Cosmopolitan España

TESTIMONIO.

PARA NUESTRA PROTAGONIS­TA, LA PROPUESTA DE MATRIMONIO FUE EL INICIO DEL FIN. COMO EN LA PELêCULA ‘NOVIA A LA FUGA’, EL ESTRƒS HIZO QUE ELLA MISMA SABOTEARA SUS RELACIONES. VAN DOS, Y SI ENCUENTRA A UN TERCERO QUE SE ATREVA, NO TIENE PINTA DE ACABAR MEJOR.

- TEXTO: ELENA MOLPECERES. FOTO: PETER GRIFFITH.

«Dejé a dos novios casi a las puertas del altar ».

«QUERÍA DECIRLE QUE SÍ, PERO MI MENTE NO ME LO PERMITÍA. LE DEJÉ PLANTADO Y ME DI UN ATRACÓN DE CHOCOLATE»

Soy consciente de que mi forma de ser y varias experienci­as que tuve en mi adolescenc­ia me generan temores y exageran mi rechazo al compromiso, a un “juntos para siempre”. Lo siento y sé que la que falla soy yo. Sólo yo. Además, cuantos más años pasan, más entiendo que esto que me sucede no es producto de mis emociones reales, sino de miedos que no soy capaz de gestionar. Quizás ha llegado el momento de cambiar el chip y ponerme una camiseta con este mensaje en la primera cita: “Si quieres que esto funcione, por favor, no digas la palabra boda”.

‘PEDIDA’ MORTAL

Mi primera experienci­a cercana a una huida fue esa que nunca esperas, tras una relación de siete años. ¡Éramos los típicos novios para toda la vida! De hecho, vivíamos juntos, pero todo comenzó a ir mal cuando la presión de hacer planes de futuro empezó a aflorar. En aquella época, yo había conseguido un empleo como rehabilita­dora en una clínica y, a veces, para ganar un dinerito extra, hacía de camarera por las noches, algo que al principio odiaba. Sin embargo, aquel trabajo se convirtió en una fórmula para salir de la monotonía de pareja que me asfixiaba. Sin darme cuenta, empecé a pedir más turnos en la discoteca y cada vez llegaba más tarde a casa. En el último año de relación, cuando él finalizó el doctorado, quiso continuar en el extranjero y que me mudara con él. Pero yo no quería dejar mi vida en España. La relación se fue haciendo insostenib­le. Aún así, él no quería perderme y, yo trataba de convencerm­e de que no podía fastidiarl­o todo. Una mañana, en el hospital, me avisaron por megafonía para que acudiera a la entrada. Si hubiera sabido lo que me esperaba, me habría escondido en un armario. Al salir al pasillo, me lo encontré vestido de traje y con un ramo de flores en la mano. Imaginad la escena. Se arrodilló, me entregó un anillo que habría sido la envidia de Jennifer Lopez y dijo delante de todos: “Elena, ¿quieres casarte conmigo?”. No pude evitar llorar. Por un lado, me parecía un gesto tan precioso que quería decirle que sí, pero por otro, mi cabeza no me lo permitía. Le contesté que no. Y menos mal que existe el chocolate. Me di un atracón y en ese mismo momento decidí que tenía que conocer a otro chico para convencerm­e de que en realidad no le quería tanto.

UNA NUEVA ILUSIÓN

Mi nuevo novio no llegó ni a serlo. Estaba desorienta­da con los hombres y con mi vida. Lo mejor era que pasara un periodo sola. Y fue justo entonces cuando Greta, mi perrita (ella sí lo es todo para mí), se rompió la cadera y hubo que operarla. Acudí a uno de los mejores especialis­tas. Yo ya le conocía. Era catedrátic­o de Veterinari­a y habíamos coincido en varias ocasiones. Tenía 17 años más que yo y su estilo de vida era

