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Christine de Pizan y la ciudad que construyen las mujeres
La desigualdad y las limitaciones jurídicas y sociales respecto al hombre definen en conjunto la situación de la mujer en la Edad Media. Lo sabemos hoy y lo sabían quienes, formando parte de una elitista minoría femenina, pudieron escribir en la Europa medieval cristiana. Sus testimonios demuestran que tuvieron conciencia del problema que suponía nacer mujer en aquellos siglos.
Una de las más tempranas y contundentes defensoras de las mujeres y una de las grandes intelectuales del siglo XIV fue Christine de Pizan, auténtica femme de lettres. Erudita, culta y tremendamente ilustrada, fue una de las primeras en rechazar la misoginia cultural que proclamaba la inferioridad femenina. Educada en el refinado ambiente intelectual de la corte de los Valois, tras emigrar su familia de Venecia a París, dedicó su vida a las letras convirtiéndose en la primera mujer que vivió de la escritura en Francia. «El estudio –dirá Christine– es un hábito que rige mi vida». Una valentía en toda regla.
Y así, bajo el amparo de la monarquía y de los grandes señores del momento, como Jean I de Berry, Louis de Orleans, Louis de Guyenne o Isabel de Baviera, dedicó gran parte de su obra escrita a las mujeres. Entre sus grandes preocupaciones están las calumnias contra las cualidades intelectuales de la mujer y su derecho a la educación, pues estaba convencida de que la falta de formación era el único límite del género femenino.
La toma de conciencia de las mujeres como colectivo que debía crecer con dignidad llevó a Christine de Pizan a construir una ciudad ideal, perfecta, para ellas: «La ciudad de las damas». La imagino sentada en un confortable y tranquilo cuarto de estudio, silencioso y bien iluminado, rodeada de libros, con un sencillo mobiliario, una mesa y unos cuantos útiles de escritura. Y allí, con toda la sabiduría antigua y medieval al alcance de sus manos –Platón, Aristóteles, Cicerón, Virgilio, Ovidio, Agustín de Hipona, Isidoro de Sevilla, Boecio, Dante, Boccaccio–, Cristina construyó su alegato contra la misoginia imperante en los ámbitos intelectuales que ella tan bien conocía. Entre aquellos libros antiguos buscó y encontró ejemplos de mujeres excepcionales, sabias y creativas, valiosas y de gran ingenio, con las que dio vida a una ciudad de utópicas pretensiones. Una ciudad ficticia, regida por tres damas, personificación alegórica de la Razón, la Justicia y la Rectitud, y exclusivamente habitada sólo por mujeres virtuosas, no de sangre sino de espíritu. «Un refugio de altas murallas para proteger vuestro honor, una fuerte ciudadela que os albergará hasta el fin de los tiempos».
Christine de Pizan puso su sabiduría al servicio del sexo femenino para defender a las mujeres de unos acusadores encaprichados en subrayar su debilidad y sin cortapisa alguna a la hora de expresar sus prejuicios. Pero no fue la única en reivindicar la auctoritas femenina desde la intelectualidad. Leonor López de Córdoba, Teresa de Cartagena o María Sarmiento son también «heroínas del pasado».