Me casé conmigo misma
NUESTRA PROTAGONISTA QUISO FORMALIZAR LA RELACIÓN CON LA PERSONA MÁS ESPECIAL DE SU VIDA (O SEA, ELLA) Y DECIDIÓ DARSE EL «SÍ, QUIERO» JUNTO A OTRAS 19 CHICAS. ESTE ES EL RELATO DE LA EXPERIENCIA QUE LE SIRVIÓ PARA REAFIRMAR SU AUTOESTIMA Y CAMBIÓ SU VIDA
TESTIMONIO.
El relato de una lectora que se casó consigo misma.
Siempre he sido una persona de rituales, creo que hay hechos que marcan la vida de cada uno. A lo largo del camino, adquirimos diferentes compromisos que nos hacen ser quienes somos. Yo viví un momento de catarsis el día que decidí pasar por el altar y, lo que empezó como una anécdota divertida, me convirtió en lo que soy hoy. Todo comenzó un domingo cualquiera, cuando recibí un mensaje de una amiga: “He visto en el periódico que un grupo de chicas se casan con ellas mismas. ¡Arantxa, esto te pega un montón a ti!”. Y así, a modo de broma, esta idea se fue fraguando en mi cabeza. Cada semana solía reunirme con mi pandilla para tomar unos pinchos por el centro de Bilbao y ponernos un poco al día de nuestras vidas. Esa tarde, mi amiga Elena estaba relatándonos su última crisis de pareja cuando Paula la interrumpió. “¡Ya está bien de depender de los hombres, no necesitamos a nadie para ser felices! ¿Y si nos casamos
todas con nosotras mismas?”. De pronto, nos miramos y sonreímos. Cogimos la cerveza y brindamos por aquella propuesta tan alocada. Queríamos sentir qué era eso de las bodas unipersonales en nuestras propias carnes. Con el paso de los días, mis amigas se bajaron del barco del amor en solitario y el plan cayó en el olvido... para ellas, claro. Porque yo, sin embargo, cada vez tenía más ganas y no paraba de darle vueltas a ese proyecto tan peculiar.
EL PRIMER PASO
Un día me decidí, busqué el email que aparecía en la prensa y pedí información. Me contestó May Serrano, una mujer pionera en esto de la sologamia que organizaba talleres prematrimoniales destinados a preparar a quienes habíamos optado por esta fórmula. A pesar de que fue algo precipitado, rápidamente me reenganché al resto del grupo. En estas reuniones, aprendí a escucharme y a conectar conmigo misma. Fue un proceso intenso que me hizo crecer personalmente. Y llegó la hora de contárselo a mis padres, hermanos y amigos, que se lo tomaron bastante bien (no me llamaron loca ni nada por el estilo). Como me apunto a un bombardeo, nadie se sorprendió.
DIARIO DE UNA NOVIA
Lo de las bodas de cuento de hadas no iba conmigo. En mi faceta como actriz, tuve un encuentro con un traje de novia y casi huyo despavorida. Tras darle algunas vueltas, finalmente me compré un vestido corto de plumeti y flores bordadas, y lo combiné con unas botas cowboy para sentirme cómoda y libre (antes muerta que emperifollada).
Pero he de admitir que no todo fue un camino de rosas. Durante el proceso, tuve algunas dudas e incluso me llegué a plantear: “¿Oye, de verdad quiero tanto compromiso?”. Hubo algunos momentos en los que traté de excusarme en la falta de tiempo –ya que tengo un hijo, y trabajo como sexóloga–, para no continuar. Pero al final decidí seguir adelante. No me iba a rajar después de habérselo dicho a todo el mundo, ¡qué vergüenza! Por fin llegó el gran día. Me levanté como un viernes más. Una vez a la semana impartía
«COMENZÓ COMO UNA BROMA ENTRE AMIGAS, PERO JURARME AMOR ETERNO ME HA HECHO CRECER PERSONALMENTE»
un taller de sexualidad para adolescentes. Estos cursillos solían durar toda la mañana, por lo que mi amiga Paula me echó una mano con los preparativos. A escasas horas de jurarme amor eterno ni siquiera tenía convite (un desastre). Mi móvil no paraba de vibrar con cientos de whatsapps, tanto de May como del resto de mis compañeras de boda, que estaban ansiosas. A la vuelta, pasé con el coche al lado de un jardín con calas, cogí varias prestadas y me preparé un ramo (como veis, todo superorganizado). Ya con mi look de novia y un
«ME QUEDÉ EN BLANCO CON LA IGLESIA LLENA Y LA PRESENCIA DE VARIAS CÁMARAS DE TELEVISIÓN»
maquillaje improvisado a cargo de mi amiga Esther, fui andando hasta el lugar del enlace, una antigua parroquia reconvertida en centro cultural. Antes de empezar, las futuras esposas salimos a la calle con flyers para explicar a todos lo que estábamos haciendo. Me acerqué a una joven que me estaba mirando: “¿Te apetece casarte?”, le propuse, y tras dos minutos de charla le regalé parte de mi ramo y entramos en el recinto. Recuerdo los nervios que sentí cuando la concejala comenzó su discurso. Me giré y vi a mis amigos, a los acompañantes del resto de novias y a varias cámaras de televisión sobre mi cabeza (parecía una celebrity rodeada de paparazzi).
MI MOMENTO
Y llegó mi turno… Subí al atril, pero los nervios se apoderaron de mí. “Me he quedado en blanco”, balbuceé. Me tomé unos segundos, respiré hondo y comencé a pronunciar mis votos: “No voy a intentar sentirme perfecta. Voy a pasar de las exigencias. Tampoco quiero comprometerme a cumplir algo todos los días, sino a tratarme con respeto y cuidarme, sabiendo que no soy perfecta y que muchas veces me voy a fallar”, añadí. En plena cuenta atrás, mi amigo Rafa –que es monologuista– me comunicó que no podía acudir porque le había surgido una actuación de última hora. Me quedé un poco chafada, pero al cabo de un rato volvió a llamarme para decirme que me invitaba (a mí y a todo mi séquito) a un festival de gastronomía para celebrar el banquete. Comimos de lujo y encima gratis. “¡No me puedo creer que en mi boda haya ostras!”, grité. Para poner el broche de oro descorchamos dos botellas de champán y nos fuimos a bailar por el casco viejo. Pasé una noche mágica que terminó a altas horas de la madrugada. Ya podía decirlo alto y claro: “¡Estoy casada conmigo misma!”».