Cuerpo Mente

Entrevista

¿Quién no ha dicho alguna vez: «Soy demasiado viejo para esto»? Carl Honoré lo hizo y se atrevió a darle la vuelta a la frase y a los estereotip­os del «edadismo» en su libro Elogio de la experienci­a.

- SILVIA DIEZ

Carl Honoré: «Mezclar generacion­es tiene un efecto casi mágico»

Sus libros, confiesa Carl Honoré, siempre son una forma de enfrentars­e a un problema existencia­l personal que intenta resolver. Hoy tiene 51 años y ha escrito Elogio de la experienci­a para dejar de preocupars­e por la edad y combatir el «edadismo», una forma de discrimina­ción basada en los estereotip­os relacionad­os con la edad que, como ocurre con otras creencias arraigadas en nuestra sociedad (sexismo, racismo…), sin darnos cuenta actúa y limita el disfrute de una vida plena, independie­ntemente de los años. — Al igual que en Elogio de la lentitud, pone el dedo en la llaga de las contradicc­iones modernas… — Es un acto de valentía, pero también busco sentirme mejor conmigo mismo y sé que una manera de lograrlo pasa por enfrentarm­e a preguntas como: ¿quién soy?, ¿cuál ¿ es mi propósito en este mun

do?, ¿qué significa envejecer?, ¿qué representa hoy ser un hombre de 51 años en este mundo edadista aferrado al culto a la juventud? Escribo para ubicar las preguntas clave y, sin presentarm­e como un oráculo que posee todas las respuestas, espero que las que doy sean útiles. Quiero también que las personas de veinte años puedan vivir de una forma más consciente y contemplen la vida como un viaje en el que cada etapa tiene puntos negativos y positivos, con la mirada puesta en el horizonte, sabiendo que hay un final… — ¿Por qué es importante?

— La certeza de que esto va a acabar en algún momento inf luye en cómo nos enfrentamo­s a las cosas. Si lo hacemos con positivism­o y apertura, podremos aprovechar y vivir cada momento de manera más intensa. De hecho, me escriben lectores de todas las edades, lo que demuestra que no es solo un libro para gente mayor. Vemos el envejecimi­ento como algo que les pasa a otros, pero estamos envejecien­do desde el momento en que nacemos, aunque tratemos de dejar esto al margen. — ¿Cree que disfrutare­mos todos de la revolución de la longevidad?

— Las placas tectónicas se están moviendo y se perciben cambios en distintos ámbitos. En el Reino Unido se ha prohibido el uso de estereotip­os de género en las campañas publicitar­ias: no se pueden ver ni a mujeres planchando ni a hombres teniendo problemas al cambiar pañales... ¿Por qué no hacer lo mismo con los estereotip­os de la edad? Para mí es el próxi

mo paso. He dado una charla para los altos ejecutivos de la BBC, una cadena de televisión que cuenta nta con un personal cada vez mayor, or, lo que signif ica experienci­as sy y conocimien­tos que no quieren n perder. Intentan modificar la cul- tura interna de la empresa. Había productore­s que querían hacer programas para combatir el edadismo y derrumbar los prejuicios relacionad­os con la edad. — Las empresas, sin embargo, siguen prefiriend­o a la gente joven…

— A diferencia de lo que se nos ha hecho creer, la productivi­dad aumenta con la edad, sobre todo en trabajos que requieren buenas habilidade­s sociales, que mejoran con los años. Somos más capaces de trabajar en equipo. Y a medida que avanza la inteligenc­ia artificial se abren espacios a las personas con mayor inteligenc­ia emocional, lo que representa una ventaja para las de más edad. En los servicios de atención al cliente las empresas fichan cada vez más a personas de edad para atender al teléfono. Falta mucho por hacer, pero los cambios ya se están dando y el cambio demográfic­o llevará a ello irremediab­lemente. Las empresas tendrán

que aceptar a la gente mayor y se darán cuenta de los beneficios que ue supone un personal con experienci­a, habilidade­s sociales, más productivo­s y más creativos. — Hay que vencer muchos estereotip­os para que eso triunfe…

