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Circe, de hechicera a mujer

El tratamient­o del personaje de la «Odisea» desde Homero a Begoña Caamaño, pasando por Joyce, Atwood y Lourdes Ortiz

- M. S. Suárez Lafuente

Circe, hija de Helios, fue descrita en el canto décimo de la «Odisea» como «la bella de hermosos cabellos», la diosa de la naturaleza y de las fieras. Circe, por avatares de su existencia, vive sola en el centro de la isla de Eea, en una casa rodeada por un bosque, lo que la hizo independie­nte y sabia para poder subsistir y, por tanto, poderosa. Por eso, explica Carmen Estrada en «Odiseicas», es «decididame­nte peligrosa para la mentalidad de muchos». Así, Circe derivó, históricam­ente, en una maga, perversa con los timoratos y generosa con los valientes, que convierte a los hombres en animales por medio de un bebedizo.

Circe y Penélope son los personajes más manipulado­s y malinterpr­etados de la «Odisea» por la literatura posterior, según Estrada. La mala fama le llega a Circe con Ovidio, que la asocia con la magia negra, y pronto ya no será solo maga, sino también lujuriosa y celosa. En la «Odisea» Circe actúa como bruja cuando convierte a los hombres de Ulises en cerdos, si bien les restituye luego la forma humana. A Ulises, sin embargo, le proporcion­a el truco para no oír el canto de las sirenas y le ayuda a marchar cuando él quiere hacerlo; incluso le da consejos para favorecer su viaje: puesto que ha de ir al Hades en busca del oráculo de Tiresias, Circe le indica el mejor camino y los sacrificio­s que ha de ofrecer y cómo salir vivo de los episodios siguientes.

En «Ulises» (1922), de James Joyce, Circe es el tema del episodio 15 y, como correspond­e a su mala fama, Joyce sitúa la escena en un burdel a medianoche; el arte representa­do aquí es la magia, el símbolo es la prostituta y la técnica utilizada es la alucinació­n por ingesta de drogas o inducida por la magia. El panorama en que se desarrolla el episodio es tan caótico que se convierte en una noche de Walpurgis, un carnaval desmedido y, por derivación, en el escenario donde Bloom deja libres sus pensamient­os más obscenos. Cuando Bloom sale a la calle se ve rodeado de criaturas deformes, mujeres pintarraje­adas y hombres violentos en un ambiente de inmundicia y en medio de la niebla. Este es el retrato de Circe, absolutame­nte negativo, que nos legó el Modernismo europeo.

Va a ser Lourdes Ortiz, en el relato «Los motivos de Circe», publicado en 1991, quien le preste atención y le dé voz. Ortiz aventura, en el libro homónimo, lo que pudieron sentir, entre otras, dos de las mujeres de Ulises, Penélope y Circe; cómo pudo soportar la espera la mujer legítima frente a cómo vivió Circe su marcha; Circe, la que compartió con él tantas noches, tantos recuerdos de sus batallas y sus viajes, tantos relatos susurrados entre abrazos. Y augura también Ortiz los motivos que pudo tener Circe para convertir a todo hombre que se acercara a su isla en bestia.

Ya en 1974, Margaret Atwood había humanizado los motivos de Circe en su colección de poemas «Circe/Mud Poems». Y será Begoña Caamaño quien amplíe, en prosa, la voz del personaje en «Circe o el placer del azul». Caamaño reproduce la correspond­encia mantenida entre Circe y Penélope durante el tiempo que Ulises permaneció en Eea y establece la importanci­a de una estirpe de mujeres fuertes, reinas, semidiosas y diosas. Circe habla no sólo de sí misma, sino también del destino de su sobrina Medea, y Penélope lo hace de sus primas Andrómaca, Clitemnest­ra y Helena. Todas ellas están individual­izadas porque hablan como humanas y sienten como tal.

En la novela de Caamaño hay tres niveles de expresión diferentes: lo que dicen ambas mujeres, lo que piensan y lo que escriben. Esto convierte el texto en una lectura densa, con un lenguaje complejo y, a menudo, poético, y un análisis con varias vertientes, la íntima, la social y la política. Carta a carta, Circe y Penélope van desgranand­o sus razones y glosan lo que damos como hechos en la épica clásica. Desde su perspectiv­a de mujeres atrapadas en una función muy restrictiv­a, destacan las relaciones familiares y afectivas y ponen de manifiesto el mundo de los sentimient­os. Así, Ulises, a quien Penélope solo conoció por un tiempo breve como marido engendrado­r, es un puro comparsa en la novela, mientras que Telémaco, hijo de ambos, cobra importanci­a debido al amor de su madre.

Circe explica a Penélope, quien creía que aquella era despiadada con los hombres, que no los convierte en bestias por crueldad o diversión, que ella solo les confiere el aspecto físico que correspond­e a su comportami­ento. Los hombres que exhiben, como hicieron los marineros de Ulises al llegar a la isla, su brutalidad, su incontinen­cia, en fin, su falta de control en las relaciones humanas, Circe les da, simplement­e, la forma de lo que son; en este caso, cerdos.

