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LA BICI ME CAMBIÓ LA VIDA.

PEDALEAR ES LA MEJOR OPCIÓN PARA RELAJARSE, CUIDAR EL PLANETA... ¡Y LIBRARSE DE LA CELULITIS! TRES LECTORAS NOS CUENTAN SU AMOR POR LAS DOS RUEDAS.

- TEXTO: ROSA ALVARES. FOTO: CHRISTIAN BLANCHARD.

Tres lectoras nos cuentan sus ventajas.

Hay placeres sencillos que no cuestan tanto como el último bolso de Miu Miu o unas vacaciones en un hotel de cinco estrellas y que nos proporcion­an una enorme felicidad. Montar en bici es uno de ellos. Porque pedalear resulta divertido, barato, liberador y benefcioso para el cuerpo y la mente, así como para la salud del planeta. «Se suele decir que tiene el poder de cambiar el mundo, y no me cabe la menor duda», escribe Anna Brones en su libro No sin mi bici. Una guía para vivir sobre dos ruedas (ed. Geoplaneta). «¿Por qué? Porque son simples. Porque aprender a montar es fácil. Porque hay en todas partes. Y, sobre todo, porque nos hacen sonreír, nos hacen sentir bien y, cuando eso ocurre, queremos repetir una y otra vez».

UNA SANA ADICCIÓN

En efecto, pedalear se convierte en una sanísima adicción: si nos enseñaron de niñas, nunca se nos olvidará quién sujetaba el sillín para que mantuviéra­mos el equilibrio, cómo nos dolieron las primeras caídas y la inmensa sensación de libertad que experiment­amos. Con o sin ruedines. Y siempre estaremos a tiempo de sumarnos a la revolución sobre dos ruedas. Empecemos por lo que provoca en nuestro bienestar físico. Según un estudio de la Universida­d de Glasgow, publicado en 2017, ir a trabajar en este medio de transporte reduce en un 41% el riesgo de muerte prematura; en un 45% el de desarrolla­r cáncer, y en un 46% el de padecer una enfermedad cardiovasc­ular. Además, convertirt­e en una biker tonifca las piernas, mantiene a raya la piel de naranja, te permite alcanzar el peso ideal, mantenerlo… ¡y hasta comerte unas tortitas con nata sin sentirte culpable! Pero las bondades del van más allá de la apariencia exterior, tal como recuerda Anna Brones: «La bici ayuda a relajar la dinámica diaria, disfrutar del entorno, ver la belleza en lo cotidiano, gozar de los paseos con los amigos, sentir el viento en la cara… Las bicicletas sientan bien y, en este ritmo apresurado y febril, las necesitamo­s». Nuestro planeta, también. Porque, si más personas dejaran aparcados sus coches y motos e hicieran de los pedales sus best friends forever, las emisiones de dióxido de carbono se reducirían considerab­lemente. En Copenhague, por ejemplo, el tráfco sobre dos ruedas evita la emisión anual de 90.000 toneladas de CO2 al año; mientras que, si en Estados biking Unidos cada habitante recorriese 2,2 kilómetros en bici a la semana, en vez de hacerlo en coche, se consumiría­n 7.500 millones menos de litros de gasolina al año. ¡La de dinero que se ahorraría para dedicarlo a cosas mejores!

ALIADA DEL FEMINISMO

Podríamos agarrarnos al manillar y hablar de la revolución bike hasta el infnito. Desde su invención, las bicicletas han estado unidas a las causas femeninas, como escribe Brones: «De hecho, en el siglo XIX y comienzos del XX, los velocípedo­s posibilita­ron que las mujeres salieran de casa, se desplazara­n y socializar­an por sí mismas». También propiciaro­n un cambio en las defnicione­s de la feminidad, ¡outfts incluidos! Desde luego, una aliada tan fel no puede mantenerse muy lejos de nuestra vida, porque cuanto más pedaleemos, más lejos llegaremos… Tres lectoras nos cuentan a continuaci­ón su historia de amor con la bicicleta.

AYUDA A VER LA BELLEZA DE LO COTIDIANO EN EL XIX, FACILITÓ QUE LAS MUJERES SALIERAN

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