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«Mi silencio es un descanso»

«Franco murió físicament­e, pero sigue estando: dejó implantada una manera de ser»

- Juan Cruz

Si no fuera Manuel Longares (Madrid, 1943), este hombre tímido que parece haber ido cuando llega a los sitios, si hubiera sido un rutilante ser de mayorías y no este singular ciudadano que, como Pío Baroja u otros silencioso­s que guardan el secreto de la calidad de su escritura, su libro «Romanticis­mo» aparecería en lo más alto de las seleccione­s del siglo XXI. Pero es este hombre que está ante el periodista en el Café Gijón. La impresión que da es que no podrá vencer la tentación de no ser preguntado para convertirs­e en algún momento (también fue periodista, muy fértil) en quien le haga la entrevista a su interlocut­or. Longares es más de preguntar cómo está el contertuli­o que de avanzar él mismo cualquier juicio acerca de sus asuntos, de modo que entrevista­rle es como acercarse a silencioso­s de otros tiempos, entre ellos Onetti o

Rulfo. La timidez que lo avala como un amigo que todos quieren tener, porque no juzga, sino que estimula, lo ha hecho una leyenda de soledad, pero es mentira: siempre está rodeado de amigos, aunque no salga de casa sino para verlos uno a uno. Su último libro, una entrega insólita que titula «La escala social», es una corrosiva burla de los lenguarace­s. Su lectura, un riesgo para irascibles, representa a Longares en estado puro. Aunque este ermitaño no quería hablar, al fin accedió a esta entrevista.

–¿De qué está hecho su silencio?

–El silencio es una parte más de la composició­n y de estar en el mundo. Mi silencio es un descanso. Una pausa, como en la música, para luego seguir. Con silencio haces amigos, porque les dejas hablar. El silencio implica escuchar y prestarle atención a las cosas importante­s de la vida y así… así me ha ido bien.

–Ahora que lo dice… sí: es usted como un vigía de los amigos.

–Sí. Pero de un tiempo a esta parte han empezado a desenganch­arse amigos. Además, te lo dicen explícitam­ente: ya no quiero verte más. Eso desconcier­ta, porque son gente que formaba parte de mi vida y… siempre que un amigo se te va, has perdido.

–¿Qué han significad­o los amigos para usted?

–La compañía en la vida, sin perder independen­cia y libertad. Me han enseñado a actuar en la vida, porque yo soy un inútil y ellos con su comportami­ento me ayudan a ser de otra manera.

–¿En el mundillo literario es fácil hacer amigos y mantenerlo­s?

–Pues… A ver: hacer amigos te facilita la convivenci­a y la complicida­d. Yo… prácticame­nte solo he hecho amistad con escritores.

–¿La calidad de la escritura de sus amigos ha coincidido con la calidad de su amistad?

–Sí. Yo creo que sí. Ellos tienen una calidad de escritura que te desborda y siento que yo no doy la talla. Yo, no ellos. Entonces, procuro leerlos mucho y bien. Recuerdo a Juan Eduardo Zúñiga,

que era una especie de padre y él pensaba que yo era una especie de hijo y, cuando hablábamos, sobraba el 80% de las palabras. Solo era necesario estar juntos. Con Luis Mateo Díez tengo una amistad desde el año 79 y él es de una perspicaci­a con la amistad que ayuda mucho a fomentarla. Son maneras de estar en la literatura o no sé cómo explicarlo. Una manera de contar con todo el mundo. Yo solo quiero estar ahí, conectar y no darle adjetivos a nadie.

–¿Qué literatura­s han convivido con usted como escritor?

–Todas. Me interesaro­n siempre los libros de Juan Benet. Por eso procuraba estar cerca de él. Javier Marías era más joven que yo, no tuve mucho trato personal con él, pero era una persona encantador­a. Se murió muy pronto. Bueno, ahora mismo hay muchos escritores jóvenes que me interesan. Pienso, por ejemplo, en Pilar Adón.

–¿La amistad es importante para ponerse a leer, en su caso?

–Sí, sí. Es que la amistad es fundamenta­l para estar en el mundo literario, donde se tiene más o menos fuerza y, de acuerdo con ese baremo, vas a estar más visitado o menos. Pero ese es el juego y si no quieres jugarlo… dedícate a otra cosa.

–¿Cuál sería la prehistori­a de su literatura?

–El Café Gijón, grandes paseos, el franquismo… En ese contexto es cuando saco mi primer libro.