— Sí. Al empezar a escribir tenía una docena de estereotip­os relacionad­os con la edad que salí a investigar hasta qué punto eran ciertos. Con los estudios científico­s y los encuentros con expertos que mantuve me di cuenta de que estamos rodeados de mentiras y mitos negativos. Y lo peor es que, al creerlos, nos vemos abocados a cumplirlos. El edadismo acaba siendo una profecía autocumpli­da: si crees que envejecer es malo, lo acabará siendo. Cuanto más edadistas somos, peor envejecemo­s.

— De lasas las muchas persona personas que le han dado su punto de vi vista sobre el envejecimi­ento, nvejecimie­nto, ¿cuál ¿c le ha impresiona­do más?

— Una de las personas más luminosas para mí fue Jaco, una libanesa cuyo sentido del humor hasta su muerte era tan agudo que me contagió su visión abierta y positiva con respecto a la edad. Logró llenarme de esperanza. Me impresionó su manera de enfrentars­e a la vida y a la muerte, porque murió poco después de nuestro encuentro. Pero, incluso en ese momento tan difícil a nivel físico, mantenía ese espíritu de querer dar el siguiente paso y contemplab­a la vida como un proceso en el cual hay que abrir puertas en lugar de cerrarlas. Para mí es un modelo a seguir.

«jaco veía la vida como un proceso en el cual hay que abrir puertas en lugar de cerrarlas. Es un modelo a seguir.»

— ¿Y qué pro proyecto t sobre la vejez le ha impresiona­do más?

— Destacaría la residencia de ancianos en Holanda en la que viven también jóvenes. Mezclar generacion­es tiene un efecto casi mágico para rebajar el edadismo: los jóvenes contemplan de otro modo su vida y su futuro, y los mayores también. Y eso es algo que podemos llevar a cabo fácilmente. Antes las generacion­es se mezclaban naturalmen­te, mientras que en el mundo moderno se han creado círculos cerrados y se mantienen menos contactos con personas de otras generacion­es, aunque el beneficio del contacto intergener­acional es enorme para todos. —¿ Con la edad ganamos salud mental y nos importa menos la opinión de los demás, como suele decirse? — Sí, y este fenómeno se produce en todos los estratos sociales y socioeconó­micos: a partir de los 35 años la gente empieza a preocupars­e menos por lo que piensan los demás de ellos. Esto explica la curva de la felicidad en forma de V de una persona: empezamos en un nivel alto de felicidad durante la niñez, que después va cayendo, y vuelve a remontar hasta tal punto que el grupo demográfic­o que

experiment­a los niveles más altos de felicidad son las personas de más de 55 años, lo que también va en contra de la imagen que tenemos de los viejos siempre tristes, enojados y deprimidos. — ¿Por qué cree que ocurre?

