IDENTIFICA TU HERENCIA EMOCIONAL.
¿ No puedes controlar tu tendencia a llorar por todo? ¿ Eres una vergonzosa patológica? Atrévete a sumergirte en el origen de tu afectividad y descubre si la respuesta a estas preguntas está en una variación genética.
La genética puede ser la causa de algunas respuestas.
Imagina una tarde cualquiera. Quedas con unas amigas y, al salir del metro, os encontráis con un perro perdido. Seguro que alguna correría a acariciarlo y se lo querría llevar inmediatamente a casa. Otra se enfadaría y empezaría a arremeter contra los (irresponsables) dueños y el abandono animal. Tú, tal vez, sintieras cierta lástima, pero pensarías que si llegas a ir sola no te habrías dado ni cuenta. Cada una notaría algo diferente y, probablemente, todas creeríais que es algo natural, que lleváis dentro porque sí. Sin embargo, una corriente actual de investigación pone esta idea contra las cuerdas y nos reta a ir un paso más allá.
DIFERENTE DEL ADN
«Las emociones que somos capaces de sentir y las que no, las que escondemos o las que expresamos forman parte de todo un legado invisible», afirma Ramon Riera, psiquiatra y autor de La herencia emocional (ed. Planeta). Ese peculiar patrimonio, como el color de pelo o de los ojos que no elegimos, es determinante a la hora de sentir rechazo, atracción, indiferencia, vergüenza o temor hacia algo. Al contrario que los rasgos físicos, esto no forma estrictamente parte de nuestro ADN, «sino que procede de lo que absorbemos de nuestros padres desde la cuna», explica el experto, que actualmente también trabaja como psicoterapeuta. Pero el principio de esa herencia inmaterial no se queda ahí. Si esa misma mascota abandonada que mencionábamos al principio se la encuentra un grupo de chicas de Burundi o Malawi –dos de los países más pobres del mundo–, la escena podría ser bien distinta: jugarían con ella o, quizá, pasarían de largo, pero es más que probable que ninguna mirara con pena a ese animal. «Para que tu huella emocional sea como es, no sólo importa de qué cosas te has empapado en casa, sino también las que han influido en la situación social, cultural, económica… Por eso, en otros momentos o lugares los valores cambian tanto e incluso son opuestos a los nuestros», aclara Riera. Eso explicaría que, en los países menos desarrollados, ver a un animal deambulando y famélico por la calle no sea significativo. El psicoterapeuta lo ilustra con un episodio bíblico: «Si hoy leemos que un padre mata a su hijo nos provoca horror. Pero durante siglos la historia de Abraham, que estaba dispuesto a sacrificar a su primogénito por mandato de Dios, levantó admiración porque mostraba una fe envidiable».
EL PESO DE LA HISTORIA
En su libro, Ramon Riera reflexiona sobre cómo las condiciones de vida han modificado nuestras emociones. El psiquiatra sostiene que en las sociedades antiguas prevalecía la conducta de obediencia, mientras que a partir de la Revolución Industrial, cuando ya no se necesita la protección de un señor feudal o de la Iglesia para sobrevivir, empieza a ganar peso el valor de la libertad. A partir de la Segunda Guerra Mundial volvimos a vivir un cambio y el bienestar emocional comenzó a tenerse en cuenta. «Se debe a que dejamos de inquietarnos por la seguridad física; cuando no te preocupa el hambre o morir en una
Tu sentimientos no sólo están marcados por tu familia, sino también por la época histórica y el país en el que te has criado
guerra, afloran sentimientos más profundos», señala. ¿Y actualmente? En opinión del psiquiatra, es el momento de la autenticidad. Admiramos más que nunca a quien es espontáneo, diferente o que se siente realizado con su trabajo. Estos conceptos que los sociólogos consideran el eje de la generación millennial les sonaban ajenos a nuestros abuelos, que valoraban otros como la estabilidad, la sensación de seguridad y la disciplina. Elena Carrera, cofundadora del Centro para la Historia de las Emociones de Queen Mary (Universidad de Londres), prefiere hablar de imitación más que de herencia. Ella subraya que siempre hay modelos que nos ayudan a asumir ciertos sentimientos, como la compasión o la valentía: «Incluso se puede fomentar la tristeza, la alegría o el odio». Así pues, en el mundo de las emociones intervienen muchos factores: lo que nos transmiten nuestros padres sólo con sus actitudes, la situación económica y cultural y lo que aprendemos de los otros. ¡Menudo follón!
