¿ES SANO COTILLEAR?
RECONÓCELO, TE GUSTAN LOS CHISMES… PERO ACABAS SINTIÉNDOTE CULPABLE. ¡RELÁJATE! LOS PSICÓLOGOS AFIRMAN QUE EN DOSIS PEQUEÑAS SON BUENOS PARA LA SALUD.
Los psicólogos desvelan las ventajas y los inconvenientes de este hábito. ¡No es tan malo como parece!
Una de las razones por las que la película Chicas malas nos marcó es porque nos identifcamos con las protagonistas. Y no me refero al debate sobre si hay que ir de rosa los miércoles, sino a ese cuchichear compulsivo. ¿Quién no ha criticado a otra persona alguna vez? Puede que te hayas quejado de esa amiga que te crispa o de tu jefe. Sea en el formato que sea, no hay nada más reconfortante que desahogarse a espaldas de los demás. Sin embargo, en ocasiones, esas ganas dejan una sensación agridulce, como si una voz interior te aconsejara callarte. ¿Y si supieras que los psicólogos han descubierto que esta práctica, además de poder utilizarse como terapia, forma parte del apego?
SIN REMORDIMIENTOS
Las pruebas demuestran que no tenemos por qué tener remordimientos. «Cuando hablamos de alguien sin que lo sepa, nos reconforta ese sentimiento de cercanía», afrma la psicóloga clínica Chantal da Cruz, que añade: «Esta conexión emocional se consigue gracias a nuestra apertura y vulnerabilidad, y a la posibilidad de recibir reconocimiento y empatía. También es gratifcante porque hace que nos sintamos parte de una comunidad». Sin embargo, la sensación suele
ser más fuerte cuando la información es negativa, ya que es más arriesgado expresar un punto de vista hostil que positivo y esto hace que el vínculo se refuerce.
DîNDE ESTç EL LêMITE
Los chismorreos no son algo nuevo, sino que forman parte de la evolución para interactuar. Tanto, que según Robin Dunbar, profesor de psicología evolutiva de la Universidad de Oxford, conforman las dos terceras partes de nuestras conversaciones. «No es más que charlar y ponerse al día. Puede decirse que es lo que nos hace humanos», afirma. Y tiene mucho sentido, ya que el lenguaje es nuestra principal manera de socializar. Las mejores amistades empiezan tras una buena charla. Hasta aquí, el lado positivo. Porque este comadreo corre el riesgo de convertirse en perjudicial si abusamos. «Llevado al extremo, puede ser dañino», advierte Dunbar. La escritora Alice Roosvelt Longworth lo dijo de otra manera: «Si no tienes nada bueno que decir de nadie, siéntate a mi lado». La cita es curiosa pero, si lo pensamos con calma, cuando alguien nos cuenta un secreto jugoso, ganamos capital social. Aunque no tengamos intención de utilizar esa información de forma destructiva, el simple hecho de tenerla es, de por sí, muy gratificante. Pero hay otro aspecto aún más satisfactorio: difundirla. «Cuando sabemos algo que todos los demás desconocen, ardemos en deseos de contarlo para salir del aislamiento de nuestra condición de guardianas de secretos», comenta Da Cruz. Científicos de la Universidad de Pavia, en Italia, han descubierto que el cerebro libera una cantidad mucho mayor de oxitocina cuando cotilleamos que cuando tenemos otras conversaciones. «Los motivos son variados: desde la curiosidad por conocer la opinión de los demás sobre un acontecimiento hasta la necesidad de escuchar qué piensan para así gestionar mejor nuestros problemas. Pero también hay causas egocéntricas, como ganar poder o estatus», dice Da Cruz. Y es ahí donde podemos tirarlo todo por la borda. La zona oscura aparece cuando actuamos de forma retorcida que poco tiene que ver con el placer. La famosa columnista Ann Landers se refirió a este comportamiento como «ese demonio sin cara que rompe corazones y destroza carreras». Cuando las razones son egoístas o mentimos para abrirnos camino, nos estamos equivocando de estrategia.
NUNCA POR LAS REDES
Intercambiar información íntima con alguien refuerza los lazos. Pero Da Cruz asegura que «puede suponer juzgar, lo cual destruye la confianza entre las dos personas». Algo así como «si se lo haces a otros también me puede tocar a mí». Así que si estás pensando en irte de la lengua, la psicóloga Ingrid Nagaya te advierte: «Los comentarios falsos, dañinos y que pretenden sembrar dudas imposibilitan una relación sana». Y ahora que es posible hacerlos por email o a través de las redes sociales, su práctica se ha vuelto más complicada y nada recomendable por estas vías: puede llegar a las manos equivocadas. En cualquier caso, seas digital o analógica, sé precavida. «Tenemos que valorar sus consecuencias, tanto a corto como a largo plazo», alerta Da Cruz. «Debemos ser más selectivas con la información y con la manera de difundirla, así como con las intenciones que nos mueven. Y, sobre todo, no dictes sentencias. Sé amable y considerada e intenta entender el comportamiento ajeno, y el tuyo propio». Y para las que quieren aprender la técnica para no pasarse de la raya, Nagaya da estos consejos: «Sé honesta contigo misma y con las personas que describes. Habla de hechos verdaderos, en lugar de repetir opiniones. Utiliza esta forma de comunicarte para inspirar a los que te rodean y dejar que muestren la mejor versión de ellos mismos. Otorga sólo credibilidad a quienes realmente la merecen. No sigas lo que comenta la mayoría a la hora de decidir qué es lo popular. Decide por ti misma y utiliza tu voz como agencia del cotilleo más sano».