Mittendrin im Drama
Carles Puigdemont ist in Deutschland festgenommen worden. Ausgerechnet in Deutschland. Da fährt der per Europäischem Haftbefehl gesuchte Separatistenführer und Ex-Regierungschef Kataloniens unbehelligt durch die EU-Länder Schweden und Dänemark, bloß um an einer Autobahn-Raststätte in Schleswig-Holstein gestoppt zu werden? Wenn sich Puigdemont nicht mal hat festnehmen lassen. Es war schon immer sein Bestreben, den Katalonien-Konflikt auf die europäische Ebene zu heben. Das hat er geschafft. Deutschland, einer der wichtigsten EU-Staaten, steckt plötzlich mittendrin in diesem spanischen Polit-Drama.
Das Oberlandesgericht in Schleswig, davon kann man getrost ausgehen, wird sehr genau prüfen, ob oder unter welchen Bedingungen eine Auslieferung des Katalanen erfolgt. Auf dem Prüfstand steht dabei der Oberste Gerichtshof in Madrid vor allem mit dem Anklagepunkt der Rebellion. Selbst spanische Juristen halten den Vorwurf für mehr als fragwürdig. Rebellion als Straftatbestand setzt die Anwendung von oder den Aufruf zur Gewalt voraus. Beides trifft auf Puigdemont nicht zu. Gewalt ging vielmehr von spanischen Polizisten aus am 1. Oktober, dem Referendumstag.
Kommt Schleswig ebenfalls zu dem Schluss, dass der Vorwurf der Rebellion nicht haltbar ist, wäre das eine Ohrfeige für den Obersten Gerichtshof und die Regierung in Madrid. Es käme einer Bestätigung gleich, dass es sich im Vorgehen gegen die Separatisten um eine politische Justiz handelt. Was nicht von der Hand zu weisen ist. Wenn der zuständige Richter Pablo Llarena das Agieren Puigdemonts mit dem Militärputsch vom 23. Februar 1981 vergleicht, dann ist das keine juristische Feststellung, sondern ein politisches Statement. Abgesehen davon, dass der Vergleich hinkt. Es besteht schon ein gewaltiger Unterschied darin, ob ein Parlament mit Waffengewalt besetzt wird und Panzer durch die Straßen rollen oder ob man Millionen von Katalanen für die Unabhängigkeit votieren lässt.
Zudem erstaunt, wie rasch und zügig die Justiz in Spanien gegen den Separatismus in Katalonien vorzugehen vermag. Während es beispielsweise in dem großen „Gürtel“-Korruptionsfall auch nach zehn Jahren noch kein Urteil gibt – und maßgeblich Beschuldigte frei herumlaufen. Verhältnismäßigkeit sieht anders aus. Wie auch immer: Schleswig könnte Madrid jetzt bloßstellen. Sollte Puigdemont so kalkuliert haben, was ihm zuzutrauen ist, wäre das ein genialer Schachzug. Thomas Liebelt Carles Puigdemont fue detenido en Alemania. Precisamente en Alemania. Así que, recapitulemos: el líder del separatismo y ex presidente de Cataluña, buscado mediante una orden europea de detención, viaja tranquilamente por los países de la UE Suecia y Dinamarca, ¿para luego ser detenido en un área de una autovía en el estado federado de SchleswigHolstein? A ver si, al final, es que Puigdemont ha dejado que le detengan. Siempre estuvo muy empeñado en aupar el conflicto catalán a nivel europeo. Eso ya lo ha conseguido. De repente, Alemania, uno de los estados más importantes de la UE, se ve envuelta de lleno en este drama político español. El Tribunal Superior de Justicia de Schleswig, eso se puede dar por hecho, examinará detalladamente si debe proceder a la extradición del catalán y bajo qué condiciones. En ello, es el Tribunal Supremo en Madrid, el que está en el punto de mira, ante todo en lo que al cargo por rebelión se refiere. Incluso muchos juristas españoles dudan de que tal delito pueda ser justificado, ya que requiere el haber ejercido o llamado previamente a la violencia. Ambas cosas no son sostenibles en el caso Puigdemont. La violencia la ejercieron policías españoles el 1 de octubre, el día del Referéndum. En caso de que la justicia en Schleswig llegase a la misma conclusión, de que no es sostenible el cargo por rebelión, se trataría de una fuerte bofetada para el Supremo y el gobierno de Madrid. Sería prácticamente la confirmación de que es en realidad la justicia política la que persigue a los separatistas. Cosa difícil de negar, porque el comparar la actuación de Puigdemont con el golpe de estado militar del 23 de febrero de 1981, como lo hizo el juez responsable del caso, Pablo Llarena, no fue una constatación jurídica, sino una declaración política. Aparte de que la comparación cojea, y mucho. Hay una gran diferencia entre ocupar un parlamento a mano armada con los tanques rondando por las calles y dejar que millones de catalanes voten por la independencia. Además, sorprende la gran rapidez con la que la justicia española es capaz de actuar contra el separatismo catalán, cuando, por ejemplo, en el gran escándalo de corrupción de la "Gürtel" lleva diez años sin haber pronunciado una sola sentencia, y todos los acusados siguen en libertad. Eso no es guardar la proporcionalidad. Sea como sea, Schleswig podría poner a Madrid en evidencia. Si realmente era eso lo que andaba buscando Puigdemont, y cabe dentro de lo posible, sería una jugada genial.