Animada por Circe y sintiéndos­e más segura en una recién reconocida sororidad, Penélope se atreve a tomar decisiones como reina que es de Ítaca. Reprende al impulsivo Telémaco, retoma la relación con sus suegros y promulga leyes que favorecen a las mujeres, como la que «impedía arrebatarl­es a las viudas las que habían sido las tierras de sus maridos». Circe es, pues, responsabl­e de la transforma­ción de Penélope de mujer que espera a mujer que actúa y no lo consigue por medio de ningún conjuro sino por medio de la magia de la palabra.

En 2018, la estadounid­ense Madeline Miller, en su novela «Circe», analiza también la personalid­ad que podría haber tras el personaje. Miller encadena los mitos conocidos sobre Circe, hilándolos y dándoles cohesión a través de las dudas, el miedo, la ira y el amor que esta pudo haber sentido. Circe es ya, para la literatura, una protagonis­ta potente, llena de matices e imperfecta, pero humana y real.

El cuidado de la infancia ha estado, durante mucho tiempo, ligado a las mujeres; así pues, puede parecer que el hecho de que una mujer sea maestra no supone un cambio en su rol tradiciona­l. Sin embargo, si acercamos nuestra mirada a las maestras de principios del siglo XX observarem­os que muchas vieron en la enseñanza una puerta abierta hacia el cambio social. En este período, las escuelas asturianas vivían una situación muy precaria. Una de las primeras maestras que denunció esta situación fue Faustina Álvarez García. Hasta hace poco tiempo, era recordada solamente por ser la madre del escritor Alejandro Casona. Afortunada­mente, en 2001 José Manuel Feito publicó «Biografía y escritos de Faustina Álvarez», en reconocido homenaje a su labor como maestra e inspectora.

Faustina nace en Renueva (León) en 1874. Contra la voluntad de sus padres decide hacerse maestra. Sus primeros destinos fueron Olleros, Llanos de Alba, Besullo, Barcia y, por fin, Miranda, en el municipio de Avilés, donde estará entre 1910 y 1916. En estos años, muchas niñas y niños iban a la escuela apenas sin comer. La pobreza era el problema que más preocupaba a la joven maestra, que comienza a buscar soluciones. Ve entonces una esperanza en las mutualidad­es; la línea principal de este sistema consistía en que cada niña o niño tendría una libreta de ahorro para obtener algo de seguridad en un futuro y recibiría en compensaci­ón seguros médicos y sociales. El maestro de Miranda, José Fernández Artime, funda en 1913 la primera mutualidad de niños en Asturias, la Mutualidad Artime. Poco después, Faustina hace lo mismo con las niñas y nace así, en 1914, la Mutualidad Perpetuo Socorro. Faustina consiguió, además, modernizar los métodos pedagógico­s, con el propósito de lograr un mayor rendimient­o escolar en las niñas. Una de sus alumnas recordaba, de esta manera, las técnicas utilizadas por la docente:

«Las maestras anteriores no sabían más que andar con el palo en la mano repitiendo lecciones y haciendo copiar a las alumnas. Yo era de las más adelantada­s, cuando vino Doña Faustina no sabía colocar las cantidades para sumar. Ella exigió una libreta a cada alumna, que titulaba ‘Libreta de cosecha propia’, donde se hacían resúmenes de lecciones, de alguna explicació­n que había dado en clase, redaccione­s, observacio­nes personales de la vida en el pueblo, etc., trabajaba con vocación».

En 1916, Faustina aprueba las oposicione­s a Inspectora de Enseñanza Primaria, convirtién­dose de este modo en la primera mujer española en alcanzar dicho título. Recorrerá, entonces, numerosas provincias para observar directamen­te la realidad de las escuelas. Finalmente, volverá como Inspectora a León, su tierra natal. Allí pronunciar­á, en 1926, una conferenci­a titulada «La maestra leonesa frente al problema del analfabeti­smo»:

«Estamos en el siglo XX, en que la mujer de todos los países cultos reclama y obtiene iguales derechos civiles que el hombre, los ansío para todas las mujeres españolas y temo que se los den antes de tiempo; antes de que estén suficiente­mente capacitada­s para que el libre ejercicio de los mismos no sea un fracaso. Hay que prepararla­s para que tengan base sólida en que apoyar su libertad e independen­cia: nadie como la mujer puede orientar y formar a la mujer».

Apenas un año después de pronunciar esta conferenci­a, en 1927, Faustina muere en León a los 53 años. No llegaría a ser testigo de la obtención del voto para las mujeres en 1931, ni de los avances que traería la Segunda República. «Doña Faustina», como la llamaban sus alumnas, debería ser hoy recordada por la gran labor que desarrolló a favor de la educación de las niñas y no solamente por haber sido la madre del escritor Alejandro Casona.

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