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Mi novio es un santo

AUNQUE LO IDEAL EN UNA RELACIîN ES QUE LAS DOS PARTES TENGAN EL MISMO PODER, NO SIEMPRE OCURRE ASê. LA PROTAGONIS­TA DE ESTA HISTORIA RECONOCE QUE SU CHICO HACE SIEMPRE LO QUE ELLA MANDA. ÀLO MEJOR? A ƒL NO LE IMPORTA EN ABSOLUTO.

- TEXTO: SOFÍA OLAVE. FOTO: BETH STUDENBERG.

«NO VOY A MENTIR: ME ENCANTA LLEVAR LAS RIENDAS DE MI VIDA Y RECONOZCO QUE TAMBIÉN LAS DE LOS DEMÁS»

He oído a mis amigas decir miles de veces eso de «a mí me gustan los chicos difíciles», y, para ser sincera, nunca he entendido por qué. Tengo 28 años y toda mi vida he estado con tíos conflictiv­os, con los que me peleaba día y noche hasta que la relación terminaba. Pero, al contrario de lo que pueda parecer, el detonante de la ruptura no era una infidelida­d, ni falta de entendimie­nto, ni siquiera su inmadurez. Lo que pasaba es que yo, una controlado­ra nata, al ver que no podía dominarlos me llenaba de rabia y les dejaba. Sí, me gusta llevar las riendas de mi vida, y reconozco que también de la de los demás. Sin duda hay gente que ha nacido para mandar y otra para ser mandada... y yo soy de las primeras.

Y ENTONCES LLEGÓ ÉL

Cuando una amiga en común me presentó a Manolo, recuerdo que él mismo me advirtió que acababa de salir de una relación larga y era uno de esos tipos que jamás tendrían otra novia. En ese momento me pareció un idiota. ¿Qué le hacía pensar que yo tenía el más mínimo interés en él? Pero como a mí hay pocas cosas que me gusten más que un reto, me puse manos a la obra con la certeza de que iba a ganar esa especie de competició­n. Dicho y hecho: una semana más tarde ya me había enrollado con él y, aunque pensaba que la cosa no iría más allá de un par de citas, acabé hasta las trancas. Y eso me fastidiaba. pillada

UN TIPO DURO

Cuando empezamos, hace ya más de tres años, él era como los otros chicos con los que había salido: ignoraba mis llamadas, me decía que lo nuestro era sólo un rollo y pasaba de mí en cuanto podía. Vamos, que durante los primeros meses, no le dominé en absoluto. Por eso decidí darle un ultimátum. Y lo hice aunque estaba convencida de que se esfumaría de mi vida… ¡Menudo error! Mis exigencias surtieron efecto y Manolo me dijo que no quería perderme y que estaba dispuesto a cambiar para que le diera otra oportunida­d. Misión cumplida.

LA TRANSFORMA­CIÓN

Con mucha persistenc­ia por mi parte, poco a poco comenzó a pasar más tiempo en mi casa, a salir menos con sus amigos y a preguntarm­e con frecuencia mi opinión sobre asuntos tan banales como qué pasta de dientes comprar. No voy a mentir, sentir que era yo quien organizaba todo me llenaba de satisfacci­ón. Él siempre había asegurado que no quería renunciar a su independen­cia y que prefería esperar un tiempo antes de irnos a vivir juntos, pero yo di un golpe en la mesa y le dije que teníamos que buscar una casa para los dos ya, porque no tenía ningún sentido pagar dos alquileres. No hizo falta más. Manolo pasó de ser un soltero –y fiestero– empedernid­o a convertirs­e en el ser más tranquilo del planeta. ¡Otra persona! Y así sigue. Él siempre me repite lo feliz que se siente de haber encontrado la estabilida­d conmigo. Aunque también es posible que no se atreva a decir lo contrario. No es que le tenga coartada su libertad o que no le deje opinar, pero a él no le gustan los conflictos

y prefiere darme siempre la razón. Como a mí me gusta. Cuando digo que mi novio es un santo no exagero. Yo tengo un temperamen­to muy fuerte y me considero una mujer estricta y metódica en cuanto al orden de la casa se refiere, y él es todo lo contrario. Un cojín mal puesto o un vaso sin fregar pueden sacarme de mis casillas y es él quien recibe los gritos. Y como cada vez que coge un plato del armario rompe tres, ya os podéis imaginar cómo me pongo. Además, suelo aprovechar estas situacione­s para que me trate aún mejor. A veces me siento culpable, porque sé que está dispuesto a hacer lo que sea para que yo esté contenta y desde fuera puede parecer injusto. Mi familia me lo ha llegado a comentar, ya que en alguna ocasión he contado anécdotas o aireado ciertas respuestas suyas que a mí me parecen muy graciosas, pero que, según ellos, no lo son. Como aquella vez en la cena de cumpleaños de mi madre, que se me ocurrió relatar el día en que Manolo se pasó con el vino y casi acaba en la comisaría; o cuando se fue a bajar del metro y las puertas le pillaron la cabeza; o aquella vez que se le ocurrió poner la lavadora y se cargó la colada. Yo lo llamo reírse de uno mismo, pero ellos dicen que es humillar con sarna.

EN PAZ Y ARMONÍA

Aun así Manolo tampoco es un ángel caído del cielo y hay momentos en los que yo tengo que ceder, o la lía parda y necesita que yo acuda al rescate como si fuese su madre para poner orden. Además, la base de toda relación sana es el entendimie­nto, ¿no? Él sabe y acepta que yo necesito llevar el control, y yo sé a ciencia cierta que él requiere tener a alguien a su lado que le evite tomar decisiones. Así que creo que nos compenetra­mos bien y cada uno le proporcion­a al otro lo que necesita. Mi padre dice que cualquier día me va a dejar porque soy demasiado mandona pero, ¿dónde va a encontrar a otra como yo? Tengo claro que esta relación es la definitiva. La tranquilid­ad que he conseguido con él no la había tenido antes. Claro que si él me pide que rebaje mi nivel de exigencias lo hago, pero por ahora nos queremos tal y como somos… y yo soy la jefa».

«ÉL HUYE DE LOS CONFLICTOS, ASÍ QUE PREFIERE DARME SIEMPRE LA RAZÓN. COMO A MÍ ME GUSTA»

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