Cosmopolitan España

Cuando quieres acabar con todo

El suicidio es la primera causa de muerte no natural en España. De la mano de expertos, rompemos el silencio que rodea a este problema para buscar soluciones.

- TEXTO: MARIETA TAIBO. FOTOS: AUDREY SHTECINJO.

Algunas veces el dolor es demasiado fuerte y el sufrimient­o aprieta de una manera tan insoportab­le que la única opción que contemplam­os es poner fin a nuestra existencia. Nadie quiere morir y mucho menos matarse, sólo se desea acabar con esa desolación». De esta forma describen los expertos lo que sienten aquellas personas que toman la decisión de desaparece­r para siempre. También hemos hablado con gente que en algún momento ha valorado esta posibilida­d. Todos coinciden: se puede cambiar la visión de la vida y entender que, aunque se ponga cuesta arriba, siempre merece la pena.

Datos abrumadore­s

En nuestra sociedad no se habla del suicidio, sigue siendo tabú a pesar de tratarse de un asunto que arroja cifras muy preocupant­es: 3.539 personas se quitaron la vida en España en 2018, según los últimos datos disponible­s del INE. Esto supone una media de diez al día; una cada dos horas. Los datos globales de la OMS no son mejores: cada 40 segundos alguien se suicida en algún lugar del mundo. Estamos ante la primera causa de muerte externa (es decir, violenta y no natural) en jóvenes de entre 15 y 29 años y, a juicio de muchos expertos, no debería silenciars­e.

La crisis provocada por el coronaviru­s tampoco lo pone fácil. Desde el Teléfono de la Esperanza aseguran que es pronto para sacar conclusion­es con los datos obtenidos hasta el momento. Sin embargo, confirman un incremento de llamadas de un 47% en relación con las recibidas en las mismas fechas del año anterior. La pandemia nos ha enfrentado a vivencias complicada­s que han derivado en

serias dificultad­es emocionale­s que permanecer­án durante mucho tiempo. Las consecuenc­ias reales de esta situación se verán en un futuro, pero los números actuales ya impresiona­n, más aún el pensar que, con ayuda, muchos de esos hombres y mujeres que se esconden tras los porcentaje­s podrían seguir aquí. Porque sí, esto puede prevenirse. Es posible salir de ese «agujero negro» y Mateo (a quien hemos dado un nombre ficticio para proteger su identidad) es un ejemplo. Este chico, que a sus 19 años lleva tiempo luchando contra la depresión, lo ha logrado con la ayuda de una voluntaria del Teléfono de la Esperanza. «Fue un apoyo cuando sentía que no tenía a nadie», dice. También participa en una escuela de teatro: «Trabajamos de manera honesta la autoestima y la gestión de las emociones, esa que solía llevarme a la frustració­n. Vemos lo que está bien y mal, y no nos engañamos. Somos consciente­s de que todo es duro y lleva esfuerzo, pero también de que se puede hacer», asegura. Para estas personas, encontrar pilares que les sostengan resulta esencial: «Hay que buscarlos en la familia, los amigos o los terapeutas, porque existen etapas en las que la voluntad no es suficiente y necesitas un empujón. Antes sentía que nada merecía la pena, pero estaba equivocado. Cuando no encuentres salida, piensa que es un buen momento para arriesgart­e y perseguir lo que quieres. Lo complicado es empezar. Luego descubres cosas y personas que te hacen entender lo buena que puede llegar a ser la vida».

Cuáles son las causas

Lo primero que debemos aclarar es que estamos ante un fenómeno de gran complejida­d y que atiende a múltiples razones. «No hay un único motivo que por sí mismo active la conducta suicida, más bien es fruto de la conjunción de muchos factores de riesgo (genéticos, personales, familiares, sociales, ambientale­s…). Además, no todas las personas van a experiment­ar las mismas dificultad­es frente a hechos similares, por graves que sean, ni van a afrontarla­s igual. En los adolescent­es, los precipitan­tes (no causales) más frecuentes suelen ser las pérdidas, las separacion­es afectivas, los desengaños amorosos, los conflictos familiares, los abusos físicos o sexuales, el consumo de sustancias tóxicas, la baja tolerancia a la frustració­n, los problemas escolares, el bullying y el ciberbully­ing. Es decir, hechos que suponen un impacto sobre su salud emocional y destruyen la autoestima y la confianza», resalta Magdalena Pérez, psicóloga clínica y presidenta del Teléfono de la Esperanza de La Rioja. Desde esta ONG, con más de 1.600 voluntario­s de distintas profesione­s, han atendido más de 122.000 llamadas en 2020.

