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«Malasangre», una de principios de siglo XX Apología de las marujas
Michelle Roche exprime el género gótico en clave feminista en su primera novela, como Mariana Enriquez y Mónica Ojeda
Michelle Roche Rodríguez es una escritora venezolana afincada en España desde hace algunos años. Compagina su faceta de narradora con el ensayo, el periodismo y la crítica literaria. Es doctora en Estudios de Género por la Universidad Autónoma de Madrid y realizó un máster en Filosofía y Letras en la Universidad de Nueva York.
«Malasangre» (Anagrama, 2020) supuso su irrupción en la novela, con una obra enclavada en un momento histórico muy concreto, «los años veinte, la plena época de la dictadura de Gómez. Los ‘locos años veinte’ me daban la oportunidad», reconoce la escritora, «de presentar a Diana Gutiérrez como una vamp y de mostrar el inicio de la economía petrolera en mi país, que fue también el inicio de nuestro atávico rentismo petrolero, y de una relación con el suelo, parasitaria, vampírica».
La protagonista de la novela sufre hematofagia, mal transmitido por su padre, un personaje promiscuo. Sin embargo, a Diana se le exige que «sea una ‘buena’ mujer. En aquella época, las mujeres debían llegar vírgenes a los matrimonios arreglados, que funcionaban como operaciones financieras. Si el honor de una mujer era puesto en entredicho, también la paternidad de sus hijos podía dudarse».
La figura vampírica aparece como modelo inspirador de «Malasangre». La escritora es lectora, desde su juventud, del género gótico. Para moldear a Diana «me basé en el cuento ‘Carmilla’, de Sheridan Le Fanu, y la novela ‘La condesa sangrienta’, de Valentine Penrose». Al mismo tiempo, busca el reflejo de la actriz Theda Bara, en la película «Había un necio» (Frank Powell, 1915), para caracterizar a su protagonista, quien en un momento de la novela señala: «Si tenía que convertirme en bestia para poder ser libre no tendría ningún problema». A Michelle Roche Rodríguez le interesa que sus personajes «trasciendan su condición de víctimas para luchar contra aquello que los oprime».
A propósito de esta idea, recordamos la sentencia de Adorno: «La glorificación del carácter femenino trae consigo la humillación de todas las que lo poseen». Bajo estas terribles palabras construyó la escritora venezolana la novela y también su ensayo «Madre mía que estás en el mito». El objetivo de dicho ensayo es «demostrar que detrás de su maternidad virgen existe un enorme aparato conceptual diseñado para marginar a las mujeres de la sociedad a través de la glorificación de atributos como la discreción, el honor y la abnegación». «Malasangre», como reconoce su autora, está escrito «bajo estas convicciones, porque la lucha de Diana es por salir del espacio privado, en donde su familia quiere controlarla, y tomar las riendas de su vida con libertad».
Desde hace algunos años, han surgido una serie de escritoras latinoamericanas de gran interés y con una gran fuerza narrativa. Pensemos en Mariana Enriquez, Guadalupe Nettel, Mónica Ojeda o la propia autora de «Malasangre». Michelle Roche recuerda que «las hispanoamericanas nos hemos dedicado a la escritura desde hace siglos, la diferencia es que ahora no se nos censura o es menos común que la gente crea que nuestros libros son de menor calidad por el solo hecho de ser mujeres. Perdimos la obra de muchas autoras que habrían sido muy valiosas durante el siglo XIX porque sobre ellas caía el imperativo de la familia».
Como proyectos de futuro, la escritora venezolana está trabajando en «un libro de cuentos y en una novela que surgen del cuestionamiento sobre el espacio que los espectros ocupan en nuestra soledad y en la posibilidad de pensar la moral y el libre albedrío más allá de la dicotomía que contrapone bien y mal».
Dice el diccionario de la RAE que la maruja es la «mujer que se dedica solo a las tareas domésticas y a la que suele asociarse a ciertos tópicos como el chismorreo, la dependencia excesiva de la televisión, etcétera». Se equivoca la Academia. No hay más que ver esta fotografía para darse cuenta de que estas dos mujeres (a quienes la mayoría de la población calificaría de «marujas» nada más verlas, si es que alguien se molesta en mirarlas, claro) tienen algo más que hacer que sus tareas domésticas.
Puede que chismorreen, pero también es posible que tengan una conversación relevante para sus vidas y seguramente no sea sobre fútbol. También puede que vean programas de televisión que no sean documentales de La 2, sino de entrevistas o tertulias con figuras públicas cuya enjundia no esté necesariamente basada en política o filosofía pero, insisto, casi estoy por asegurar que los programas con los que se entretienen no están relacionados con la compraventa de tal o cual jugador de lo que sea.
Van arregladas. Se han molestado en ir a la peluquería y en vestirse como les ha parecido bien para reunirse y dar su paseo mañanero. La chaqueta de una de ellas es de brilli-brilli metálico, guerrero, y el estampado de la de la otra es nada menos que de leopardo (no se alarmen los ecologistas, que en la elaboración de esta prenda no ha sufrido ningún animal de ninguna jungla). Los zapatos, con un tacón razonable, parecen cómodos. Van a callejear y, si cuadra, a tomarse un cafelito.
Su aire de enfilar la avenida pendientes la una de la otra y muy juntas nos dice que van a algún sitio o quizás a ninguno en particular y, sin embargo, su paseo y su presencia no tiene nada del anonimato que se les suele adjudicar velis nolis. Por mucho que estemos acostumbradas a no prestar atención (a no ver) a las mujeres mayores, esta pareja no disimula en absoluto su «aquí estamos, el sol también sale para nosotras y la calle es tan nuestra como de cualquiera».
Bravas, estas dos amazonas que podemos encontrarnos en cualquier ciudad y a cualquier hora. Combaten el ninguneo persistente al que se ven sometidas a partir de cierta edad (y ni se sabe qué década es la que inicia esa cierta edad) con el aplomo que les ha dado y sigue dando la vida. Así es que, diga lo que diga el diccionario de la RAE, estas dos mujeres, estas dos marujas, con sus pantalones con raya y sus chaquetones espectaculares nos recuerdan lo que ya dijo Mafalda en algún momento: «La mejor época de la vida es estar viva».