totalmente contrario al mío (yo trasnochab­a día sí y día también). Dio igual. Greta se rindió a sus encantos y yo también. Era increíble, y poco a poco me fui dejando conquistar. Salíamos al cine, a cenar y así hasta que días después, por fin se atrevió a besarme. Era el hombre perfecto, tenía todo lo que yo quería y necesitaba en ese momento: una vida serena pero interesant­e. Me encontraba fenomenal y nuestra relación se fue afianzando poco a poco. Su piso se convirtió en mi segunda casa, hasta que él me planteó que viviésemos juntos. Acepté feliz. Nuestro día a día era maravillos­o. Y un fin de semana me propuso ir a León a conocer a su madre. Mientras paseábamos por la parte antigua me hizo posar para una foto y me preguntó si podía subirla a las redes. Le dije que sí, y sin saberlo, tituló la foto: Viaje con mi prometida. Mi móvil ardió en notificaci­ones. Yo no entendía el porqué hasta que vi la instantáne­a. Sólo conseguí decirle: “¿Cómo se te ocurre poner esto?”. Él me respondió: “¿No te apetece casarte conmigo? Quiero que seas mi mujer”. Contesté emocionada que sí.

¿FUTURA NUERA, YO?

Al llegar a casa de su madre le dijo que yo era su futura nuera y le contó que me había pedido matrimonio. Días después, él se fue a un congreso a Viena y a la vuelta me regaló un anillo de pedida. A partir de ahí, comenzaron los preparativ­os. Él quería una boda tradiciona­l, con cientos de invitados. El motivo era que su familia, y sobre todo su mamá (95 años), ya no apostaban por verle casado y les entusiasma­ba la idea de celebrar un bodorrio. A mí la idea no me seducía, pero no quería ser egoísta. Los preparativ­os comenzaron a agobiarme y montaba numeritos surrealist­as a mi familia y mis amigos. La prueba del vestido fue reveladora: yo soy tímida y verme como la protagonis­ta de un enlace multitudin­ario me abrumó. No tenía dudas, pero algo no iba bien. Decidí ocupar mi tiempo con un máster, para mejorar mi formación y, ya de paso, olvidarme del tema. El clásico “tengo que estudiar” se convirtió en mi mejor excusa para no tener que acostarme con él. Me engañaba a mí misma retrasando la fecha “porque no tenía tiempo”. La vida que al inicio me seducía comenzó a aburrirme. Y le echaba en cara que no quisiera salir con mis amigos. El cúmulo de reproches fue aumentando y explotó el día de la presentaci­ón de mi trabajo de fin de máster. Me salió fatal y en vez de afrontar la situación como una mujer adulta me comporté como una niña pagando con él mi frustració­n. Él había reservado en un buen restaurant­e para celebrarlo y yo estuve insoportab­le.

SEGUNDA HUIDA

No quería pensar para nada en la boda, sólo quería irme de juerga y divertirme. Por eso me sentí aliviada cuando él se marchó de viaje quince días. Comencé a ver todas sus carencias y a transforma­r lo que me había enamorado en defectos. Ya no era “mi calvito favorito” (es una cursilada, ya, pero le llamaba así) y les pregunté a mis amigas si saldrían corriendo conmigo si decidía huir de la iglesia. En parte bromeaba y en parte buscaba su aprobación. Cuando regresó, le dije entre lágrimas que no habría boda. Me fui para siempre. Volví a mi antigua casa. Busqué la peli Novia a la fuga y, una vez más, me puse morada de chocolate. Me encantaría superar mis miedos y estoy segura de que, tarde o temprano, lo lograré. Quizás no me case, pero si es así, me gustaría que fuera porque no quiero. De momento, tengo los dos anillos guardados. Porque nunca se sabe…».

«LA PRUEBA DEL VESTIDO FUE CRUCIAL: VERME COMO LA PROTAGONIS­TA DE UNA BODA MULTITUDIN­ARIA ME ABRUMABA»

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