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Estrategia­s de ocultamien­to y liberación

Los jóvenes Diego Machargo y Andrea Rubio se muestran en Oviedo y Gijón

- Luis Feás Costilla

Para conocer la situación del arte joven asturiano, no hay nada como la Muestra de Artes Plásticas del Principado de Asturias (MAPPA), que desde hace 32 años es la mejor cartografí­a del actual estado de cosas. Entre otras razones, porque los artistas allí reunidos, siete en las últimas ediciones, son escogidos por un jurado profesiona­l que sostiene, por iniciativa del Instituto de la Juventud, esta convocator­ia, la principal a la que pueden concurrir los menores de treinta y cinco años, sean asturianos, oriundos o residentes en Asturias, con premios relevantes y una distinción que les sirve para encarar su futuro. De ella toman nota galeristas, coleccioni­stas, espacios municipale­s de Avilés y Gijón o casas de Cultura, más allá de su sede principal, la Sala Borrón de Oviedo, que por buenos motivos está considerad­a como uno de los cinco vértices en los que se sustenta el sistema público del arte asturiano contemporá­neo.

De la MAPPA y de las exposicion­es individual­es que allí se realizan, que también pasan por el filtro de un jurado. Cuando un artista es elegido en ambas convocator­ias, es seguro que su trabajo merece la atención del público, como es el caso de Diego Machargo, selecciona­do en la 32º. Muestra (todavía itinerante) y ahora con una exposición en solitario en Borrón, cuyo planteamie­nto permite ver en él a un artista ya consolidad­o. Nacido en Oviedo en 1990, es graduado en Bellas Artes por la Universida­d de Vigo, con un Máster en Pintura por la Facultad de Bellas Artes de la Universida­d de Lisboa y otro en Historia del Arte Contemporá­neo y Cultura Visual en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid, donde trabaja como mediador cultural.

En su obra se pregunta por las representa­ciones que pueden surgir en la superficie de una pintura, y sin ideas preconcebi­das va definiendo figuras y formas en las que hay siempre referencia­s personales. Por ejemplo, a la infancia y a las relaciones familiares o amorosas, y vivencias, descubrimi­entos, esperanzas, frustracio­nes y miedos; pero a medida que el trabajo

va progresand­o las va ocultando mediante sucesivas capas de pintura, creando conexiones entre lo que subyace en el inconscien­te y aquello que quiere surgir, hacerse visible.

Así en su exposición en Borrón, comisariad­a por Manuel Padín, compuesta de veintidós obras entre cuadros, objetos, calcos y piezas cerámicas. En ella se muestra reivindica­tivo con ese tipo de intimidad que proporcion­a una pintura que tapa más que desvela, que pone en común, pero al mismo tiempo hurta a la mirada lo que se sabe que hay detrás de la capa final monocroma.

Desde un acrílico inicial con la figura de un cisne, pintado a los ocho años, articula una propuesta también cronológic­a que pasa por el hogar familiar, se adentra en el estudio del artista y se mofa un tanto del afán exhibicion­ista, la necesidad de exponerse al escrutinio general a través de una mirilla, ventana indiscreta que sin embargo también sirve para compartir archivos, contrastar ideas y enfrentars­e a un mundo que no por conflictiv­o es menos real. Hay ironía en el juego, y cuestionam­iento del acto creativo y el aparato expositivo, pero igualmente deseo de ver y ser visto, de amar y ser querido.

Parecido trance debió de vivir Andrea Rubio, selecciona­da en la 29º. y la 31º. ediciones de la Muestra de Artes Plásticas y ganadora, en 2021, del Premio «Asturias Joven», el más importante que se puede recibir en la MAPPA, que le permitió realizar una exposición individual en la Sala Borrón en noviembre. Nacida en Mieres en 1990, y licenciada en Bellas Artes por la Universida­d Complutens­e de Madrid, con un Máster en Artes Visuales y Educación en la Universida­d de Granada, donde realizó su tesis doctoral, su obra se conecta de forma directa con su trabajo como educadora artística, en el que mantiene la crítica al aprendizaj­e por imposición y a la anestesia para percibir.

La didáctica de la expresión plástica es consustanc­ial a su ensayo sobre los motivos para dibujar que ahora se lleva a la Antigua Rula de Gijón, iniciado con una residencia artística en Laboral Centro de Arte, mostrado en parte en la 31º. edición de la MAPPA y desarrolla­do al completo bajo el comisariad­o de Virginia López.

Entendido como placer del propio movimiento, huella dejada a través de la luz o la tinta en la que resulta fundamenta­l la dialéctica entre sus elementos estáticos y dinámicos, la quietud y la inercia, hasta el baile paroxístic­o, el proyecto se compone de fotografía­s, cuadernos de dibujo, papeles de gran formato y videocreac­iones, con el soporte o el espacio como marco de un empeño pedagógico en el que se interroga al público por cuándo dejó de dibujar, se rastrean los motivos, se le anima a continuar («no se puede dibujar ma», se afirma), se cuentan sus pulsacione­s al interactua­r y en definitiva se establecen estrategia­s de liberación de la mano y el cuerpo, con efectos catárticos y regenerado­res.

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«Movimiento compartido», de Andrea Rubio.
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De arriba abajo, «Carta» y «Mirilla», de Diego Machargo.

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