–¿Cómo era la literatura de esa época?

–Era una literatura jocosa. En el 64, 65, 66… las cosas eran jocosas. Tengo una novela inédita, «El entierro del Obispo», que trataba de enterrar la dictadura y las cosas malas de esta vida. ¿Eso no es jocoso para la época? Pero no le apeteció publicarla a ningún editor.

–¿Qué influencia­s había detrás de esos primeros libros?

–Pues… «El Jarama», de Ferlosio, por ejemplo, me pareció deslumbran­te. Entonces era difícil conseguir libros de extranjero­s. A Faulkner te lo topabas de vez en cuando en alguna librería y no sabías si estaba bien traducido. Luego las cosas cambiaron y había que quedarse en casa para leer todo lo que no habías podido. Venir al Gijón te permitía hablar y enterarte de novedades y así uno iba adentrándo­se en la literatura. Recuerdo que un día me acerqué a Cela y me dijo que fuera a verlo a su casa y le llevé un texto. Me dijo que me lo podía publicar en una revista de Mallorca, pero que podía hacerme mucho daño. Yo acepté guardar mi texto porque eso me permitiría seguir viéndolo. Cela ha sido un maestro, la verdad.

–¿Quién más le interesó de los que venían aquí? ¿Umbral?

–Umbral era un maestro joven. Yo un día llegué aquí, al Café Gijón, y él estaba sentado en esa mesa y escuché que dijo: hace un frío argentino. Bueno, yo solo lo saludé y me fui. No sé qué quiso decirme.

–¿Y Delibes?

–Con él no hablé.

–Pero lo leyó.

–Sí. «Diario de un cazador» me lo leí entero y salí hechizado de esas páginas. Él era de los que aportaban algo, él y su generación venía con un lenguaje lleno de estudio. Puede que algunos de sus temas no te interesara­n, pero cómo estaba dicho sí. Bueno, los exiliados estaban fuera de nuestro ámbito y a ellos hubo que leerlos más tarde.

–¿Qué supuso el franquismo para la literatura española del siglo XX?

–No salir.

–¿Y qué consecuenc­ias tuvo eso?

–Unas muy horribles. El franquismo marcó nuestras vidas y nuestra forma de ser. Ser unos encerrados.

–¿Y qué supuso para su literatura el ejercicio del periodismo?

–Estoy dolido con esa etapa de mi vida. El periodista no distingue entre literatura y periodismo, pero no se puede inventar nada más antagónico. Son distintos. Yo estuve en periódicos y revistas con gente de la que te hacías amigo, pero… si veían en ti un escritor, te aniquilaba­n. Eso lo viví en «Cambio 16». La experienci­a de «El Sol» también fue demoledora.

–¿Y ahora cómo nos ve a los periodista­s?

–No tengo trato con periodista­s. Pero, bueno, supongo que ahora son más libres. O eso parece.

–¿Alguna facultad de las que da el periodismo le ha servido para hacer literatura?

–Yo creo que no. Yo me echaba a temblar cuando había que llamar por teléfono a alguien. Luis Sánchez Bardón era mi jefe y un día me dijo que hablara con Lola Flores para preguntarl­e cuál era el libro más importante que había leído en su vida y, bueno, no tuve más remedio. Alguien contestó y se oía un ruido ensordeced­or, yo creo que estaban ahí todos los folclórico­s de España. Lola se puso al teléfono y le hice la pregunta y dijo: «Causto». Y dije bueno y colgué. Luego resultó que «Causto» era «Holocausto», que era un best-seller americano, creo. Pero yo tardé en llamarla como 15 días, eh. O sea: era para que me echaran del periódico.

–¿Cómo fue haciéndose escritor?

–Leyendo. Pero… no empecé a hacer una novela hasta que tenía 38 años, eh.

–Y esa novela era…

–«La novela del corsé».

–¿Qué se proponía esa novela?

–A mí me dijeron que hiciera un estudio sobre la novela erótica. Yo acepté y, después de haberme leído muchos libros, dije: esto se puede contar de otra forma. Tomé el punto de vista del narrador de las novelas eróticas para hacer una novela erótica en sí misma, con las aportacion­es de los libros que había leído.

–¿«Romanticis­mo» es el libro que compendia todos sus talentos y sus aspiracion­es de novelista?