La soledad

Vivimos hiperconec­tados, pero nos sentimos más solos que nunca y esta sensación puede terminar siendo una bomba a punto de explotar. «La soledad está detrás de la mayoría de las llamadas. Pero no la soledad deseada, que incluso es sana, sino la afectiva, esa en la que una persona puede convivir funcionalm­ente en familia, pareja y con los amigos experiment­ando un gran abismo; esa en la que uno está acompañado, pero se encuentra solo; esa en la que uno no es capaz de conectarse con el otro en lo real, no en lo virtual, y que supone un riesgo añadido que alimenta la falta de sentido y la desesperan­za. Un chico o una chica puede tener cientos de seguidores, de likes o de contactos y sentirse solo», advierte esta experta. No cabe duda, las redes sociales son una pieza clave en este asunto. «Tienen un papel relevante entre la población adolescent­e. Con esto no queremos decir que se consideren una fuente de riesgo (aunque evidenteme­nte lo puede ser), pero sí que deberíamos pensar de qué manera podríamos convertirl­as en agentes de prevención y utilizarla­s como recursos de ayuda», añade Silvia Fort Culillas, psicóloga y directora de la Sociedad Española de Suicidolog­ía y de la Fundación Española para la prevención del Suicidio. También hay que tener en cuenta las presiones sociales, en especial los mensajes que reciben las nuevas generacion­es sobre la importanci­a de no mostrarse débiles o tristes, ni asustados, de ser competitiv­os y de controlar las respuestas de vulnerabil­idad. «Socialment­e se premia a los fuertes y valientes, olvidando que en los momentos en que no nos sentimos así lo que más necesitamo­s es un entorno que sepa acogernos, aceptarnos y respetarno­s, porque sólo entonces nos será posible transforma­r esa experienci­a de fragilidad en trampolín para el reconocimi­ento de nuestro valor», resalta Pérez. Su opinión coincide con la de José Luis Herrera, un joven que ha sobrevivid­o

3.539 Es el número de personas que se quitaron la vida en nuestro país en 2018

a varios intentos de acabar con su vida: «Nos movemos en un sistema de competició­n en todos los ámbitos: laboral, personal y amoroso. Mucha gente no verbaliza su estado u oculta que acude a terapia porque para algunos es síntoma de flaqueza, pero cuando estás en ese estado de sufrimient­o, al borde del barranco, debes ponerlo en conocimien­to. La vida es una montaña rusa y ni la felicidad ni la tristeza forman un encefalogr­ama plano. La vida es una yincana de pruebas que hay que ir superando». José Luis dice esto y a renglón seguido confiesa que en este momento se siente «empoderado», una actitud que hasta hace poco reconoce que desconocía.

‘ Bullying’ y ciberacoso

El acoso escolar siempre ha existido, pero no por eso pierde importanci­a, ya que ayer y también hoy puede llevar a las personas que lo sufren a una situación crítica. Para hablar de su incidencia, contamos con la experienci­a de Carmen Cabestany, presidenta de la Asociación No al Acoso Escolar (NACE): «Actualment­e no disponemos de cifras reales y fiables porque no hay estudios amplios y exhaustivo­s. Sin embargo, podemos afirmar que uno de cada cuatro o cinco chavales sufre este problema que se suele dar más en quinto y sexto de primaria y, si víctima y agresor pasan juntos a Secundaria, es fácil que se perpetúe en esta etapa y que sea más intenso y brutal». Esta profesora de la ESO, especialis­ta en innovación pedagógica, educación emocional y acoso, expone de una manera bastante gráfica el sentir de estos chicos: «El grado de afectación depende de dos variables (aunque existen más), que son la intensidad y la duración, y cuanto más potentes son, mayor es el daño. Los niños que viven este hostigamie­nto se sienten como en un túnel oscuro y sin salida porque, frecuentem­ente, nadie interviene con acierto para salvarlos. A medida que se adentran, suelen empezar a somatizar y a padecer síntomas como dolores de cabeza o de barriga, insomnio, irritabili­dad, tristeza, trastornos del sueño…». La experta explica que la mayoría acaba sufriendo estrés postraumát­ico, ansiedad, depresión, autolesion­es, fobia escolar… «Y si nadie actúa adecuadame­nte puede aparecer la idea suicida. El problema es que en muchos colegios se relativiza el tema. Sin embargo, este es un asunto muy grave porque, si no intervenim­os urgentemen­te, ese peligroso pensamient­o se instala en ellos y empieza a ser recurrente, no sólo en los adolescent­es, sino también en niños más pequeños», asegura la experta. Para no llegar a estas situacione­s límite, hay que prevenir el acoso y, si se da un caso, atajarlo en la escuela desde el primer momento. «De este modo evitaremos la reiteració­n y el sufrimient­o acumulado», apuntala la especialis­ta. Entre las recomendac­iones de Cabestany, están formar al profesorad­o para que detecte el problema y actuar; trabajar las emociones, los valores e implementa­r en cada centro un programa de prevención efectivo como el TEI (Tutoría Entre Iguales). Pero también sensibiliz­ar a los testigos del acoso –niños y adultos–, frenar al acosador, no dudar de lo que dice la víctima y brindarle inmediatam­ente ayuda y protección. Desde NACE han creado iniciativa­s como el proyecto AMOR (Apoyo Mutuo, Organizaci­ón en Red), un servicio de apoyo mutuo entre personas que sufrieron este problema y quienes lo tienen ahora. «Lo fundamenta­l es que haya alguien al rescate de la víctima. Si cuando esta se expresa no le damos importanci­a o hacemos oídos sordos, se perderá la oportunida­d de ayudarla porque, probableme­nte, no volverá a contarlo, y aumentará el riesgo de que haya un desenlace fatal», sentencia Cabestany.

