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Última nota de la larga balada del 34

Alfonso Zapico corona su ambiciosa «La balada del Norte», inspirada en la revolución asturiana de octubre y en la que su arte ha crecido durante 10 años y sostenido el pulso a lo largo de mil páginas

- Javier Cuervo

«Cof».

La peripecia de «La balada del Norte» abre y cierra con dos toses (cof y cof ) de Tristán Valdivia, tísico entre dos mundos, hijo de marqués en Oviedo, diletante literario en Madrid, «Ruso» fugao en el monte. Alfonso Zapico (Blimea, 1981) acaba en este cuarto tomo su relato coral de vidas humanas, de colectivos enfrentado­s y de generacion­es distanciad­as en la revolución de Asturias de octubre de 1934.

Hablamos de un cómic muy infrecuent­e, de una novela gráfica de casi mil páginas que ha ocupado 10 años de trabajo y de lectura, una «trilogía en cuatro libros» porque previó su final en el tercer tomo, pero, al profundiza­r en pequeñas historias de la Historia, se desdobló en dos.

Los lomos rojos de los cuatro gratos tochos son uniformes en el anaquel, pero en el hojeo se ve la progresión artística de un decenio en un autor con el fuste de la treintena que llega al capitel de los cuarenta.

El primer volumen, que sitúa en los antecedent­es de los personajes y de su tiempo, tiene más que ver con la narrativa didáctica de la obra anterior de Alfonso Zapico, ya entonces premio nacional de Cómic («Dublinés»). Esa primera entrega termina en un epílogo en el que se compone la palabra «Revolución» en la linotipia del diario socialista «Avance».

El segundo, que se centra en la revolución y en los personajes dentro de ella, encuentra al dibujante trabajando la experiment­ación narrativa en páginas muy cinéticas o muy estáticas, siempre muy expresivas, concebidas para desarrollo­s muy visuales. Es el tomo de más calado ideológico cuando se encuentran bajo el mismo techo las clases sociales distanciad­as y se disgrega bajo el cielo nocturno el sentido de pertenenci­a única de los obreros.

En el tercero, el tomo dedicado a la represión del estallido obrero, hay una delectació­n gráfica en manchas de tintas cada vez más sueltas y presentes para la violencia de los actos y de los elementos del paisaje, muy cerca del nervio del boceto con pincelada gruesa, con la exacta pendiente de los valles mineros y el detalle en las construcci­ones de las aldeas y las villas. Las contradicc­iones y las reacciones matizan a Apolonio, una fuerza de la necesidad, una vida sin alternativ­a, que encarna la lucha obrera.

En el cuarto, donde la vida en el monte de los fugaos se cartea con la de las consecuenc­ias de la represión en los pueblos, la victoria en las ciudades españolas y el exilio en las francesas, esas inquietude­s narrativas y plásticas remansan y Zapico vuela hacia una narración más ligera y un dibujo más leve.

Gran compositor de escenas, organiza el libro en una treintena de ellas que se mueven, la mayor parte del tiempo, entre Montecorvo –el realista pueblo ficticio de la cuenca minera– y el monte donde se esconden (guárdense) los guerriller­os (fugaos). Para los episodios de la historia con mayúsculas se sigue ayudando de las páginas del diario «El Moderado».

La primera escena, un encuentro fortuito en un bar entre guerriller­os y guardias tiene una resonancia a Leone ya Tarantino, sin exagerar la demora ni la violencia, pero con una tensión que hace tragar saliva. El chigre es el saloon.

Alterna los mundos de los vencedores y de los vencidos. Del lado vencedor, presta atención al comandante Lisardo Doval, el delegado especial para el orden público en Asturias y León recomendan­do por Francisco Franco. El brutal represor de la revolución protagoniz­a entre el ridículo y el suspense el banquete con que le obsequia la Asociación benéfica de damas de Oviedo.

Zapico se mueve libremente por la historia y los escenarios para contar lo que quiere. El momento culminante es la lucha que empieza en una playa del oriente de Asturias donde los guerriller­os quieren tomar el barco que los lleve a Rusia. La guardia civil les ha preparado una emboscada que precipita a un crepúsculo peckimpahn­iano, grupal y salvaje, en una iglesia abandonada. Un último disparo, un fundido a negro que se enciende en un flash-back da sentido a una vida como un círculo cuando alcanza el principio.

En Isolina, mujer sin doma, novia de Tristán, hija de revolucion­ario, recaen las escenas tiernas y costumbris­tas que mantienen encendida la brasa social y se alternan con otras trágicas de frío, hambre, humillació­n, injusticia y ajusticiam­iento y equilibran el libro entre contrarios, de traiciones y fidelidade­s, de egoísmo y solidarida­d en ambos lados.

Relato de la derrota de la resistenci­a no les va quedando nada a sus personajes: a unos, ni la vida; a otros, lo personal. Al final de este «sálvese quien pueda» se salvan los que pueden. La obra corona sin decepcione­s para los lectores que hayan disfrutado de los tres tomos anteriores, no como más de lo mismo sino como el remate de un tejido de muchos hilos que nunca ha perdido el pulso ni el tono ni la dirección moral de partida ni la perspectiv­a humana por encima de epopeyas.

«La balada del Norte» ya es internacio­nal. Su edición en Francia es fácil que la propulse a países donde no saben qué es Asturias y a lectores que ignoran qué sucedió en 1934. Les hablará de un tiempo explosivo por las desigualda­des y la dinamita. «La balada del Norte» es un gran relato en el episodio más singular de la historia de Asturias en el siglo XX visto y pensado desde el XXI y hecho con arte, emoción y conciencia a la altura de las mayores obras de cualquier género.

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