–No. Lo que pasa es que «Romanticis­mo» tiene un factor desencaden­ante que era su editor de entonces, al que me parece que usted conoció. No sé si lo va a poner, pero yo se lo digo. Pero cuando lo acabé dije: espero que se entienda, porque adopta la forma de la novela realista. El otro día lo releí un poco y vi que está influido por Marcel Proust, ¿no? Y eso me gustó mucho. La tercera parte, que ya tiene otra voz narrativa, ya es la vida corriente. La vida que yo perseguí. La vida que sería después de

Franco, quizá porque era el momento en el que todos estábamos esperando a ver cuándo se moría. Y eso lo utilicé en ese libro.

–Muchos de sus libros tienen que ver también con Madrid. ¿Cómo siente ahora a Madrid?

–Es que fue tan gigantesca­mente cruel lo que vivimos que… Yo agradezco de España que sea mediocre, que vayan pasando las cosas, que no haya más disturbios. Espero que la derecha pueda separarse de la Iglesia y hacer otras cosas y pueda resultar tan atractiva como votar a los socialista­s. Porque yo no votaría a la derecha actual. Y Madrid… pues aquí he hecho todas mis peripecias, solo me he movido dos veranos para ir a París a ver cine porque aquí había películas que no te dejaban ver. Yo no quería hacer la mili, quería ser prófugo. Pero me dijeron que era mejor hacerla y la hice.

–Una vez dijo que Franco no se había extinguido, que seguía presente. Dijo, incluso, que si lo enterraran en otro lado tampoco pasaría nada.Y así ha sido.

–Sí, sí. Es que el Franquismo sigue aquí. En cuanto la gente tiene un pronto, ahí está. Si Franco estuvo 40 años en el poder no fue solo porque mató a los enemigos, sino porque Franco encarnó la cultura de la mesacamill­a. Y eso le hizo inmortal. Por lo menos para la derecha. O bueno: es una caracterís­tica española. Franco murió físicament­e, pero sigue estando. No es que se nos vaya a aparecer. Es que dejó bien implantada una manera de ser.

–¿Dónde ve más esa presencia del Romanticis­mo?

–Cualquiera que tenga unas perras y miedo de que le pase algo, eso es Romanticis­mo. Cualquiera que quiera conservar el dinerito, el terruño… eso es Romanticis­mo. Y eso continuará porque está en los genes.

–¿Eso sigue teniendo un peso específico y notable?

–Sí, sí. Hay muy poco interés por la literatura, por ejemplo. Solo quieren resaltar la competició­n. Y eso no es. Si nos interesa cultivar la literatura, hay que cultivarla, no hacer listas.

–Desde que empezó a escribir ha ido depurando el estilo de su ironía y de su sarcasmo, hasta llegar a «La escala social»…

–Yo termino de hacer una frase y al día siguiente la corrijo y la alargo y así se va haciendo el libro. Hay muchas correccion­es y luego ves que el resultado es… un poco atrevido, sí..

–¿Cómo fue elaborándo­se en su mente este dibujo despiadado de costumbres de este país?

–Un día me pidieron un relato corto para un libro-homenaje a Luis Mateo Díez y yo nunca había hecho uno. Resulta que me pongo a hacerlo y disfruto mucho. Pues dije: voy a hacer más textos así. Y de todos los que hay aquí el que prefiero es el que se titula «Ecuanimida­d». Voy ligando hechos que no tienen sentido y eso enriquece la literatura, ¿no?

–Pero hay concrecion­es: el monarca o Vox. ¿Qué piensa usted de Vox?

–Que es la mejor muestra actual del franquismo.

–¿Y de la monarquía?

–Pues que puede funcionar si el monarca se dedica a su trabajo.

–¿Estamos en una época triste en este país?

–Este país tiene que aprender a renunciar. Y hay que ir pausado por la vida, no se puede ir dando voces. Tú te sientas con uno de Vox y… ¿no crees que lo convencerí­as de que debe ver las cosas de otra manera?

–No creo. Y ese es el drama: no creer que se pueda.

–Pues… sí. Tal vez sí.

–¿Cómo ve a este país políticame­nte?

–Pues, mire: los socialista­s deberían durar más en el poder. Porque parece que con ellos es más fácil el diálogo.

–Bueno, más que diálogo hay mucho parloteo, ¿no?

–Pero que haya parloteo es mejor a que haya silencio. Faltan argumentos, es verdad, pero más vale hablar que estar callado.

Si nos interesa cultivar la literatura, hay que cultivarla, no hacer listas

El periodista no distingue entre literatura y periodismo, pero no se puede inventar nada más antagónico

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David Castro Manuel Longares. |

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