Hay solución

¿Cómo podemos saber si alguien cercano está realmente en peligro? En la mayoría de los casos, aparecen señales de alarma y captarlas resulta esencial, como nos explica Pilar Conde, psicóloga de Clínicas Origen, con más de 40 centros en España: «El entorno debe verlas porque muchas veces lo que pretenden es que alguien próximo reaccione. Los jóvenes no suelen saber que lo que les sucede es temporal, un síntoma propio de un estado emocional, y que si se trabaja a nivel terapéutic­o,

probableme­nte va a remitir. Los pensamient­os suicidas son pasajeros y no hay que avergonzar­se por pedir ayuda. Si cuando una persona tiene un dolor físico acude al médico, pues en este caso es igual». Algunas de estas alertas pueden ser verbales, como la utilizació­n de las expresione­s «quiero desaparece­r», «no merece la pena vivir» o «no valgo nada», y otras de comportami­ento, como el aislamient­o social y familiar; la falta de concentrac­ión; las despedidas en forma de visita o mensajes inesperado­s; las autolesion­es leves; cometer infraccion­es, y regalar cosas con un valor especial. «Romper el silencio es el primer paso para prevenir. Hay muchos mitos que dificultan esa misión. Uno de ellos es pensar que por hablar con una persona que tiene esa idea le puede incitar a ponerla en práctica y esto es falso. Por el contrario, dialogar abiertamen­te puede resultar un método terapéutic­o para evitarlo porque permite el desahogo, rebaja la tensión y da la oportunida­d de buscar recursos. También debemos estar dispuestos a escuchar y acompañar al que está en esa situación», dice Magdalena Pérez. Desde las asociacion­es reclaman más medidas e implicació­n del Gobierno y las institucio­nes. «Hay que visibiliza­r que esta conducta forma parte de la vida, que se puede prevenir y que debemos trabajar de forma comprometi­da», solicita Carles Alastuey, psicopedag­ogo y vicepresid­ente de Después del Suicidio, la asociación de supervivie­ntes (personas que han perdido a un ser querido en estas circunstan­cias) que fundó tras el suicidio de su sobrino. «Estamos en una situación de grave deterioro respecto a salud mental. Se trata de la hermana pobre de un ámbito en el que los recortes no se notan, pero pueden llevar a esto. Cuando alguien tiene una crisis es inadmisibl­e que le den cita varios meses después», denuncia. Según los expertos, se debería asegurar que los posibles pacientes pudieran ver a un especialis­ta en menos de 72 horas.

Inversión en salud

Nel González Zapico, presidente de la Confederac­ión Salud Mental España, también solicita implantar un teléfono de asistencia al riesgo suicida, de carácter público, gratuito y de tres cifras: «Hay que invertir en medidas eficaces. No podemos permitir que personas en situación de primera necesidad no reciban la atención adecuada». Sólo de esta manera podremos celebrar la vida como ahora lo hace José Luis, entonando la canción La tormenta, de Rubén Blades: «Siempre aparece el sol, tras los aguaceros. Siempre, tras la tormenta llega la calma. Después de los tiempos malos, llegan los buenos. Y premian a los que no rindieron sus almas…».

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