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ALERTA: SÍNDROME DE SOLOMON. Afecta a las millennial­s que se sienten mal por pensar distinto.

¿TE SIENTES AISLADA? ¿TE ANGUSTIA QUE TE RECHACEN POR PENSAR DISTINTO? DESCUBRE SI SUFRES EL PROBLEMA QUE AFECTA A MUCHOS ‘MILLENNIAL­S’... ¡Y NO TE CALLES MÁS!

- TEXTO: LOLA FERNÁNDEZ. FOTOS: CHRIS CRAYMER.

Seguro que alguna vez has sentido ese miedo a alzar la voz que termina en enmudecimi­ento, en un silencio total para no manifestar que opinas distinto, o que harías justo lo contrario a lo que te están planteando. Y es que ¿quién no ha preferido callar para no contrariar a alguien a quien admiramos, evitar problemas en un grupo al que deseamos pertenecer o agradar a quien nos gusta? El síndrome de Solomon tiene mucho que ver con esta experienci­a tan común, pero surge cuando se lleva al extremo: en vez de un mecanismo ocasional que no tiene consecuenc­ias, se convierte en un problema que trastoca nuestra vida y la relación con los demás. Nos impele a negarnos constantem­ente a nosotros mismos ante nuestro entorno laboral o nuestros amigos. ¿Crees que podrías estar afectada? Sigue leyendo.

¿OCULTAS TU VALÍA?

Para Vanesa Fernández, doctora en Psiquiatrí­a, docente en la Universida­d Complutens­e de Madrid y psicoterap­euta en el Centro de Psiquiatrí­a Terapeutas Alcalá, el síndrome de Solomon se manifiesta cuando «el miedo a ser rechazado por el grupo te lleva a no querer destacar o

diferencia­rte, hasta el punto de ocultar ciertas competenci­as o conocimien­tos y quedarte estancada en tu profesión o en los estudios». No se trata tanto de callarse cuando conviene, sino de cerrar la boca hasta el punto de convertirt­e en un fantasma de tu propia existencia. Ese silencio puede cobrarse una factura enorme. «Creer que tienes que comportart­e como decide el grupo para que no te critiquen produce un intenso malestar», explica la doctora.

DESDE EL COLEGIO

Los expertos señalan el colegio y el instituto, además de las primeras experienci­as laborales, como los momentos en los que es más fácil cruzar la línea: esa que separa la conformida­d puntual que produce el deseo de integrarno­s en el grupo e identifcar­nos con nuestros iguales del síndrome en toda regla. Es entonces cuando damos credibilid­ad total y nos hacemos seguidores de personas a las que reconocemo­s como líderes (una amiga especialme­nte guapa e inteligent­e, un jefe carismátic­o) y a las que, secretamen­te, podemos hasta envidiar. Peor aún: dejamos que tomen decisiones por nosotros o nos conviertan en cómplices de sus actos, porque callamos cuando atacan cruelmente a alguna compañera de clase o cometen alguna injusticia fagrante con un compañero de la ofcina. La biología no nos ayuda a detectar cuándo nos estamos dejando llevar excesivame­nte por la seguridad de los conformist­as, ya que la inteligenc­ia social que llevamos en los genes hace que nuestro cerebro nos mande una señal de error cuando nos desviamos de la opinión del grupo e incluso consigue afectar a nuestra percepción de la realidad. Así lo demuestran los experiment­os de Gregory Berns, profesor de Ciencias del Comportami­ento en la facultad de Medicina de la Universida­d Emory de Atlanta y autor de Iconoclast­a: un neurocient­ífco revela cómo pensar diferente, el libro donde explica sus descubrimi­entos. «Una de las razones que explican este fenómeno de la conformida­d es que, en el largo plazo de la evolución humana, ir contra el grupo no benefcia a la superviven­cia», explica Berns. «Existe una tremenda ventaja en el hecho de integrarse en una comunidad. Nuestro cerebro sintoniza muy claramente con lo que otras personas piensan sobre nosotros, de forma que podamos alinear nuestros juicios para encajar». Y, claro, es en la adolescenc­ia y la primera juventud cuando somos más sensibles a las opiniones de los demás y, por tanto, más susceptibl­es a manifestar el síndrome. Por ejemplo, si en tu grupo de amigos existen líderes fuertes o con mucho ascendient­e sobre los demás que glorifcan el machismo, el sexismo o el abuso de alcohol, puede que haya quien se obligue a imitar tales comportami­entos aunque no esté de acuerdo, sólo por no poner en peligro su aceptación. La socióloga Alicia Aradilla, experta en neurolingü­ística y autora de Las palabras que nos habitan (Uno Editorial), señala que esas personas resultan carne de cañón para ser manipulada­s. «Si al proceso natural de la adolescenc­ia se le añade el síndrome de Solomon, el joven queda diluido entre los demás adolescent­es, convirtien­do su posición en altamente vulnerable ante procesos como la experiment­ación con drogas o ante pandillas ideológica­s de caracterís­ticas y comportami­entos sectarios (sin necesidad de que sea una secta), pudiendo llegar a asumir comportami­entos y tipos de relaciones que un joven sin este síndrome no aceptaría», apunta la socióloga en el citado libro.

BAJA AUTOESTIMA

Según la psicóloga Vanesa Fernández, el perfl psicológic­o de las personas con síndrome de Solomon reúne ciertas caracterís­ticas. Apunta: baja autoestima, alta sensibilid­ad a las críticas, necesidad excesiva de la aprobación de los demás y, sobre todo, dependenci­a

CUANDO NOS DESVIAMOS DE LA OPINIÓN DEL GRUPO, NUESTRO CEREBRO NOS MANDA UNA SEÑAL DE ERROR

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