EL NOVIO ESTUPEFACTO. «Horror: mi chica ha visto una serie sin mí».
Confiesa: ¿alguna vez has traicionado a tu pareja viendo un capítulo a sus espaldas? Pues es lo peor y si lo haces tendrá consecuencias. No lo dudes.
No sé si podré levantar cabeza. Después de muchos, muchísimos años de relación, de fidelidad absoluta, de confianza mutua, ha llegado el momento que nadie quiere que llegue en su vida. Mi chica me ha sido infiel. Ha visto capítulos de nuestra serie favorita ella SOLA. Cuatro letras que te dejan descompuesto: S-O-L-A. Sí, amigos: A. decidió aprovechar un día en que yo tenía una actuación para ver la última entrega de la ficción que estamos compartiendo sin decirme nada. Silencio absoluto. Yo empecé a sospechar en cuanto llegué a casa porque actuaba rara, titubeaba, tenía un tic en un ojo… Detallitos que la delataban. Me fui a la cama con el
tole-tole y decidí investigar. Podía haber pedido ayuda a alguna amiga para que la interrogara, pero pensé que era mejor no implicar a terceros. Entonces descubrí que el 50% de las parejas que siguen juntas una serie son infieles en algún momento, y el 80% repetirían si supieran que no las iban a descubrir. ¡Qué escándalo democrático! Para intentar que confesara, al día siguiente le escribí por Whastapp: «¿Qué tal? Esta noche vemos el episodio que nos falta, que he leído que es supersorprendente». Dos veces apareció el escribiendo… hasta que puso: «¡Qué ganas!». Yo le respondí con el emoji de los corazones en los ojos, que lo mismo vale para un roto que para un descosido, pero sabía que la había cazado con el carrito del helado. Al llegar a casa, la tensión se cortaba en el ambiente. Estábamos como en la peli de Sr. y Sra. Smith sin ser nosotros Brad ni Angelina. Bueno, A. si está a su nivel, pero Brad y yo sólo nos parecemos en que ambos tenemos dos ojos. Y para de contar. Todo transcurría con normalidad: pedimos ramen, nos acomodamos en el sofá con la mantita y pusimos la tele. Para seguir con su pantomima, me dio un beso en la mejilla y me dijo: «Seguro que flipamos». Y contesté: «Sí, sí, seguro que YO flipo». El capítulo estaba interesantísimo y no perdíamos detalle, pero por el rabillo del ojo observaba las reacciones de A. Hasta que llegó un momento increíble en el que uno de los protagonistas muere. Así, sin paños calientes. Se muere para siempre. Pasado el shock inicial y los improperios propios del momento («No me j**as»), miré hacia A., que empezó a hacer aspavientos y a exagerar su reacción. «¡Madre mía, esto sí que no me lo esperaba!». Lo hacía todo como una actriz a la que se le ha olvidado la dirección de sus clases de interpretación. Era como si Peggy, de los Muppets, protagonizara la telenovela El secreto de Puente
Viejo. Al final, aguantó el microteatro algún minuto más pero le pudo la presión y acabó confesando. Me pusó los ojos del gato de Shrek y me abrazó muy fuerte para que la perdonara. Lo hice con una condición, que dejara de decir: «Calla, que está Tom Hardy, ¡qué guapo es!» en cada plano. Porque lo cierto es que él sale en cualquier serie o película que vemos. Creo que es la regla más dura que le han impuesto en toda su vida.