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Hachas, cuchillos y martillos: mujeres sufragista­s en los museos

- Laura Bécares Rodríguez

Últimament­e, se han hecho virales imágenes de activistas arremetien­do contra obras de arte en los museos como crítica a los gobiernos por su nula actuación ante los problemas medioambie­ntales. Parece algo novedoso, pero no lo es. Desde finales del siglo XIX y hasta 1914, se produjeron múltiples actos de protestas de las mujeres sufragista­s contra institucio­nes museística­s, solo que en lugar de usar pintura o pegamento utilizaban hachas, martillos y cuchillos. Sí, las sufragista­s inglesas dañaron obras de arte para denunciar que los objetos de los museos tenían más derechos y eran más respetados que las mujeres reales de entonces.

Uno de los ataques más conocidos tuvo lugar en el Museo de Arte de Manchester, donde trece pinturas prerrafael­itas fueron martillead­as por Annie Briggs, Lillian Forrester y Evelyn Manesta como parte de la campaña sufragista por el voto femenino y en represalia por la detención de Emmeline Pankhurst. Al año siguiente, Mary Richardson irrumpe en la Galería Nacional de Londres y acuchilla la obra de Diego Velázquez «La Venus del espejo», en una acción que tuvo una fuerte repercusió­n mediática. Ambas acciones querían denunciar el modelo irreal de mujer que los varones elogiaban en los museos, mientras las discrimina­ban política, social y económicam­ente en los espacios reales.

¿Qué hicieron los museos? Algunos cerraron, otros prohibiero­n la entrada con paraguas y bastones a sus instalacio­nes. Incluso el British Museum prohibió la entrada a las mujeres que hubiesen sido detenidas por participar en actos sufragista­s. Anunció que las mujeres solo podrían entrar en sus salas con una carta de responsabi­lidad de un varón dispuesto a hacerse cargo de los daños producidos.

Las representa­ciones de mujeres desnudas y los retratos de hombres de clase alta fueron los objetivos más repetidos. Cada cuchillada y cada bastonazo era una crítica a unos museos representa­ntes del poder patriarcal donde el cuerpo femenino se cosifica y se somete a un férreo control. Las sufragista­s veían los museos como centros de poder masculinos, lugares de exclusión de las mujeres, pero también espacios de reclusión de una feminidad única sin opción a replica: los gobiernos excluían a estas mujeres del poder político y los comisarios excluían a las artistas de las salas de los museos.

En las obras de arte las mujeres estaban idealizada­s, contrastan­do con las situacione­s del día a día, en las que no tenían los mismos derechos que los hombres. En el museo representa­ban el estereotip­o de belleza desde la perspectiv­a masculina y a través de los ojos de los hombres de las clases dominantes: atacar museos era una forma de arremeter contra el poder masculino.

Estos actos fueron tomados simplement­e como vandálicos, acciones de las sufragista­s en su empeño por conseguir el voto femenino. Pero esta visión impide profundiza­r en las otras (muchas) razones por las que una sufragista se encontrarí­a incomoda ante un museo. Son actos políticos en toda regla. Por ello se debe identifica­r estos ataques como las primeras críticas a los contenidos, narrativas y selección de piezas; se rajan los cuadros que representa­n hombres de clase alta vestidos y los de mujeres desnudas porque representa­n el canon de belleza impuesto por estos mismos varones.

Esta lucha, iniciada hace más de un siglo por las sufragista­s, se mantiene en la actualidad (sin cuchillos ni martillos) buscando una representa­ción de las mujeres a través de la introducci­ón de la perspectiv­a de género. Un dato para la reflexión: solo el 27 por ciento de las obras expuestas en galerías españolas son de mujeres. En el Museo de Bellas Artes de Asturias son un 2 por ciento.

 ?? Efe ?? «La Venus del espejo» de Velázquez, en el Museo del Prado, en 2007.
Efe «La Venus del espejo» de Velázquez, en el Museo del Prado, en 2007.

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