TRAUMAS ‘ANTEPASADOS’
Existe otra corriente dentro de esta investigación que defiende la memoria de las emociones. Sumamos otro elemento a tener en cuenta para entender cómo sentimos o pensamos. «Se ha estudiado con los supervivientes del Holocausto y con los antiguos prisioneros de campos de concentración. Estos habitualmente ocultaban a su familia las experiencias traumáticas que habían sufrido. Sin embargo, se ha visto que sus hijos y nietos captaron de algún modo las secuelas de ese pasado y lo tradujeron en angustia, bloqueo, soledad… –explica Ramon Riera que, sin embargo, matiza sus palabras–. Esta teoría se sostiene sobre una base científica, pero a partir de ella han surgido formas de abordarla que no lo son tanto». Es el caso de las constelaciones familiares, un supuesto tratamiento psicológico que creó el teólogo alemán Bert Hellinger en los años noventa. Consideradas
La herencia emocional, como el color del pelo o los ojos, no se elige, y es determinante a la hora de sentir rechazo, atracción o temor hacia algo
por psicólogos y psiquiatras como una pseudoterapia, propugnan que las familias comparten un campo energético donde, tras un shock o trauma, pueden surgir distorsiones que saltarán sin piedad de una a otra generación. Es su manera de explicar enfermedades como la depresión o la ansiedad. El método para tratar esos problemas se traduce en sesiones bastante teatrales (con interpretación de roles e intentos de regresión a un pasado que ni se ha vivido) que son de dudosa eficacia.
BURLAR NUESTROS GENES
Existe una parte del carácter o más bien de nuestra forma de sentir que sí que va escrito en nuestro ADN. La próxima vez que llores en el cine puedes culpar al gen ADRA2b. Quienes presentan esta variante genética –que provoca una mayor activación de ciertas zonas del cerebro- suelen ser personas hipersensibles, es decir, propensas a vivir todo con una gran intensidad. Para bien y para mal. También parece que la predisposición a la depresión puede venir con nosotros desde que nacemos. Al menos es una línea que llevan décadas abordando los científicos. «Es un área complicada que aún requiere de ciencia dura para que quede demostrada», advierte el catedrático de genética Manel Esteller, director del
Instituto de Investigación contra la Leucemia Josep Carreras. «Existen datos que asocian niveles hormonales y de neurotransmisores con ciertos comportamientos.
Si se demostrara claramente que esos agentes alcanzan a las células de reproducción, se llegaría a determinar que dichos trastornos pueden ser heredados de padres a hijos», explica. Por el momento, como destaca Esteller, no existen evidencias concluyentes, aunque varias investigaciones realizadas sobre gemelos hacen intuir que la tendencia a la depresión sí se hereda de una generación a la siguiente. Si asumimos esto, la pregunta que surge es evidente: ¿se puede evitar esta patología que causa tanto sufrimiento y bajas laborales? Un reciente estudio de la Universidad de Harvard, publicado en la revista Depression and Anxiety (una de las más destacadas dentro del mundo de la investigación), arroja datos muy interesantes sobre cómo burlar nuestros genes y con ellos esa herencia que no nos interesa conservar. El informe concluye que practicar tres horas de deporte a la semana –ya sea correr, hacer yoga o caminar a buen ritmo– reduce notablemente el riesgo de caer en una depresión. Ojo: incluso entre quienes tenían antecedentes familiares. Otra virtud de la práctica de ejercicio que ni te imaginabas y sin duda deberías anotar.
La próxima vez que llores en el cine, échale la culpa al ADRA2b. Quienes presentan esta variante genética son especialmente sensibles y propensos a vivir todo intensamente