poder de malcriar a los niños (siempre que no sean tuyos) es fantástico. Claro que dos días a base de pizza, pistolas de agua y videojuegos estresan más de lo que parece...
Si esta página fuera un vídeo de Facebook, se titularía:
Una pareja joven, cosmopolita, moderna (y guapa), que creía tener todo controlado, se ocupa de sus primos pequeños (que son como sobrinos) durante todo un fin de semana. El resultado te sorprenderá (y mucho). A. y yo no somos tíos (de momento), así que aceptamos encargarnos de mis dos primitos para que mis tíos pudieran cogerse unas minivacaciones y desconectaran dos días. Nos encantaba la idea, porque siempre hemos querido ser los tíos guays. «Primo, ya no se dice guay». Ese fue el saludo de bienvenida del mocoso adorable de 8 años. La primera en la frente. Nos despedimos de sus padres, acabamos los deberes (ya no me acordaba de dividir con dos dígitos), merendamos (A. se untó doble de Nocilla) y nos pusimos al lío. Nos dividimos a los dos peques para empezar tranquilos. Yo decidí jugar con el niño a Mario Kart. Le dije altanero: «Mira chaval, he sido el Rey del Mario Kart TO-DA-LAVI-DA». En la primera partida, con mi querido Luigi, le gané y me puse a restregarle mi victoria, haciendo bailecitos y riéndome en su cara. Fue lo peor que pude hacer. Él, impasible, entornó los ojos, me miró con desdén y se concentró a fondo en la pantalla. Me pegó una paliza tras otra, me tiraba caparazones sin piedad. Ganó, me miró y, cómo no, hizo un dab perfecto y muy chulo. Hasta a Luigi se le cayó una lagrimita. Entretanto, A. se fue con la niña, de 5 años. Mientras jugaban, se dio cuenta de que ella explicaba todo muy bien, engolando la voz y mirando a alguien imaginario. Al terminar, se detuvo ante su reflejo en la puerta del horno de la cocina y dijo: «Hasta aquí el vídeo de hoy, amigos. Si os ha gustado, dadle a like y suscribíos a mi canal». Y ahí estaba A., la que se cree influencer, la que trabaja en un medio de comunicación, con un huevo frito de juguete en la mano y con dos palmos de narices. Después, sacamos las pistolas de agua. Ellos decidieron ir los dos contra A. Y yo, con ella. Puede parecer descompensado en un principio. Pero no. NO. La niña, no sé de dónde, sacó un casco de bici rosa y parecía una mini Lara Croft. Muy adorable (y más letal). El caso es que los hermanos se compenetraban genial y nos obligaron a ir cediendo terreno hasta que A. y yo acabamos dentro de una caseta de plástico, mojados, abrazados y obligados a sacar una camiseta de Dora la Exploradora por la ventana para pedir la rendición. Luego, para cenar, compramos pizza (el poder de malcriar es fantástico) y después de ver La Patrulla Canina (soy fan desde YA) pusimos una película. No habían visto El Rey León, así que ellos la descubrieron y nosotros la gozamos otra vez. Antes de que se quedaran dormidos, me dijeron: «Primo, eres un viejales, pero te queremos mucho». Y entonces yo, lleno de amor, pensé para mis adentros: «Éste sí que es el ciclo sin fin del que hablaba Simba».