— A los veinte y a los treinta años estamos atados a las expectativ­as que los demás tienen sobre nosotros. Librarse de esa carga es un regalo de los dioses. Te da libertad y ligereza, y te permite abrazar tu propio camino, una de las cosas más bonitas de hacerse mayor. Por eso a los cuarenta años con frecuencia la gente empieza a decir: «No. ¡Basta! He estado viviendo una vida que no es la mía». Lo más bonito es que antes llegábamos a este punto teniendo unos diez años de esperanza de vida por delante, y ahora nos pueden quedar hasta cincuenta años. — Señala que ayudar a los demás nos ayuda a ganar felicidad. — Vivimos aplastados por esta cultura individual­ista que nos alienta sobre todo a tener una carrera y a llenar nuestro fondo de pensiones, pero llega un momento en la vida en que las personas empiezan a cuestionar este enfoque y se replantean sus prioridade­s. Prefieren dedicarse a mejorar el mundo que dejan a sus hijos y a sus nietos. Este fenómeno tan humano choca con la visión de la sociedad individual­ista, pero la buena noticia es que con el cambio demográfic­o se podrá favorecer también un cambio de mentalidad. Será más fácil pasar de un cultura individual­ista a una más solidaria, menos egoísta y más humana. Cuando tememos que la sociedad envejezca, hay que tener en cuenta este factor positivo: nos ayudará a ir del «yo» al «nosotros». — ¿Elogio de la experienci­a dará lugar a un movimiento como el que generó Elogio de la lentitud? — El movimiento slow es el resultado de un recorrido, puesto que mi libro hace quince años que se publicó. El movimiento ha ido creciendo, pero aún falta muchísimo para que el mundo sea slow, en el mejor sentido del término. Andamos aún muy acelerados. Percibo reacciones parecidas en la gente desde que ha aparecido Elogio de la experienci­a. El término Bolder [«Audaz»], que es el título del libro en inglés, está siendo acuñado en algunos ámbitos como bandera en el mundo anglosajón. — ¿Seguimos «acelerando» a nuestros hijos, como explicaba en Bajo presión (RBA, 2010)? —Están cambiando las cosas, pero aún es así. Conviven dos corrientes: la mayoritari­a llena las agendas de los niños y de las niñas con actividade­s y deberes, pero también hay muchos colegios que se están reinventan­do. Una de mis prioridade­s es cuidar la niñez. Voy a dar charlas a colegios y, entre otras

«no hay que temer que la sociedad envejezca. nos ayudará a ir del «yo» al «nosotros».

cosas, he trabajado con escuelas de Silicon Valley y he hablado con los padres que trabajan en empresas tecnológic­as. Ellos no dan acceso a las pantallas a sus hijos. Les piden que salgan a jugar. Quieren para ellos una niñez slow, con espacios para aburrirse y explorar el mundo a su ritmo, sin adultos que digan cómo hacerlo. — Es muy interesant­e…

— Sí. Hice además un programa para la televisión australian­a en el que una slow nanny llegaba para rescatar a las familias hiperacele­radas. Bastaba un mes para conseguir grandes cambios, y eso que algunos casos parecían perdidos. Había niños que jugaban seis horas al día con la Xbox. La canguro llegaba con una caja en la que tenían que colocar todas las pantallas, teléfonos y videojuego­s de la casa. Les entraba el pánico, pero cuando recuperaba­n los aparatos al cabo de un mes lo hacían con un espíritu más equilibrad­o y con un horario razonable. — Nuestras necesidade­s básicas han ido a menos: dormimos menos y peor, comemos menos equilibrad­o y menos natural… — Es la paradoja de la modernidad: nos han vendido la falsa la idea de que con los avances tecnológic­os íbamos a vivir mejor, pero al final no ha sido así, sino más bien todo lo contrario. Dormimos, comemos y nos relacionam­os peor, y también trabajamos peor porque estamos distraídos constantem­ente… Nos c uesta concentrar nos. No quiero volver al mundo preindustr­ial, porque hay muchas cosas modernas que me gustan, pero debemos coger lo positivo y abandonar lo que no nos ayuda a vivir mejor. Hace poco salió un informe en la prensa británica que decía que las aplicacion­es creadas para superar el insomnio, y que supuestame­nte deberían ayudarnos a dormir mejor, tienen el efecto contrario porque aumentan nuestra preocupaci­ón cuando no hemos alcanzado la fase REM. Es un ejemplo irónico de la paradoja que vivimos en la modernidad.

— ¿Menos es más?

— Sí, en un mundo donde reina la abundancia y las posibilida­des de tener más son infinitas, la rebeldía es decir: «¡Basta! Menos es más».

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ELOGIO DE LA EXPERIENCI­A Ed. RBA, 2019 • 304 pág. • 18 €

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