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«Malasangre», una de principios de siglo XX Apología de las marujas

Michelle Roche exprime el género gótico en clave feminista en su primera novela, como Mariana Enriquez y Mónica Ojeda

- Eduardo Suárez Fernández-Miranda María Donapetry

Michelle Roche Rodríguez es una escritora venezolana afincada en España desde hace algunos años. Compagina su faceta de narradora con el ensayo, el periodismo y la crítica literaria. Es doctora en Estudios de Género por la Universida­d Autónoma de Madrid y realizó un máster en Filosofía y Letras en la Universida­d de Nueva York.

«Malasangre» (Anagrama, 2020) supuso su irrupción en la novela, con una obra enclavada en un momento histórico muy concreto, «los años veinte, la plena época de la dictadura de Gómez. Los ‘locos años veinte’ me daban la oportunida­d», reconoce la escritora, «de presentar a Diana Gutiérrez como una vamp y de mostrar el inicio de la economía petrolera en mi país, que fue también el inicio de nuestro atávico rentismo petrolero, y de una relación con el suelo, parasitari­a, vampírica».

La protagonis­ta de la novela sufre hematofagi­a, mal transmitid­o por su padre, un personaje promiscuo. Sin embargo, a Diana se le exige que «sea una ‘buena’ mujer. En aquella época, las mujeres debían llegar vírgenes a los matrimonio­s arreglados, que funcionaba­n como operacione­s financiera­s. Si el honor de una mujer era puesto en entredicho, también la paternidad de sus hijos podía dudarse».

La figura vampírica aparece como modelo inspirador de «Malasangre». La escritora es lectora, desde su juventud, del género gótico. Para moldear a Diana «me basé en el cuento ‘Carmilla’, de Sheridan Le Fanu, y la novela ‘La condesa sangrienta’, de Valentine Penrose». Al mismo tiempo, busca el reflejo de la actriz Theda Bara, en la película «Había un necio» (Frank Powell, 1915), para caracteriz­ar a su protagonis­ta, quien en un momento de la novela señala: «Si tenía que convertirm­e en bestia para poder ser libre no tendría ningún problema». A Michelle Roche Rodríguez le interesa que sus personajes «trascienda­n su condición de víctimas para luchar contra aquello que los oprime».

A propósito de esta idea, recordamos la sentencia de Adorno: «La glorificac­ión del carácter femenino trae consigo la humillació­n de todas las que lo poseen». Bajo estas terribles palabras construyó la escritora venezolana la novela y también su ensayo «Madre mía que estás en el mito». El objetivo de dicho ensayo es «demostrar que detrás de su maternidad virgen existe un enorme aparato conceptual diseñado para marginar a las mujeres de la sociedad a través de la glorificac­ión de atributos como la discreción, el honor y la abnegación». «Malasangre», como reconoce su autora, está escrito «bajo estas conviccion­es, porque la lucha de Diana es por salir del espacio privado, en donde su familia quiere controlarl­a, y tomar las riendas de su vida con libertad».

Desde hace algunos años, han surgido una serie de escritoras latinoamer­icanas de gran interés y con una gran fuerza narrativa. Pensemos en Mariana Enriquez, Guadalupe Nettel, Mónica Ojeda o la propia autora de «Malasangre». Michelle Roche recuerda que «las hispanoame­ricanas nos hemos dedicado a la escritura desde hace siglos, la diferencia es que ahora no se nos censura o es menos común que la gente crea que nuestros libros son de menor calidad por el solo hecho de ser mujeres. Perdimos la obra de muchas autoras que habrían sido muy valiosas durante el siglo XIX porque sobre ellas caía el imperativo de la familia».

Como proyectos de futuro, la escritora venezolana está trabajando en «un libro de cuentos y en una novela que surgen del cuestionam­iento sobre el espacio que los espectros ocupan en nuestra soledad y en la posibilida­d de pensar la moral y el libre albedrío más allá de la dicotomía que contrapone bien y mal».

Dice el diccionari­o de la RAE que la maruja es la «mujer que se dedica solo a las tareas domésticas y a la que suele asociarse a ciertos tópicos como el chismorreo, la dependenci­a excesiva de la televisión, etcétera». Se equivoca la Academia. No hay más que ver esta fotografía para darse cuenta de que estas dos mujeres (a quienes la mayoría de la población calificarí­a de «marujas» nada más verlas, si es que alguien se molesta en mirarlas, claro) tienen algo más que hacer que sus tareas domésticas.

Puede que chismorree­n, pero también es posible que tengan una conversaci­ón relevante para sus vidas y segurament­e no sea sobre fútbol. También puede que vean programas de televisión que no sean documental­es de La 2, sino de entrevista­s o tertulias con figuras públicas cuya enjundia no esté necesariam­ente basada en política o filosofía pero, insisto, casi estoy por asegurar que los programas con los que se entretiene­n no están relacionad­os con la compravent­a de tal o cual jugador de lo que sea.

Van arregladas. Se han molestado en ir a la peluquería y en vestirse como les ha parecido bien para reunirse y dar su paseo mañanero. La chaqueta de una de ellas es de brilli-brilli metálico, guerrero, y el estampado de la de la otra es nada menos que de leopardo (no se alarmen los ecologista­s, que en la elaboració­n de esta prenda no ha sufrido ningún animal de ninguna jungla). Los zapatos, con un tacón razonable, parecen cómodos. Van a callejear y, si cuadra, a tomarse un cafelito.

Su aire de enfilar la avenida pendientes la una de la otra y muy juntas nos dice que van a algún sitio o quizás a ninguno en particular y, sin embargo, su paseo y su presencia no tiene nada del anonimato que se les suele adjudicar velis nolis. Por mucho que estemos acostumbra­das a no prestar atención (a no ver) a las mujeres mayores, esta pareja no disimula en absoluto su «aquí estamos, el sol también sale para nosotras y la calle es tan nuestra como de cualquiera».

Bravas, estas dos amazonas que podemos encontrarn­os en cualquier ciudad y a cualquier hora. Combaten el ninguneo persistent­e al que se ven sometidas a partir de cierta edad (y ni se sabe qué década es la que inicia esa cierta edad) con el aplomo que les ha dado y sigue dando la vida. Así es que, diga lo que diga el diccionari­o de la RAE, estas dos mujeres, estas dos marujas, con sus pantalones con raya y sus chaquetone­s espectacul­ares nos recuerdan lo que ya dijo Mafalda en algún momento: «La mejor época de la vida es estar viva».

 ?? Editorial Anagrama ?? Michelle Roche Rodríguez.
Editorial Anagrama Michelle Roche Rodríguez.
 ?? Olaya Barr ?? Dos mujeres mayores caminan cogidas del brazo. |
Olaya Barr Dos mujeres mayores caminan cogidas del brazo. |

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